Uno de los principales peligros de la democracia es someterla al tópico, señala Luís Méndez en este artículo, porque del tópico al automatismo sólo hay un paso, y no hay nada más alejado de la democracia, que aquello que se da por hecho, que se cree funciona solo, sin mayor esfuerzo.
Luis Méndez1
Ya desde las aulas más tempranas se comienza a deformar el verdadero concepto de democracia: Se llama democracia, por ejemplo, a aquel régimen griego con esclavos que, por supuesto, junto a la mujeres, no votaban. Hay quienes, pomposamente, nos citan y recitan los escritos de Aristóteles sobre la demagogia y demás perversiones del momento, como si no hubiera peor perversión que un ser humano convertido en cosa, según posterior y elaborada conquista jurídica de Roma. Se dirá, eran los tiempos, pero no, ya entonces había humanistas que criticaban la esclavitud y la misoginia.
Refiriéndonos a Roma, no ha quedado suficientemente ilustrado su sistema plebiscitario –palabra recogida con efectos de contemporaneidad–, donde un complejo sistema, aparte de excluir a esclavos y mujeres, excluía a todo aquel que no fuera propietario –a los proletarii–; y aún así, se añadía un sistema más de garantía, en el cual la oligarquía se aseguraba 98 unidades electorales frente a un total de 193. Estas 193 unidades de voto colectivo –nunca individual—representaban a los distintos niveles de propietarios.
Siglos más tarde se continuaba casi igual, es decir, llamando elecciones y democracia a aquello que excluía a mujeres y no propietarios. Se olvida que el voto femenino fue introducido en Suiza en 1971, país considerado por el mundo bienpensante como de ¡larga tradición democrática!
En definitiva, que cuando oigamos hablar de democracia, deberíamos poner nuestras neuronas a funcionar –no antes—para ver de qué tipo de “democracia” se habla y cuáles son sus pretensiones.
Democracia, medio o fin
Cada ser humano tiene un tipo muy variable de intereses. Yo siempre he creído que hay dos conceptos muy complejos y determinates que, según dónde se ponga el acento, pueden provocar resultados muy distintos. Hablo de los medios y de los fines.
Llevados esos términos a la democracia, ¿es esta un medio o un fin en sí mismo? No es tan fácil responder ni delimitar. ¿Es democrático un régimen en el cual se vota escrupulosamente y los resultados de esas elecciones derivan en un permanente deterioro de las condiciones sociales de la mayoría de un pueblo? ¿Qué ese resultado haya sido elegido voluntariamente, lo sana? Ese podría ser el modelo tópico de democracia, que al final termina convertido en un acto mecánico cuatrianual bajo el siguiente argumento: Sé que nada va a cambiar, pero cumplo con los formalismos democráticos. Tras esta reflexión subyace el temor de que de otra forma pueda ser peor.
Democracia y desigualdad social, una inconsecuencia
Sin embargo, la lucha de o por la democracia ha sido esencialmente la conquista de derechos sociales como basamento fundamental, aunque doctrinariamente haya sectores importantes que quieran presentarla como una lucha por los derechos políticos, fuente estos de los demás derechos. Se habla de la libertad como argumento irrefutable, pero se olvida que en una situación de desigualdad no hay libertad verdadera. Si no, miremos la selva y las relaciones entre la presa y el animal depredador. La ley, el imperio de la ley, tiene como finalidad salvar esas diferencias de poder y no poder. Cosa distinta es que la ley y las leyes de la democracia se adulteren, se apliquen torticeramente. Pero esa adulteración no es su finalidad real, sino una manipulación más para neutralizar y vaciar de contenido los avances que persigue la democracia más legítima.
Mayorías absolutas, mayorías simples y minorías
Por otro lado, se esgrime de forma muy variable y según convenga, el alcance de las mayorías electorales. Entre los doctrinarios clásicos no se olvidaba, al menos conceptualmente, el respeto debido a las minorías. Pero de un tiempo aquí, y a conveniencia del ganador, un uno, un dos o un tres por ciento da derecho a cambios radicales que anulen el porcentaje de los perdedores.
Si hubiera sensatez y juego limpio, se reconocería que un 51 % no permite barrer todo lo qué representa el 49 % restante, sino que tan solo da derecho a un beneficio equivalente a la diferencia electoral. Pero esto, claro, hay que aplicarlo con carácter de generalidad histórica, y no utilizado oportunistamente sólo cuando se pierde.
También tiene que ver esto con la elaboración de programas que no pretenden ser democráticos, sino mayoritarios (quizás aquí esté la esencia de lo que se pretende decir) y que terminan en una manipulación del sistema.
Al respecto, recuerdo un artículo en el cual se explicaba cómo se había elaborado el programa electoral de un determinado partido extranjero. Resumiendo: se hacía un análisis del cuerpo electoral, para detectar a los sectores más abstencionistas, que solían ser los más pobres, y de las ayudas sociales que recibían; y de cómo ese gasto social se desviaba hacia otras clases mediante la rebaja de impuestos, para así atraer su voto. Y no cabe duda de que la “deposición” del voto sería totalmente libre y legal. La duda radica en su legítimidad.
Democracia, poderes fácticos, pensamiento plural
Y es que ese vaciante mecanicismo –insisto, mecanicismo, no mecanismo– democrático olvida intencionalmente toda la realidad de la vida, es decir, de la sociedad. Si muchos de los que se llaman demócratas lo fueran de verdad, ponderarían todos los poderes y valores de la sociedad, para situarlos en su justo lugar como correctores, no creadores, de desajustes.
Admitimos, por ejemplo, los poderes fácticos como un hecho que está ahí, por lo cual hay que doblegarse ante su existencia. Es decir, que admitimos lo que no es otra cosa que un recurso a la fuerza, confiriéndoles al final, además, un valor moral, lo cual multiplica su poder porque ante nadie responden.
Por el contrario, en muchos casos se ignora intencionalmente la importancia no ya de la libertad de pensamiento, que la tiene en alto grado, sino de su pluralismo. Sin pluralismo ¿cómo se va a desarrollar el juego creativo, necesario, insustituible de la dialéctica? Sé que todos estos conceptos causan risa, pero ¿no admiramos tanto a Aristóteles? pues recordemos algunos de sus valores
Todo esto tiene mucho que ver con la prensa. Hay prensa, medios de comunicación, de todos los colores e índoles, y todos sin exclusión se consideran independientes. Con esto se quiere significar que son independientes de los poderes públicos, pero ¿y de los privados? Después de todo, el concepto de medio de comunicación se puede reconducir seductoramente al de empresa privada. Y la empresa privada es esclava de sus propios intereses. Ahí está la idea de la milla periodística –si no recuerdo mal–, según la cual la información va perdiendo imparcialidad según el objeto del asunto se acerca al informante.
Por eso la importancia de toda esa prensa digital que logra escapar del poder de los grupos de presión económicos.
Democracia y candidatos: ¿los mejores o los más populares?
Otro asunto sorprendente: ¿qué está sucediendo con los candidatos? Hemos pasado de un sistema de sociedad elitista, en sí muy injusto, a una demagogia en la cual un candidato no ha de tener grandes conocimientos y larga experiencia, sino simplemente parecer popular. Meter cocido en la economía da un sustancioso caldo. Pero carece de sentido: no basta con halagar a los más, sino que hay que detectar y ofrecer soluciones eficaces a los problemas. ¿Lo sabrá hacer alguien que cree que su labor es ser un relaciones públicas y luego apretar un botón según le ordene el jefe de grupo? Pero eso no es una democracia en su sentido más completo, sino una máscara vaciada de contenido. Ya de entrada, un parlamentario no es un parla-mentario. No habla, no debate, simplemente delega su ingenio al ingenio del portavoz.
Parte del problema radica en que algunos ¿cuántos? no están ahí para servir a ideales, sino para mejorar su propio sistema social de vida.
Democracia y técnica: ¿una operación quirúrgica mediante votación?
Relacionado con esa necesidad de una práctica democrática diaria –no solamente en campaña electoral– está buscar novedoso sistema de realización de la política para elevarla. Y aquí se conjugan dos extremos: un sistema de práctica política muy generalmente presentado, que luego se centraliza y aleja del ciudadano, seguido de la ficción de que una operación quirúrgica se puede hacer a golpes de populismo (demagogia política), sin que haya una especialización en los conocimientos que se ha de poseer al afrontar problemas muy complejos. Ficción que no se cumple, pero que se hace creer que se da. Ese equilibrio entre acercar la política al ciudadano y alejarla de confiados espontaneismos es una de las grandes dificultades a estudiar y resolver.
Esto también resolvería otro problema importante: que los más decidan caprichosamente sobre problemas que no les competen y que por ello ignoran, mientras que las minorías afectadas queden completamente anuladas y dispersas, incluso más por la ignorancia que por la desventaja electoral
Democracia y programas
Esto es tan usual y conocido que basta con esbozarlo. ¿Cómo los gobiernos pueden desatender las promesas hechas? Es que hay instancias superiores (las comunitarias), se responde; es que hay asuntos sobrevenidos (no en lo esencial, para eso están los previsores expertos); es que hay presiones internas y externas.
Para todo esto están precisamente los programas elaborados por personas que se hacen pagar sus conocimientos. Y cabe que se produzcan situaciones imprevisibles, pero para eso están los medios de comunicación: para que a través de ellos se explique exhaustivamente qué ha pasado, qué soluciones se han tomado, por qué y por qué no otras.
Lo que un programa electoral no puede ser es un papel que nadie lee porque nadie cree. Esa puede ser, quizás, la primera y más grave adulteración del espíritu democrático. ¿Podríamos imaginar que firmáramos un contrato de alquiler y después ni la renta, ni la ubicación, ni la actividad fueran las estipuladas?
Democracia, política y economía
La Transición nació, creo, con una condición de transitoriedad, de caducidad. Había de ser transitoria por fuerza, un puente provisional en el que se conjugaban el pasado, aquel presente y el futuro. En la elaboración de la Constitución hubo una serie de transacciones entre intereses de clases –aunque unas se enteraran más que otras— con una combinación de derechos-deberes económicos y de derechos-deberes políticos. Sin embargo, y dicho así para resumir, los derechos-deberes políticos están tapando, desvirtuando, los derechos-deberes económicos. No se vota por votar, se vota para obtener algo. Si la absoluta inactividad procurara bienestar, no habría duda sobre lo innecesario de la política. Y si lo político enmascara las raíces de privilegios económicos ensartados en una sociedad, volvemos a la pregunta inicial: ¿Es la democracia un medio o un fin? Y según sea la respuesta, beneficiaremos más a unos y perjudicaremos más a otros. Por eso, que razón tiene ese millonario que afirmaba, contra las declaraciones de políticos de izquierdas que la lucha de clases existe. Pero, hay que añadir, la gane quien la gane, que al menos el perdedor no se convierta en algo irrisorio, y que en vez de exclamar “vae victis” se diga: “victis honor” porque se han cuidado suficientemente los mecanismos –no mecanicismos– democráticos.
- Luis Méndez es funcionario de la Administración local.