Hace ya demasiado tiempo me embarque en un proyecto literario, que, pretensiosamente, quería recuperar, por la vía de las sensaciones, la memoria histórica de un tiempo de dolor, la “segunda” postguerra, la de la segunda mitad de los años cincuenta, que coincide con mi infancia consciente.
Lucas León
Impactado por dos afinidades: la juanramoniana y la proustiana (que he tardado algún tiempo en reconocer como infumable). El proyecto empantanó porque no tenía seguridad de su calidad estética y por una crisis de salud, y sólo por el impulso de una persona amiga, he logrado (ayer) escribir su último capítulo de los cien que consta y enviarlo al editor que hace tiempo lo espera.
Mi amigo (y maestro) Julio Anguita escribió, también hace demasiado tiempo, el prólogo a lo que era el esqueleto de esta obrita en prosa político-poética, y ahora me ha prometido actualizarlo. He mantenido el también pretensioso título que se me ocurrió mientras convalecía de una dura operación quirúrgica: Memoria de veranos, pájaros y estrellas. Lo que sigue es el último capítulo escrito, no el cronológico.
Dios no estaba
Fue un tiempo de miedos, hambre y oscuridad. Fue un tiempo de sotanas, fusiles y sangre derramada. Fue un tiempo de plomo, rapadas y ricino.
De crucifijos, beatas y rosarios de la aurora. De tricornios, palizas y cuarteles. De hambre, velatorios y piojos.
Fue un tiempo de horror, de leche en polvo y de polvo en las conciencias. Fue un tiempo de fanatismo, de revancha y de asesinos impunes.
De caídos por Dios y el Capital, de basiliscos con pardas camisas y de hienas de sacristías.
Fue un tiempo de pistolones al cinto, del yugo y de las flechas fascistas.
Pestilentes detritus con el brazo en alto, en el punto máximo de su grasienta ignominia.
Frío, miedo, hambre, piojos, horror, impunidad, chulería y crimen.
Fue un tiempo de patriotas de la muerte ajena y valle de sus caídos. Fue un tiempo de Cruzadas Nacionales, de espejos rotos de los comisarios del crimen en la larga noche de la desdicha.
Una Justicia a medida, una Justicia que atropella, una Justicia podrida.
Y las canciones, las (santas) misiones y amas rosas.
Y Perico y Periquín. Y Raki. Y Norit.
Y los borreguitos llevados al matadero con el tiro de gracia en nombre de Arriba España y la sotana cómplice.
Y las flores amarillas de febrero. Y el azahar de abril. Y el aroma de melón maduro de las noches de agosto.
Y estaba la inocencia. Y estaban los tambores. Y estaban los muertos.
Dios no estaba. Pero si los que en su nombre, asesinaban.
Me impacta. Dios nos estaba, pero sí los otros; y luego ha continuado no estando en otras partes, e igual sí los otros que, a ratos, se puede tener la sensación de que son los únicos que existen, aunque Dios, en su infinitud y bondad sin término, por esta sola idea tiene que ser imparcial y neutro, sin invocársele falsamente o para hacer el mal sea en contra de quien sea.
Me interesa el libro Lucas.