“En los años que llevo en Estados Unidos no ví nunca un recibimiento tan emocionante, y un despliegue de seguridad tan intenso”, me confiesa Martita Rodríguez, una católica, que vive en Washington, y agrega: “han venido otros papas y mandatarios; personalmente, solo recuerdo un entusiasmo popular semejante cuando nos visitó Mandela”.
Desde las 4 de la mañana fue llegando el público a los alrededores de la Casa Blanca, en Washington DC. Un americano de Virginia me explica que en Washington se puede ver al papa, a través de su recorrido en el «Papa móvil», construido especialmente para la ocasión sin cierres laterales. El recorrido papal comprende la Avenida Constitución, con vallas pero sin parapetos que corten la visual. Otro punto de visión es la Casa Blanca. El público accede por determinadas vías, ya que otras han sido cortadas a los peatones y al tráfico vehicular. Se debe llegar por la parte trasera de la Casa Blanca, la llamada Elite, pasar los controles de seguridad, para quedar solo en la periferia, no entrar a los jardines presidenciales. Todo un Operativo de máxima seguridad, rigurosamente controlado; incluso seis cuadras antes de llegar a la Casa presidencial se ha prohibido todo tipo de transporte.
Mas de siete mil periodistas se acreditaron en la capital americana, además de los ya acreditados para cubrir los actos del Senado, los asuntos de la Casa Blanca y los acontecimientos políticos.
Por donde se mire hay policías y periodistas, pero el entusiasmo del público desborda toda expectativa, parece que los americanos estuvieran esperando algo especial con la llegada del papa.
Entre la gente hay filigreses, pero hay una gran cantidad de público de otros credos, niños, viejos, enfermos, jóvenes, blancos, negros, hispanos y curiosos que solo desean ver al Pontífice. Se viviencia alegría y júbilo entre la gente, tanto los que se agolpan en la gran avenida, como los adyacentes a la casa de gobierno.
Son tiempos de elecciones en territorio americano, con fuertes enfrentamientos, llegadas masivas de inmigrantes indocumentados que desbordan los centros de alojamiento, una economía que repunta con lentitud, asuntos internacionales sin clara definición y una cierta incertidumbre con respecto al futuro y al nuevo mandatario.
Setenta millones de católicos en un país de mayoría protestante, aunque es una suma importante, no es totalitaria. Ser minoría es un aspecto que da a los católicos americanos un toque particular, en momentos particulares de la nación.
El gran nivel de seguridad no nos sorprende, es ya parte de la estructura de este país a partir del 9/11. Son tres los círculos de protección que rodean al papa: la Gendarmería Vaticana, los Guardias Suizos y el Servicio Secreto de los Estados Unidos, que presta colaboración total. De la misma manera que el presidente americano lleva su propia seguridad, los mandatarios de otros países hacen lo propio. El Vaticano es un Estado y se unen los honores de gobierno a los honores de máximo lider religioso, por esa razón el protocolo y la seguridad se han extremado.
Desde un barrio humilde de Argentina, el padre Jorge, llega al Papado en Roma, convirtiéndose en el pastor de una de las religiones más importantes del mundo. Criado en su juventud bajo el gobierno del general Perón, y siguiendo el movimiento Peronista, recibe los influjos filosóficos de los curas tercermundistas, le toca vivir los difíciles momentos de la llamada “Guerra Sucia” en Argentina, sin suponer que con su bajo perfil, lograría otras resonancias cuando de padre Jorge pasa a ser nombrado papa Francisco.
Hoy, el Santo Padre, parado con su toga blanca frente a las puertas de la Casa Blanca, junto a la plana gubernamental americana vestida de negro según el protocolo, con el sol de la mañana en este comienzo del otoño, recibe la bienvenida del presidente de los Estados Unidos, Barak Obama, a su gira pastoral por Estados Unidos, marcando un momento histórico.
Momento histórico porque es el primer papa latinoamericano de la historia del Vaticano, junto al primer presidente de Estados Unidos, afroamericano, ambos hijos de inmigrantes. Un hispano, un afroamericano, juntos, coincidiendo en sus discursos de bienvenida, en temas como: la importancia de la libertad religiosa, la igualdad social, el cuidado ambiental y la paz mundial. En sus discursos parece primar la voluntad de acción sobre las palabras.
“A mi se me antoja- me dice Lucho, con toque mexicano: “que Obama y el papa Francisco se saludan como viejos amigos”.
La agenda del papa es muy apretada. Después de la bienvenida presidencial, se reunirá en la Basílica de la Inmaculada Concepción, fundada en 1959, para beatificar al misionero Junípero Sierra. Asistirá, invitado especial, para hablar frente al Congreso de los Estados Unidos, en una Sesión Conjunta donde los 100 senadores y los 435 diputados, escucharan su mensaje. Un hecho sin precedente en la historia del Parlamento Americano. Luego, partirá para Nueva York, donde hablará ante las Naciones Unidas. Todos estos eventos están cubiertos ampliamente por la prensa y los medios anglosajones e hispanos, además de la prensa internacional.
En Washington, la multitud, de pie, desea ver al papa. Es una multitud fervorosa y ordenada. Emociona su entusiasmo. Gritos, cánticos, ondear de banderas, letreros y proclamas: “Te queremos Francisco”. “Mi familia reza por ti”, “Welcome Pope”. “Love”… acompañan al Sumo Pontífice, que saluda complacido y feliz esta demostración de cariño y gratitud por su visita.
Aún resuenan las palabras que el Santo Padre pronunciera en inglés con acento hispano en la ceremonia de bienvenida en la Casa Blanca, refiriéndose al apoyo a los más necesitados, al cuidado de nuestro hogar, nuestro planeta, a que la humanidad tiene la capacidad para trabajar mancomunadamente por el bien común, que el Creador no nos ha abandonado … Aún resuena, en esta mañana llena de sol, su bendición: “God bless America”!