Roberto Cataldi¹
En este largo año de pandemia la ciencia ha desempeñado una tarea encomiable en los laboratorios, al punto de haber desarrollado vacunas en tiempo récord, capaces de frenar la propagación de la pandemia, de ahí la necesidad de vacunar masivamente a la mayoría de la población mundial para alcanzar la mentada inmunidad de rebaño.
Pero faltan vacunas y, los países ricos compran más dosis de las que necesitan, porque en el fondo es otra forma de acaparamiento, algo propio de su lógica de poder, pues, acaparan tierras, aguas, mercados, y todo bien que les interese y se le ponga a tiro.
La OMS criticó el egoísmo de estos países y también el de las farmacéuticas con las vacunas de la COVID-19 y, añadió que la equidad de las vacunas no es solo un imperativo moral, también es un imperativo estratégico y económico. En fin, como tantas veces se ha dicho, esta pandemia tornó visible lo mejor y lo peor de la condición humana.
China mediante estrictas medidas de control ha logrado frenar la propagación del virus que nació en su territorio. Es un país de unos mil cuatrocientos millones de habitantes y llama la atención que solo vacunó con dos dosis a 65 millones o un poco más, es decir, cuatro de cada cien habitantes, excluyendo a los adultos mayores.
Y esto no obedecería a que la población rechaza la vacuna o que son antivacunas, porque según una encuesta el 85 por ciento de la población desea ser vacunada, sin embargo habría otras razones que solo conocen quienes diseñan la política exterior de ese país.
China tiene cuatro vacunas ya aprobadas y hace unas semanas Pekín aprobó una quinta a nivel nacional, de tres dosis para uso de emergencia y cuya Fase tres se lleva a cabo en Uzbekistán, Pakistán e Indonesia. Mientras tanto ofrece vacunas gratuitas a 69 países y a otros las vende.
Todos sabemos que el régimen de partido único chino es una dictadura a rajatabla donde la disidencia es severamente castigada con penas de cárcel o campos de reeducación y, ante este muy bajo nivel de vacunación, más allá de los datos epidemiológicos favorables, las críticas internas afloran y algunos se pregunta a qué apunta este sacrificio.
¿Esta diplomacia de vacunas como se ha dado en llamar será un acto de genuina solidaridad? Será posible que las autoridades de Pekín ahora estén empeñadas en que el gobierno sea ético y de buen hacer, quizás inspirados en aquella sentencia de Confucio: “Quien gobierna por medio de su excelencia moral puede compararse a la estrella polar”.
En fin, no dudo que el pueblo chino siempre fue un pueblo sufrido, y que su dirigencia fue, ha sido y es una casta privilegiada, como podemos comprobar en tantos otros países.
El bioeticista Peter Singer comenta un hecho acontecido el 29 de diciembre del año 2020 en un condado de los Estados Unidos. Hasam Gokal, director médico de un equipo de vacunación contra la COVID-19, supervisaba la administración de la vacuna Moderna a trabajadores de emergencia y, justo antes de la hora de cierre, llegó una paciente por lo que la enfermera debió abrir una nueva ampolla. Cada ampolla contiene once dosis y su viabilidad es de seis horas, cumplido ese plazo si las dosis no se usaran hay que descartarlas.
A Gokal le sobraban diez dosis y ofreció vacunar al personal de salud y a los dos policías que allí se encontraban pero al parecer ya estaban vacunados, entonces inició una carrera contra reloj para evitar tirar esas vacunas al inodoro según dijo. Llamó a sus contactos que tuviesen más de 65 años o padecieran enfermedades de riesgo para vacunarlos. Con la última dosis, quince minutos antes de que venciera y ante la cancelación de una persona, decidió aplicársela a su mujer que padece sarcoidosis pulmonar y que la habilitaba a ser vacunada. Frente a esta situación límite, que implicaba un dilema, decidió un uso útil y humanitario de ese bien escaso.
Al día siguiente informó a su superior y dio los nombres de las personas que habían recibido las diez dosis. Días más tarde fue destituido y le dijeron que debió haber devuelto las dosis aunque hubieran vencido. La fiscal del condado lo acusó de robo y de romper los protocolos, en consecuencia su abogado solicitó copia de los protocolos pero no existían. Un juez, finalmente, desestimó los cargos afirmando que la fiscal no pudo demostrar que Gokal no tenía derecho a decidir a quién vacunar. Singer, por su parte, sostiene que para orientarse en la vacunación es necesario que haya normas sensatas. En efecto, se impone el buen juicio, la prudencia, la ponderación de las circunstancias, así como las ventajas y los riesgos.
En la práctica podemos elaborar protocolos que sean consensuados y a la vez de cumplimiento obligatorio, pero siempre habrá alguna excepción que atender, y ésta nos exige un argumento correcto, no apelar a simples excusas como vemos en la prensa de todo el mundo cuando los que se saltaron la lista de espera ensayan cualquier pretexto para justificar una situación de privilegio.
El tema de la vacunación, sus prioridades y privilegios, atraviesa transversalmente las naciones, los regímenes políticos, las ideologías y las clases sociales. Nunca antes la historia registró un fenómeno de esta naturaleza como el que estamos viviendo.
A fines del siglo dieciocho surgió la ética del utilitarismo (teleológica) o ética de las consecuencias con Jeremy Bentham y luego abonada por John Stuart Mill. En síntesis, la mejor acción es la que da la mayor felicidad y bienestar al mayor número de individuos involucrados y desarrolla hasta el máximo la utilidad.
Sin embargo el mayor bien para el mayor número de personas no siempre nos asegura que no haya minorías que sean injustamente perjudicadas. Por esa razón las consecuencias no pueden ignorar los principios, pues, se trata de dos tesituras éticas que se complementan.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)