Oleiros de Velasco
Doña Elvira, la linda, lleva en su bolso el estuche de las lentillas. Dice que lleva dos, que son diferentes porque sus niñas, las niñas de sus ojos, no te engañes, son de diferente padre, a una le sobra y a otra la falta. Que no se pone las dos el mismo día, que depende de las nubes, de la inclinación de los rayos solares, pero también de los compromisos sociales.
Me dice que por lo general se coloca solo una, días pares en el izquierdo, impares en el derecho, para hacer balance y según el propósito. Esto que parece de risa tiene una explicación. Ella, desde luego, lo dice muy en serio.
En su último vuelo, le extraviaron la maleta y cuando fue a buscarla al aeropuerto la empanada que traía le quedó como un churro. En la calle del Cerro hay una tienda de toda la vida que antes la llevaban muy bien los dueños, que habían vuelto de Alemania y montaron el negocio. Ahora se jubilaron y la tienda la cogieron las niñas, que tienen estudios, pero que como no encuentran nada de lo suyo, pues siguen con lo de los padres, pero no es lo mismo.
Antes te envolvían la empanada por dentro, y luego iba en una bolsa y luego te hacían un paquete, porque era para llevar a Madrid en la maleta y la empanada se podía deshacer. Y es lo que le pasó a Doña Elvira. Que la empanada venía encima de la ropa, apretada, y se ve que se escurrió por los golpes que le dan en el aeropuerto y quedó espachurrada, ay, mi madre, la tuvimos que comer con cuchara, porque tampoco la íbamos a tirar.
Valdesil viñedo Pezas da PortelaY trajo para acompañar una botella de Godello. Me cuenta que Álvaro Cunqueiro, hace la tira de años, en el periódico, escribió algo así: «En la corona de un castro, en tierras de Valdeorras, han visto al atardecer a dos hombres que salían de entre unas rocas con unos objetos brillantes, brillando al sol poniente- tanto brillo me resulta sospechoso, pero bueno- y volvían rápidamente a esconderse».
Dice Doña Elvira, en una carta que me dirige con absoluta discreción, que «en aquellas tierras del Sil aurífero, todavía las mujeres lavan las arenas para recoger los granos del dorado metal». Dorado metal, queda claro. Parece que fueron varios los que lo vieron, que eran «guardadores de tesoros».
Es muy precisa Doña Elvira en esta misiva que me remite: «Los vinos de Godello son dorados, como dijimos, y saben a manzana con la color galana, como las trenzas de una aldeana». Bien por los versos, bien por los vinos y las manzanas.
«Un vino serio y frutal», añade.
Dice que dijeron que dijo uno, que un catador de fama europea, estando de paso por Villafranca del Penedés había dicho que se había encontrado con la sorpresa de que aquel Godello era uno de los mejores blancos que circulan por ahí, y para él superior a cualquier otro vino de Galicia. Luego se explaya sobre aromas de lavanda, comportamientos en boca, cuerpo y suavidad. Y también chispas de alegría.
Es una estupenda embajadora de su tierra esta Doña Elvira, la de las lentillas alternantes y las empanadas jugosas y desbaratadas. Le fui a preguntar si se apuntaba al Concierto de Año Nuevo del Auditorio Nacional. Dijo que sí, que estaba harta de ver siempre el de Viena y que ya que estaba en la capital de paso por esos días, no se lo iba a perder.
¡Oye Luis, pica algo, que paga ADEGAS A COROA!