Dicen que la fe mueve montañas. Y, a veces, nos permite descubrir lo oculto. Felizmente, los testigos de la fe –algunos testigos privilegiados– nos iluminan la mente y devuelven a la senda de la verdad, de la Verdad absoluta.
¿Ciegos, nosotros? ¿Iluminados, ellos? Dicen que los caminos del Señor son inescrutables. Y más aún, tratándose del explosivo conflicto de Oriente Medio, donde la Administración Trump camina tal que un elefante en una tienda de porcelana.
Reconozcámoslo; la política exterior de Washington se parece cada vez más a una acumulación de parches incapaces de frenar una hemorragia. Tras la llegada del multimillonario neoyorquino a la Casa Blanca, los conflictos en la región se han ido acumulando, véase, acentuando. La lista es sumamente larga, y los enredos, difíciles de desenmarañar.
Pero, vayamos por partes. El actual inquilino de la Casa Blanca apoya a Riad en su pugna contra el régimen (chiita) de Teherán. Sin bien para los saudíes se trata de un conflicto religioso, la postura de Washington refleja ante todo la inquietud del establishment político-militar de Tel Aviv frente a la presencia de tropas iraníes en la vecina Siria, el “contagio” de la comunidad chiita libanesa, encarnada por el movimiento armado Hezbollah, la innegable influencia del ideario jomeynista en la Franja de Gaza, controlada por los islamistas de Hamas.
Queda sin resolver el conflicto de baja intensidad entre Washington y Ankara, donde los intereses políticos y económicos se entremezclan, el insólito casus belli Arabia Saudita–Qatar, cúmulo de quejas que poco tienen que ver con el auténtico motivo del enfrentamiento: las exportaciones de petróleo y gas natural a Occidente. La dinámica expansión comercial de los qataríes levanta ampollas en el reino wahabita. El conflicto divide a los países árabes, ya de por sí poco propensos a forjar una hipotética solidaridad. Obviamente, el panorama de la región ha experimentado un cambio espectacular en las últimas décadas.
En ese contexto, la incondicional defensa de los intereses israelíes por parte de Norteamérica podría parecer una afrenta a los aliados árabes. De hecho, el actual presidente de los Estados Unidos es el político más proclive a la ideología ultraconservadora del Primer Ministro Benjamín Netanyahu, que tiene que afrontar la consulta electoral del 9 de abril con escasas probabilidades de alzarse con otra victoria. Acusado por la Justicia hebrea en varios casos de corrupción y malversación, el Primer Ministro israelí fantasea con un… milagro.
Curiosamente, el milagro llegó hace apenas unos días, cuando el profeta Mike Pompeo, jefe de la diplomacia estadounidense, antiguo director de la CIA y, ante todo, cristiano fundamentalista, aseguró en una entrevista concedida a la cadena Christian Broadcasting Network, que posiblemente, el presidente Trump haya sido enviado por Dios para salvar a Israel de Irán.
El inusual mensaje del dignatario estadounidense era el mero preludio al anuncio, más pragmático y conflictivo, del posible (y muy probable) reconocimiento por parte de Washington de la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, ocupados por el Ejército judío durante la guerra de 1967, y anexionados, 14 años más tarde, por el Estado de Israel. El propio Trump utilizó su habitual herramienta diplomática –el Twitter– para instar a la comunidad internacional a que reconozca la validez de un hecho consumado: los Altos del Golán se hallan bajo control israelí.
Si a ello se le suma la decisión de trasladar la Embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén y el deseo de crear lazos entre Israel y el otro aliado de la Administración Trump en la zona, Arabia Saudita, cabe imaginar el desconcierto de los europeos ante la inminente publicación del futuro proyecto de Acuerdo (de paz) del siglo ideado por el yerno del Presidente, Jarred Kushner, un extraño en la política.
De todos modos, conviene señalar que la poco diplomática intervención radiofónica de Mike Pompeo coincidió con la adopción por parte de Washington de nuevas sanciones contra el régimen iraní.
Curiosamente, otro detalle, completamente silenciado tanto por la Administración Trump como por las autoridades israelíes, fue la concesión de la primera licencia de explotación petrolífera a la compañía estadounidense Genie Energy, asesorada por el ex vicepresidente Dick Cheney, que tendrá derechos exclusivos sobre un radio de 153 millas cuadradas en el sur de los Altos del Golán. Detalle interesante: entre los accionistas de Genie Energy figuran los financieros Jacob Rothschild y Rupert Murdoch.
Estiman los politólogos estadounidenses que, en circunstancias normales, el Presidente Al Assad hubiese podido elevar estruendosas protestas contra este acto de piratería internacional, pero como en estos momentos Damasco está empeñado en combatir la violencia interna, la cuestión del Golán pasa en un segundo, véase tercer plano.
Inútil recurrir, pues, a mensajes mesiánicos. A buen entendedor…