Eduardo Mendoza Garriga, el “artesano del lenguaje”, como lo calificó el rey Felipe VI, recibió de manos del monarca el máximo y codiciado reconocimiento que se otorga a la labor creadora de escritores españoles e hispanoamericanos: El Premio de Literatura en Lengua Castellana «Miguel de Cervantes» 2016.
Exacto, aquí, en el paraninfo de la Universidad que lleva el nombre de la tierra natal de Miguel de Cervantes Saavedra, y a casi 400 años de su nacimiento -29 de septiembre de 1547-, que también se le denomina Universidad Complutense o Universidad Cisneriana por su creador, el Cardenal Cisneros, se desarrollo el acto cuya emotividad nos envolvió a todos los presentes, no más de cien, según se dijo, del mundo de la letras.
Los reyes Felipe VI y Letizia, presidieron el solemne acto, el monarca después de entregarle la escultura del Premio e imponerle la medalla correspondiente, en su discurso afirmó que Eduardo Mendoza, a partir del talento y la excelencia que caracteriza su obra, “es un verdadero artesano del lenguaje, al cual usa como una herramienta de precisión que se ajusta a los diferentes registros idiomáticos que definen a los personajes de su obra”.
Para luego explicar, que “de esta forma llega a ser un maestro en el manejo del idioma para acercarnos a diversas realidades, desde la de los diferentes grupos marginales a la de las clases altas, en diferentes épocas y en diferentes lugares; e incluso llega a recurrir a las más variopintas jergas profesionales”. Mendoza ha llegado a definirse como “un relojero de las frases”, enfatizó.
No pasó por alto la característica de su oriundez, al afirmar que “en la obra de Mendoza conviven el castellano y el catalán, lengua esta última en la que ha escrito -hasta el momento- dos obras teatrales. Esta convivencia es algo natural en su ciudad, Barcelona, que tan bien nos describe en sus novelas, por lo que el autor está considerado como un verdadero “biógrafo” de la capital catalana. Este papel destacado de una ciudad no debe interpretarse en el sentido de un mero localismo: en las situaciones y vivencias de sus personajes hay rasgos universales, que responden a lo que escribía Miguel de Unamuno en 1900: “es labor del creador hallar lo universal en las entrañas de lo local”.
«Han transcurrido varios meses desde que me llamó el señor Ministro para comunicarme que me había sido concedido el premio Cervantes y todavía no sé cómo debo reaccionar», afirmó en el uso de la palabra el galardonado, Eduardo Mendoza, quien deseó «no haber quedado mal entonces, ni quedar mal ahora, ni en el futuro. Porque un premio de esta importancia, tanto por lo que representa como por las personas que lo han recibido a lo largo de los años, no es fácil de asimilar adecuadamente, sin orgullo ni modestia. No peco de insincero al decir que nunca esperé recibirlo».
Más adelante relató: Quiero pensar que al premiarme a mí, el jurado ha querido premiar este género, el del humor, que ha dado nombres tan ilustres a la literatura española, pero que a menudo y de un modo tácito se considera un género menor. Yo no lo veo así. Y aunque fuera un género menor, igualmente habría que buscar y reconocer en él la excelencia.
Pero no soy yo quien ha de explicar las razones del jurado, agregó, ni menos aún justificar su decisión. Tan sólo expresarle mi más profundo agradecimiento y decirles, plagiando una frase ajena, que me considero un invitado entre los grandes. En el acta que nos acaba de ser leída, se me honra mencionando mi vinculación con la obra de Cervantes. Es una vinculación que admito con especial satisfacción. He sido y sigo siendo un fiel lector de Cervantes y, como es lógico, un asiduo lector del Quijote
Los medios, a su vez, destacaron que el jurado de esta edición resolvió distinguir a Eduardo Mendoza porque, con la publicación en 1975 de “La verdad sobre el caso Savolta”, inaugura una nueva etapa de la narrativa española en la que se devolvió al lector el goce por el relato y el interés por la historia que se cuenta, que ha mantenido a lo largo de su brillante carrera como novelista.
El jurado estuvo integrado por Pedro Álvarez de Miranda, representante de la Real Academia Española, quien además actuó como presidente; Ana María Nafría, de la Academia Salvadoreña de la Lengua; Antonio Sánchez Trigueros, designado por la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE); Liliana Weinberg, por la Unión de Universidades de América Latina (UDUAL); Luisa Castro, por el director del Instituto Cervantes; Fernando Rodríguez Lafuente, por el ministro de Educación, Cultura y Deporte; María Luisa Ciriza, por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE); Teodoro Rentería Arróyave por la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP), y Urszula Aszyk-Bangs, por la Asociación Internacional de Hispanistas. José Pascual Marco, director general de Industrias Culturales y del Libro, ejerció como secretario -con voz pero sin voto-, y como secretaria de actas -también con voz pero sin voto-, Mónica Fernández, subdirectora general de Promoción del Libro, la Lectura y las Letras Española.
Es de destacarse, que fuimos colocados en la primera fila, frente al presídium, un reconocimiento más a México y a la FELAP. Vestimos la muceta, con la medalla y el pin de académico de número de la Academia Nacional de Historia y Geografía.