Luis de Luis[1]
Una vez más un texto del viejo y eterno maestro vuelve a agobiar. A zarandear, a incomodar y a inquietar al público. Recabarren conoce sus claves y las exprime, revela y exhibe. Ionesco es, siempre será, presente y actualidad.
Suena el timbre, comienzan las clases en la Escuela Ionesco.
El espectador se adentra en un ambiente de desidia, desgana, decadencia. El escenario es una sala de estudio ajada, polvorienta, acabada en el que aparece – llena de vitalidad, alegría y un algo de inconsciencia – la alumna.
Yasmina Álvarez aborda este difícil papel con oficio y sabiduría recorriendo todos los estados de ánimos hasta la gradual destrucción que la convierte en un ser gimoteante y anulado tras ser adoctrinado y adiestrado por el profesor, un espléndido – en su desapego, desdén y distancia – Luis Ortiz-Abreu quien, a su vez, está gobernado por María, la sirvientaa quien Angelika Taraszka otorga toda frialdad inhumana que necesita el personaje, viva encarnación del poder.
No hay lugar al esperpento, ni a la lágrima en esta fábula veraz de risa sorda sobre el totalitarismo del saber, la apropiación de las palabras, la expropiación de los significados, la elaboración para su uso único y excluyente.
Esta es una función brillante y obligatoria, incómoda; firme y necesaria. Es una obra que está alerta, una obra sin esperanza, sin final y sin consecuencias.
Recabarren respeta y resalta la lógica implacable de Ionesco ofreciendo un espejo sin azogue, ni brillo o restos de mercurio. Un espejo feroz e implacable, actual y cierto, sin concesiones, atajos o maquillaje.
[1] Luis de Luis es crítico teatral.
Ficha artística
REPARTO
El profesor
Luis Ortiz-Abreu
La alumna
Yasmina Álvarez
María, la sirvienta
Angelika Taraszka
Autor
Eugène Ionesco
Dirección
Eduardo Recabarren
Ayudante de dirección
Aintzane Garreta
Producción
Compañía Recabarren