Historias relatadas en libros refieren aquellos viejos tiempos en los que miles de emigrantes europeos, gente pobre en busca de mejores derroteros, llegaba a Estados Unidos, cargada de sueños. Eran recibidos por personas hospitalarias. Dos minutos bastaban, según algunos escritos, para inquirir sobre el o la forastera. Solo eran rechazados quienes portaban virus, como tuberculosis o lepra, a los demás se les daba la bienvenida, especialmente si tenían familiares en ese nuevo horizonte a donde dirigían sus pasos.
Sin embargo, la colonización fue violenta y sangrienta para los aborígenes. Todavía hay herederos de quienes fueron sometidos y cuyos territorios pasaron a otras manos. Es la historia de la colonia, repetida y reproducida en sus objetivos y su crueldad. Así se han poblado muchas naciones, algunas gozan de gran prosperidad y atraen a quienes están postrados por la pobreza, en la violencia.
Hoy no hay bienvenida. Hoy hay advertencias, deportaciones, detenciones, custodia y, en algunos casos, trato indigno para quienes buscan refugio en donde otros, en tiempos pasados, lo encontraron.
Un influyente diario norteamericano, The New York Times, pidió al presidente de Estados Unidos que reduzca el número de deportaciones de inmigrantes “indocumentados” y que facilite la regularización de millares de personas para que puedan seguir viviendo y trabajando en el país. En su espacio editorial, el medio aplaudió la decisión del presidente Obama de hacer uso de su autoridad ejecutiva para tratar de arreglar parcialmente el sistema migratorio, pero le pidió ir más allá: “Debe hacer todo lo posible, dentro de la ley, para limitar los daños causados por un sistema obsoleto e injusto que está deportando a las personas equivocadas, asfixiando a los negocios, dañando a las familias y a la economía”.
Llama también a proteger las familias, aquellas con fuertes lazos con la nación, liberando recursos para luchar contra los traficantes, narcos, bandas violentas y otros criminales, y le aconseja: “Deje que el partido Republicano pague un alto precio entre los votantes latinos y asiáticos”.
Esta postura contrasta radicalmente con los que demandan y exigen que se detenga la entrada de niños, que se envíe a la Guardia Nacional, así como con las actitudes mostradas por algunos grupos que no permitieron el ingreso de autobuses con migrantes a los albergues ubicados en sus ciudades.
Tamaño problema tiene el gobierno norteamericano.
Múltiples voces, de todas las latitudes, se han levantado para pedir tratamiento humanitario, digno y no deportación a quienes están cruzando la frontera. Hay también un fundado señalamiento a nuestros países, expulsores de personas, pues el sistema además de multiplicar a los desposeídos y de no resolver sus necesidades básicas, tampoco es capaz de ofrecer seguridad, una de las principales causas del éxodo masivo.
La migración no es un delito, es una tradición del ser humano. Pero, además, el derecho al refugio por razones de sobrevivencia está reconocido y en el llamado Triángulo Norte esta es una aterradora realidad.