Primero fue la pandemia; luego, el espectacular incremento del precio de la energía eléctrica, la dramática escasez de materias primas, el aumento de los fletes marítimos, la inimaginable congestión de los emblemáticos puertos comerciales, el desabastecimiento y, por ende, la perspectiva de una pertinaz crisis alimentaria. Por si fuera poco, surgió el fantasma del apagón. Un apagón general, que sumiría a los habitantes del Viejo Continente en un oscuro y gélido paréntesis que duraría alrededor de… dos semanas.
A quienes hemos ocasión de gozar de los deleites del estrambótico periodo de la Guerra Fría, el cumulo de noticias – reales o ficticias – con las que se nos está bombardeando a diario nos recuerda la época del histerismo generado por la inminencia de un conflicto nuclear. El enfrentamiento –que nunca se produjo- nos incitó a contar con refugios antiatómicos, hacer acopio de alimentos para tres, seis o doce meses, prepararnos a combatir al hipotético invasor a la salida de nuestro inexpugnable escondite, persuadidos, eso sí, de la necesidad de defender a la familia, la patria, el mundo, contra las fuerzas del Mal.
Pero la amenaza se desvaneció el día en que los grandes de este planeta se tomaron sus vasitos de vodka o de bourbon, charlando amigablemente sobre el tiempo y la familia. Los asuntos más espinosos –contención, desarme y un sinfín de etcéteras– fueron remitidos a los grupos de expertos políticos y militares. El invierno atómico se había acabado. Al igual que esta derrotada pandemia, que sigue vivita y coleando…
Pero volvamos a nuestro apagón. O, mejor dicho, a la inminente amenaza que ha hecho correr ríos de tinta y alimentado numerosísimos, demasiados, comentarios en los medios audiovisuales del Viejo Continente.
Antes que nada, es precioso situar la noticia en su contexto. El espeluznante panorama –un apagón a escala continental– se gestó en las oficinas vienesas de una empresa especializada en publicidad y conducta social, encargada de elaborar un exhaustivo estudio sobre un hipotético corte de electricidad a nivel europeo causado por una catástrofe natural, el posible desabastecimiento de energía eléctrica, supuestos atentados terroristas o ataques cibernéticos. En realidad, se trataba de una campaña virtual de concienciación del público austriaco, poco dado a aceptar las solemnes advertencias de las autoridades. Pero la publicación del informe de la empresa de consultoría en el anuario del Gobierno austriaco desató la tormenta mediática que asoló el resto del continente.
Se anuncia un gran corte de energía en toda Europa, Un país ya ha informado a su población sobre los detalles del incidente y ha pedido la ayuda del Ejército, El desastre es inevitable…
Los catastróficos titulares invadieron los medios de comunicación. Las cadenas de televisión de toda Europa no dudaron en recurrir a sus expertos/analistas para comentar el dramático evento. Algunos, los más cautos, reconocieron que el peligro parecía real, pero no se podía adivinar la fecha del advenimiento de la nueva plaga. ¿Otra más? Pues sí, al paso que vamos no hay que descartar la llegada de más desgracias.
Con su mentalidad germánica, los austriacos se vieron obligados a poner los puntos sobre las “íes”. No, se trataba de una mera simulación. De hecho, el Ministerio de Defensa jamás advirtió sobre un inminente corte de energía a nivel de la UE, ni predijo su magnitud o su duración. El Gobierno no estaba involucrado en esta descontrolada campaña de publicidad. Por su parte, la titular de Defensa, Klaudia Tanner, se limitó a afirmar que se debe considerar la posibilidad de un apagón. La pregunta no es si se producirá un apagón masivo, sino cuándo podría materializarse esta amenaza«, dijo Tanner.
En resumidas cuentas, la amenaza no es inminente. Lo que sí debería preocuparnos –y nos está preocupando– en esos momentos es el vertiginoso aumento del precio de la electricidad. En este caso concreto, se trata de una desgracia que afecta a todos los europeos. ¿Peor nos lo quieren poner?