Dirigida por los directores Nat Faxon y Jim Rash, guionistas de Los descendientes, se estrena el viernes 25 de octubre de 2013 la película El camino de vuelta, un drama iniciático situado en la senda que lleva de la pubertad a la madurez. Su protagonista es Liam James acompañado de un cuadro actoral conocido.
Hay un pequeño calvario escondido debajo del paraíso vacacional. Pequeño porque es un niño (Liam James), casi un adolescente ya, quien lo sufre, pero es tan dramático como la marginación en medio de una continua fiesta.
Porque eso es lo que son unas vacaciones en la playa, una perpetua fiesta en la que de día uno se baña y toma el sol con un refresco en la mano, y cada noche hay barbacoa en una casa y es obligatorio estar a la altura de lo que la vida te ofrece. No vale no divertirse porque entonces alguien se cebará contigo.
¿Es esto el paraíso soñado?
La obra arranca y termina con voluntad de trascendencia, lo que recuerda a Los descendientes, y el ambiente de frivolidad playera también es parecido, lógico al tener por directores a los guionistas de aquélla (Nat Faxon y Jim Rash). Luego la vida sale al encuentro y hay que agarrarla por los cuernos. Allí era un adulto el que había de medirse; aquí es un menor el que sorprende y, aunque con ayuda, se decide y rompe su propio molde.
Rápidamente vemos que el paisaje es apenas un telón de fondo para extender sobre él la soledad de quien no se siente integrado. A primera vista, los usufructuarios de este «resort» lo tienen todo, pero están muertos de miedo a la soledad y por eso hablan y se mueven sin parar. Han de aparentar éxito, dinamismo y desenvoltura, pero la sonrisa se les hiela en cuanto hablan de su vida privada. Abundan los divorcios, los cuernos son lo habitual, por lo cual, como si todo estuviera pactado, no dan un paso sin contar con la aprobación del grupo, y eso es tan complicado, el nivel de exigencia es tan grande, que mejor no hacer nada y quedarse uno solo tirado en la cama escuchando música.
Es el feliz veraneo que aguarda a un chaval cuando sus padres acaban de separarse y su madre (Toni Collette) se ha echado un novio (Steve Carell) que los invita a ambos pero que a él lo odia. No obstante, se empeña en reeducarlo a base de humillarlo y hacerle ver lo poca cosa que es.
Sorprende hasta la caricatura el modo en que lo zahiere, es la antipedagogía en estado salvaje, sin que su madre pueda oponer a los epítetos más hirientes otra cosa que una sonrisa de conciliación. Para colmo, el aspirante a padrastro, que se llena la boca con la palabra familia, tiene una hija que es el éxito social, lo más opuesto al modelo de marginado; ni que decir tiene que no se molesta en mirar para su futuro hermano sino es para lanzarle algún gesto de aburrimiento y hastío.
Pero la más estresada es la madre: Ella es la representante del famoso programa «concilia» aplicado al mundo doméstico: Concilia el que te guste un tío que insulte a tu hijo; concilia el no querer quedarte sola cuando tu marido se ha largado con alguien mucho más joven; concilia el educar bien a tu hijo con ser todo lo tolerante que puedas con este novio; concilia el miedo a la soledad al lado de tu solitario hijo con las ganas de rehacer tu vida al lado de alguien que te atrae sexualmente.
Ahora bien, como en un deus ex machina, casi al día siguiente de la llegada a la playa aparecen elementos providenciales que ayudarán al que resiste: unos a perder los nervios, otros a ganar nuevos amigos cuando menos lo esperaban. Y todos estos ingredientes, que le harán salirse de sus casillas, actuarán como desencadenantes del cambio hacia la madurez empujando con acierto. Y los descubrimientos del chico acabarán por arrastrar a la madre, que verá en ellos la vía abierta para una nueva mirada hacia sí misma y una nueva valoración de su circunstancia al lado de este hijo.
El artífice de este cambio es el alterego del padrastro, un personaje de apariencia estrambótica (Sam Rockwell) que se ríe mucho de los triunfadores acomodados y que hará de nuestro tímido y acomplejado adolescente un héroe juvenil sacando de él fuerzas que en principio ignora tener. Con él como guía, nuestro amigo conocerá el ambiente juvenil que antes se le resistió. Sus escapadas solitarias se ven favorecidas por la poca atención que despierta en su propio grupo. Es así más libre que nadie de dejarse llevar y esto lo va a aprovechar al máximo hasta acabar sintiéndose atractivo y útil.
Al lado de su cicerone tan competente, pronto surgirán personajes igualmente estrambóticos en los que nunca hubiera reparado por ser totalmente ajenos a su medio. Personajes que parecen no tener nada que perder y se zahieren entre sí casi como su padrastro viene haciendo con él, con la diferencia de que nadie resulta herido porque es mutuo el zaherirse, y porque en el fondo todos se acompañan y se tiene en cuenta. Es como si un hijo único cayera de repente entre la troupe de un circo, una terapia fantástica de choque. De esta manera, el desganado adolescente del principio acaba protagonizando una divertida historia en forma de comedia dramática sobre la amistad, la madurez y el desenfreno en uno de los momentos más complicados: la pubertad.