Roberto Cataldi[1]
Vivimos en un mundo donde la violencia ya se ha naturalizado y cada vez tenemos menos tolerancia para aceptar la realidad. Si mi vecino mata a un ser querido puedo reaccionar de inmediato (en derecho penal: emoción violenta) o dejar pasar un tiempo hasta que se calme la conmoción y tomar revancha siguiendo la remanida frase «la venganza es un plato que se sirve frío». De todas maneras, nada ni nadie me devolverá ese ser querido… Al parecer muchos no lo entienden.
Yuval Harari dice que Israel está pagando décadas de haber ignorado a los palestinos y no haber hecho las paces, y que el actual gobierno israelí es un gobierno populista incompetente, de fanáticos, pero él de ninguna manera justifica las atrocidades cometidas por Hamas, que sistemáticamente ha saboteado todo intento de paz. Yuval nos recuerda que: «La historia no tiene moralejas…» Coincido, la historia no nos ha enseñado nada si nos atenemos a lo que hoy sucede en el mundo.
Gaza es un territorio muy pequeño, del tamaño de la mitad de Nueva York, con 2,2 millones de habitantes y, casi la mitad son niños. Nicholas Kristof, desde The New York Times, apela a la prudencia, aconseja no repetir por parte de Israel la fallida historia del 11 de septiembre contra Irak. Los talibanes debían ser eliminados, pero finalmente quien fue eliminado de Afganistán fue Estados Unidos. El gran reto moral sería responder a los crímenes de guerra sin cometerlos. Y Kristof recuerda cuando un mayor del ejército norteamericano en Vietnam (1968) dijo: «Fue necesario destruir la ciudad para salvarla».
Como sostiene un amigo, en todo conflicto hay que preguntarse dónde está el negocio, y como suele suceder, está en los sectores más radicalizados de ambos lados, aunque también en los que pretenden controlar el mundo. Hasta ahora se cumplió el vaticinio de Albert Einstein cuando se fundó el Estado de Israel y, la propuesta inteligente de dos pueblos merecen dos estados independientes que se reconocen y respetan, que se atribuye a Albert Camus, una y otra vez ha sido dinamitada.
La realidad actual difiere mucho de la de 1948, pues, estamos en presencia de otras generaciones, ha corrido mucha agua bajo el puente, y un dato no menor: la cantidad de matrimonios mixtos entre judíos y palestinos… Pero nada de eso importaría, la consigna es destruir al enemigo y de la manera más cruel y terrorífica. Por otra parte, los jóvenes fanáticos, habitualmente han recibido el lavado de cerebro en su hogar, desde la infancia.
En la Argentina vive la comunidad judía más numerosa de América Latina, y una comunidad árabe con una descendencia que se calcula en unos tres millones y medio de personas (sirios, libaneses y palestinos), datos que dan una idea de la repercusión que aquí tiene ese conflicto, sin mencionar los atentados terroristas que hemos sufrido, que conforman otro capítulo negro de nuestra historia.
Como médico he sido jefe del Hospital Israelita y del Hospital Sirio-libanés de Buenos Aires respectivamente, por eso creo conocer a esas comunidades, más allá de mis viajes a Medio Oriente por congresos de mi profesión y tener discípulos en esas regiones. Lo cierto es que existe un relato malicioso que solo beneficia a sus autores. Aquí los vínculos entre ambas comunidades son frecuentes así como las buenas relaciones e incluso los matrimonios mixtos. Todos los que creemos en el bien común esperamos que la sensatez se imponga, que llegue definitivamente la paz, y que ambos pueblos puedan convivir sin el fantasma del terror, el lenguaje incendiario, las fantasías del mesianismo, el sentimiento de odio…
Si algo está claro es que nada de lo que está sucediendo es casual y que hay más actores de los que aparecen en escena. En fin, creo que deberíamos abrir caminos reales para el diálogo, apartarnos de la retórica geopolítica engañosa que alimenta poderes imaginarios, buscar el encuentro dentro de la dignidad, y más que hablar de judíos, palestinos, yemeníes o ucranianos, deberíamos hablar de seres humanos.
Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)