El corresponsal, o el llamado “enviado especial”, que es lo mismo durante menos tiempo, duerme siempre mucho en las fronteras imaginarias de algunos (algunos) colegas. Por ejemplo, si está siendo testigo de un bombardeo, en Kosovo, pongamos por caso, ese redactor que está siempre tomando café en Madrid le responderá al teléfono: “Zutanito está ahora en la reunión, pero llámalo dentro de media hora”.
Entre refugiados aterrorizados, quien llama con urgencia está siguiendo a unos bombarderos en acción. Por encima de su cabeza. Entonces, sube el auricular hacia los cielos airados: “¿Sabes dónde estoy?”, pregunta al bebedor de café. Y el otro oye como un bum-bum de misiles un poco más allá.
Si está en Bruselas, donde el Parlamento Europeo discute, pongamos por caso, un escándalo de subvenciones agrícolas relativo a España, el corresponsal hace entrevistas diversas. En una de ellas, supongamos, una europarlamentaria critica a sus oponentes. También la información dada por el telediario del día anterior. El corresponsal incluye esa frase en su pieza, pero el editor adjunto del mismo telediario criticado tiene a bien suprimirla “porque tu pieza era 15 segundos más larga de lo que te pedimos”. Después, los demás medios hablan de censura, pero tus jefes, los editores del telediario, son rápidos jugadores de ajedrez: “No se puede cuestionar la profesionalidad de nuestro corresponsal”, replican a los demás.
Si el corresponsal en París propone, pongamos por caso, un tema sobre la falta de medidas contra la violencia de género en Francia, le dirán: “¿Seguro que te has enterado bien?” Su proposición será rechazada; porque el redactor-jefe cree que –siempre, siempre- Francia es más avanzada socialmente. Y esa certidumbre suya no puede fallar. Tres meses después, el mismo redactor-jefe le pedirá: “Haznos un tema sobre la violencia de género en Francia, para contrastar con lo que pasa aquí; ah, y me cuentas la estadística oficial”. Cuando el corresponsal le dice que en Francia el asunto está en la prehistoria, que no hay ley específica, ni estadísticas oficiales ni nada, la respuesta le llegará como la bomba de un B-52 en la guerra de Corea: “¿Seguro que te has enterado bien?”.
El corresponsal sabe que va haber una reunión decisiva de la OTAN en Niza. Lo anota entre sus previsiones del mes que envía a sus jefes, para recordárselo. Pero ellos quieren que vaya el experto militar de la redacción. El día de la cumbre de Niza, el experto tiene otra tarea encomendada. Por su lado, cuatro horas antes de la reunión atlántica, el corresponsal está haciendo un reportaje para el que lleva tiempo pidiendo varios permisos. En ese momento, cuando está haciendo una entrevista imprescindible para el reportaje, recibe una llamada urgente: “¡Tienes que estar en Niza en dos horas! ¡Y no nos importa cómo llegas allí a tiempo!”
Dos meses más tarde, el corresponsal no puede tomar el avión hacia Burdeos. Y no hay plazas en el tren. En Burdeos ha fallecido un actor español muy característico. El corresponsal y su camarógrafo alquilan un automóvil y vuelan por la autopista (600 kilómetros). Llegan a tiempo de tomar unas imágenes únicas de la familia junto al féretro, antes de la repatriación del cadáver. Su entrevista con los familiares del actor es exclusiva. No hay ningún otro medio allí. Lo envían una hora antes del telediario. El editor adjunto no lo considera porque ha optado por un directo (improvisado) en el aeropuerto de Barajas. “Vuestra entrevista y vuestras imágenes quedaban viejas”, aclara después ese editor adjunto. Y añade convencido: “Siempre es mejor el directo. Estarás de acuerdo, ¿no?”. De regreso, el corresponsal y su camarógrafo vuelan de nuevo por la autopista (otros 600 kilómetros). A primeras horas de la madrugada, las nieblas ralentizan su viaje de vuelta. Duermen tres horas. Temprano, el editor (distinto) del informativo de mediodía le llama al teléfono móvil para preparar el día después: “Oye, ¿se puede saber por qué no entraste en el segundo telediario con el tema de Burdeos?”.
El enviado especial lleva años ocupándose de Argelia. Y ese día está en Argel. Le piden que intervenga en el informativo de radio que precede a la medianoche. Le viene fatal, porque al día siguiente, la seguridad lo ha citado a las cinco y media de la mañana. Acompaña a una columna que irá a una aldea donde ha habido una matanza. Pero, disciplinadamente, el enviado especial se pone los cascos y se prepara para ese informativo nocturno en el que los tertulianos habituales –mientras toman café- le explican al enviado especial cómo son las cosas en Argel. Y tras el primer escarceo de debate, se le ocurre contradecirlos. El conductor del programa, que es amigo de los tertulianos, se siente incómodo y le despide amablemente “Muchas gracias a nuestro compañero Fulanito, que está, como ustedes saben, en Argel. Seguimos…” Esa noche el corresponsal (o enviado especial) no duerme apenas; porque no le queda tiempo para el sueño y porque prefiere repasar el recorrido, la relación de fuerzas en el entorno de la aldea de marras, los últimos acontecimientos. Contacta con otros enviados especiales que harán el viaje con la misma columna de la gendarmería argelina. La zona es muy peligrosa. Los testimonios de las víctimas son impresionantes, pero a la hora del informativo en Madrid le dicen: “No te creas tan importante. Tienes un minuto. Ni un segundo más. ¿Es que no sabes que hoy se presentan los presupuestos en las Cortes?”
Y al final de ese período, regresa a la redacción, más o menos satisfecho. El bebedor de café está allí puntual como un reloj de cuco. Espera la llamada de teléfono de otro corresponsal. Su saludo es inevitable: “¿Qué tal? ¡Viajando como siempre, eh, enchufado!”
————–
-
El texto anterior es el epílogo de Paco Audije para el libro "Crónicas de Paname", de José Mª
Patiño, publicado por Libros.com (mayo 2015, Madrid).
Patiño, premio de periodismo
Salvador de Madariaga, ilustra
cada mañana a los oyentes de
la Cadena SER con una meticulosa
revista de prensa internacional.
Fue corresponsal durante
un quinquenio en Bruselas
y durante 14 años en París.
"Crónicas de Paname" es un
repaso de su experiencia tanto personal como profesional.
Un libro auténtico sobre el ejercicio del periodismo, pero también una guía
introductoria de París y de
los parisinos.
Recomendable para quienes quieren saber algo de
verdad sobre París y no conformarse con las guías comerciales al uso.
//