Un debate en buena lógica no debiera ganarse por la brillantez de la oratoria de los contendientes. Ni por el reflejo en sus respuestas. Ni por el tono de mayor o menor seguridad en su exposición. Ni siquiera por el talante ante las cámaras, el atractivo físico o la apariencia de madurez. Todo esto cuenta, pero es bluff.
Pedro Sánchez y Mariano Rajoy en el inicio del debate que mantuvieron el 14 de diciembre de 2015Hay que ir a lo sustantivo. A lo que se dice, se afirma o propone. A su lógica y veracidad. A la claridad de la exposición. A la convicción de quien lo expone y al crédito que este nos merece. No hay que valorar el espectáculo sino el guión que este nos transmite. Ni al que golpea más o más fuerte, como en un pugilato de boxeo.
No es esto un debate o un cara a cara. Ni las fanfarronadas, baladronadas o la faramalla con que se viste, tantas veces, la puesta en escena. ‘Ha ganado este o el otro’. Cuidado con las corazonadas. Que la política y el arte de gobernar son cosas serias y ni diversión para la gente. Los debates, cuando se apagan los focos, son algo más que carne de tertulia divertida o de fulgurantes encuestas por teléfono. Son algo para pensar, analizar y contrastar entre la realidad y la ficción. O debieran serlo.
Además, un debate o un cara a cara –por más que uno se la parta públicamente al otro- solo es una faceta de un todo: del balance general de unos años de gobierno, bueno o malo, positivo o negativo en sus resultados, limpio o corrupto, con visos de capacidad para continuar o de agotamiento. Y también, de las posibilidades verosímiles para ser substituido por uno mejor. Ni lo viejo es bueno por viejo, ni lo nuevo lo es por nuevo. En esto de la vieja o la nueva política hay mucho de snob y de tontería. Lo de ayer, ni nuevo ni viejo, fué un error mediàtico y político. Fué mal planteado y pésimamente dirigido.
Pedro Sánchez puede y suele lucir juventud y sonrisa más que ideas creibles. Mariano Rajoy ya exhibe bastentes canas y arrugas de experiencia más que habilidad y determinación. Es lo que ha ocurrido en este mal planteado cara a cara que no tuvo un verdadero moderador. Se habló casi de todo pero de nada a fondo. No fué un debate, que es lo que se necesitaba.
Pedro Sánchez, desde el minuto cero se le echó al cuello a Mariano Rajoy, quien no logró sacárselo de encima. Rajoy intentó razonar, aportar datos y explicar propuestas; Sánchez interrumpió sin parar, acusó a gusto, viniera mucho o poco a cuento, y difamó lo que pudo. Y el moderador no moderó nada.
Con lo cual el joven pugil, más preparado para el boxeo que para gobernar, golpeó una y otra vez ‘al del plasma’ que ya debe estar pensando en la jubilación.
En el cuadrilátero se impuso, suciamente, el más joven y fuerte, mientras el reposado registrador de la propiedad, no atinaba ni podía (¿no le aconsejaban?), devolver los golpes. Y como el árbitro estaba desaparecido, en su papel de triste figura, ayer no hubo debate, sino una riña de barra de bar.