Con motivo de la admisión a trámite del proyecto de ley sobre la eutanasia en España, y como homenaje a Angel Hernández, el hombre que haciéndose un nudo en las tripas ayudó a morir dignamente a su mujer con una enfermedad degenerativa en fase terminal, me parece oportuno reproducir este artículo de 2011 escrito al día siguiente del suicidio asistido de Lucio Magri en algún lugar de Suiza.
El suicidio asistido de Lucio Magri, imprescindible figura del comunismo italiano del siglo veinte, va a generar, sin duda, un nuevo debate sobre el derecho a decidir el final de la propia vida, el derecho a decir basta. En Italia, y en otros lugares de occidente donde el asunto se topa siempre con el anatema y la inadmisible injerencia de las iglesias y las sectas, fundamentalmente la católica, que confunden el derecho a la vida, primero de los Derechos Fundamentales de todos los seres humanos, con la propiedad que se arrogan sobre las vidas de las personas.
El derecho a una muerte digna lo vienen reclamando insistentemente no solo los enfermos terminales –a quienes no hay razón humana alguna para obligarles a seguir soportando una existencia, que no lo es, hecha de sufrimiento y humillación– sino también sus familiares, forzados no solo al agotamiento físico que supone tener que asistir a esos enfermos, muchas veces en estado vegetativo, lo que no es un estado soportable desde ningún punto de vista, sino también a presenciar cada día, cada hora, cada minuto, esa cadena de sufrimientos sin fin.
Solo la promesa religiosa de un paraíso a cambio de dolor –y cuanto más dolor más paraíso– puede si no justificar, justificar nunca, al menos explicar la opción de dejar al enfermo agotarse hasta el último segundo de vida. Para el resto, para quienes no creemos en otra vida, y mucho menos en ningún paraíso de leyenda, no hay nada que explique la obligación de sufrir más allá del límite de resistencia que cada cual soporte. Jorge Martínez Reverte lo contó espléndidamente, hace algunos años, en un artículo donde repasaba la muerte de su madre.
El elenco de enfermedades mortales incluye no sólo las más físicas e invalidantes, sino también las morales, las enfermedades del alma. Hoy, el día de después, yo apoyo la decisión de Lucio Magri y envidio la facilidad que ha encontrado para ponerla en práctica. La “fatiga de vivir” es también una enfermedad terminal.