La tribu masái, de Kenia y Tanzania, fue durante mucho tiempo un modelo de cultura tradicional para muchos africanos, y también para occidentales que hacían safaris en sus tierras de Masái Mara, Samburu o Amboseli, escribe Joan Erakit (IPS)
Pero dejando de lado la familiaridad de los turistas con estos indígenas, estos enfrentan muchos de los mismos escollos en su camino al desarrollo que otras comunidades marginadas del mundo.
William Kikanae, líder comunitario de su aldea masái en Maasai Mara, dialogó con IPS en Nueva York durante el lanzamiento de una iniciativa de la marca española de calzado Pikolinos para brindar oportunidades económicas a mujeres de las tribus locales.
«Primero, sé por mí mismo que las mujeres son la parte más importante de la familia», dijo Kikanae a IPS. Pero «para el pueblo maasai, las mujeres no son importantes. Ellas no tienen el mismo poder que los hombres».
Como director de la organización Adcam para Kenia, Kikanae trabaja con marcas de otros países, como Pikolinos, para cultivar proyectos que permitan ganar dinero a las mujeres de su comunidad.
A través del Proyecto Maasai, las mujeres de la tribu bordan sandalias que luego se envían a España para su terminado y venta en todo el mundo. Las ganancias vuelven a la comunidad, bajo la forma de proyectos de desarrollo como escuelas, clínicas y viviendas.
«Antes, los hombres de mi comunidad pensaban que yo apoyaba a las mujeres para estar en el poder más que ellas», dijo Kikanae en relación al Proyecto Maasai.
«Nosotros no estamos en contra de nadie. Ahora puedo decir que incluso nuestros políticos están orgullosos del proyecto», agregó.
Los intermediarios
Según una funcionaria del gobierno y médica de la tribu maasai que pidió no revelar su nombre, apoyar a las mujeres e impulsarlas a la primera línea del desarrollo es una manera significativa de lograr cambios dentro de la comunidad.
«Las mujeres no pueden ser dueñas del ganado que crían, pero si se las educa esto cambiará. No todo está perdido para quienes no fueron a la escuela. Si sus hombres les permiten comerciar leche o artesanías, pueden generar ingresos para sus familias», dijo a IPS.
Las comunidades pobres siempre son explotadas y están escasamente representadas en lo relativo a la ayuda, así que cuando una tribu como la maasai se asocia con una organización del exterior es natural que aflore el escepticismo.
«El problema se origina en los intermediarios. Estos son muchachos que se supone conectan a la comunidad con ‘los que ayudan’. Estas personas aprovecharán la oportunidad de explotar a la comunidad para concretar sus propias ambiciones, mientras una parte muy pequeña de la ayuda llega a las beneficiarias», señaló la funcionaria a IPS.
«Como la educación se ha rezagado, los pocos individuos educados han usado la ignorancia de la mayoría en su propio beneficio. Así que, en pocas palabras, es posible que el aldeano común no logre diferenciar esto», agregó.
Tareas domiciliarias a la luz del fuego
Las mujeres maasai no suelen negar los problemas que les acarrea su falta de educación. Entienden que cuantas más personas educadas haya en su comunidad, menos serán víctimas de explotación.
Pero los viejos patrones persisten. En muchas aldeas africanas, solo si una niña es considerada «inútil» en su familia -resistiéndose a casarse joven, a desempeñar tareas domésticas o a cavar en el jardín- será enviada a la escuela para estudiar. Esto causa una discriminación en las oportunidades y hace que la educación sea inaccesible para quienes la desean.
Todavía en la actualidad es visible la dicotomía tradición-modernización.
Además, el hecho de que en el hogar no estén satisfechas las necesidades básicas, por ejemplo de electricidad o transporte hacia la escuela, dificulta mucho el desempeño de un estudiante rural.
«Imagínese intentando hacer las tareas domiciliarias a la luz del fuego o caminando largas distancias a y de la escuela», dijo a IPS la funcionaria.
Apostar al liderazgo femenino
Desde el punto de vista de alguien ajeno a la comunidad, puede parecer que las mujeres maasai no tienen respiro, ya que padecen desde la falta de servicios de salud -especialmente la materna, por lo que muchas fallecen al dar a luz- hasta la propagación del VIH/sida, un tema del que la mayoría prefiere no hablar.
«Los hombres van a las ciudades, venden vacas o trabajan, tienen relaciones con las mujeres del pueblo y traen el virus a casa», dijo la funcionaria.
«Las mujeres no han oído hablar de condones o de negociar para mantener relaciones sexuales seguras», agregó.
Como en otras sociedades del mundo, la propagación del VIH/sida está directamente vinculada a la educación, y cuando niños y niñas no reciben información sobre salud sexual, el ciclo perpetuo de la enfermedad continúa.
A estas preocupaciones se suma el creciente problema del desplazamiento de personas.
«Los hombres venden vastos sectores de Maasialand, a veces sin que sus esposas lo sepan. Esto ocurre desde Kitengela hasta Namanga, en la frontera. Otras comunidades están comprando esta tierra, y en poco tiempo los maasai estarán en áreas de muy difícil acceso. Los líderes actuales son de miras demasiado cortas para ver que se está forjando una catástrofe», agregó la funcionaria.
Para facilitar el desarrollo de los maasai «se necesita un buen liderazgo que guíe este proceso, para que no haya explotación».
Con educación y con un buen liderazgo, los obstáculos que enfrenta la tribu se abordan lentamente. Una a una, las mujeres maasai tienen más probabilidades de reevaluar las necesidades de sus familias y de su comunidad, al tiempo de trabajar juntas con organizaciones locales e internacionales para lograr un cambio, dijo.
Me resulta muy novedoso e ilustrativo este artículo, especialmente porque somos muchos los que a pesar de la globalidad y la Internet, cuando pensamos e imaginamos Africa vemos una «Africa del safari» (y las visiones incluso de entes como The History Channel, no difieren mucho tampoco, salvo que ponen más énfasis en los animales que en las personas) o un «Africa Hollywodense».
Veo que en sus proyectos de desarrollo para la mujer, los Maasai sufren el problema de la intermediación, con su burocracia y «recortes», algo que ocurre con importancia en los países del tercer mundo.