«El actual modelo de relaciones internacionales y la arquitectura de seguridad se destruyen sistemáticamente; se limita el papel de los organismos internacionales. Las normas de derecho internacional están sustituidas por un orden basado en reglas distintas, propuesto y apoyado por personas desconocidas, no definidas y no identificadas».
La cita no le pertenece al que esto escribe. Se trata más bien de una constatación algo tardía de un relevante miembro del equipo de Vladimir Putin; el coronel general Alexandr Fomin, viceministro de defensa de la Federación Rusa.
En unas sonadas declaraciones a la televisión rusa, Fomin aseguró que estamos asistiendo a la creación de un nuevo orden mundial, en el que los inevitables partidarios de la nueva Guerra Fría tratan de dividir el mundo entre nosotros y los otros, los buenos y los malos, los aliados y los adversarios.
Coincide esta división, cada vez más acentuada, con la aparición de nuevos tipos de armas, que invaden el espacio y el ciberespacio, modificando los conceptos y los métodos de guerra. En efecto, lo que hace apenas unas décadas podía habernos parecido una simple utopía se perfila como una amenaza real. Hoy en día, las ofensivas se ganan en el ciberespacio; las guerras pueden convertirse en batallas galácticas.
Estas nuevas formas de combate serán analizadas a finales de este mes en Moscú por los participantes en la novena Conferencia sobre Seguridad auspiciada por las autoridades rusas.
¿Se siente Rusia acorralada? La respuesta es un sí rotundo. A la presencia de cazas de combate de la OTAN en los países bálticos, de buques de guerra norteamericanos, británicos, holandeses o franceses en el Mar Negro, se suma el deseo de tres países limítrofes: Ucrania, Georgia y la República Moldova, de acelerar su ingreso en la Alianza Atlántica y la Unión Europea.
Los «tres mosqueteros», que sellaron una alianza estratégica hace apenas unas semanas, alegan idénticos motivos: Ucrania teme la pérdida del Dombás, región fronteriza disputada durante siglos por los cosacos rusos y ucranios; la República Moldova reclama la devolución de Transnistria, territorio ocupado por unidades del 14º ejército ruso desde la década de los años noventa, cuando Moldova proclamó su independencia; a su vez, Georgia reclama la devolución de Abjasia y Osetia del Sur, regiones que autoproclamaron su soberanía para poder navegar a la zaga de Moscú, autorizando la presencia de bases militares rusas en su territorio.
Los tres gobiernos acusan a Rusia de llevar a cabo acciones de desestabilización en sus respectivas regiones fronterizas. Por su parte, Moscú les echa en cara una actitud hostil, caracterizada por un sinfín de provocaciones antirrusas.
A la retórica belicosa se han ido sumando en las últimas semanas una serie de medidas concretas. En efecto, el Ministerio de Defensa ruso ha anunciado la creación de una veintena de divisiones llamadas a defender su frontera occidental para contrarrestar la creciente presencia de la OTAN. Se trata, según el Estado Mayor del ejército, de una respuesta a las maniobras llevadas a cabo por los miembros de la Alianza, cuya frecuencia aumenta de año en año. En el verano de 2021, Europa albergará varias maniobras auspiciadas por los Estados Unidos, las más importantes desde el final de la Guerra Fría. En opinión de los estrategas de Moscú, podría tratarse de preparativos para una guerra contra Rusia.
Detalle interesante: la prensa moscovita se hizo eco últimamente de las posibles razones que podrían llevar a un conflicto armado entre la Federación Rusa y la OTAN. Un primer escenario y el más probable, según los diarios rusos, sería un enfrentamiento por la región de Kaliningrado, un enclave estratégico donde se almacenan varios tipos de proyectiles balísticos rusos capaces de alcanzar los principales objetivos de la infraestructura militar de la OTAN. Aparentemente, el objetivo de las maniobras de la OTAN en la región sería la conquista y ocupación del enclave. Obviamente, Rusia no renunciará a Kaliningrado, lo que provocaría un conflicto abierto con la Alanza Atlántica.
En segundo lugar, cabe la posibilidad de un choque entre Rusia y la OTAN a raíz de la tensa situación de Bielorrusia. Hasta hace poco, hubo protestas masivas en este país debido a los resultados de las últimas elecciones presidenciales. Si la oposición pro-occidental toma el poder en Minsk, cabe suponer que reclamaría la presencia de tropas de la Alianza en su territorio. En este caso concreto, el Kremlin no considerará que se trata de un problema interno de Bielorrusia e intervendrá por la fuerza.
Otra opción barajada es un posible conflicto armado involucrando a Ucrania. Las autoridades de Kiev tratarán de apoderarse de las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk. Si bien las tropas rusas enviadas recientemente en la zona fronteriza se retiraron, su armamento permanece en los campos de entrenamiento situados en las inmediaciones de la frontera.
A petición de Ucrania, la Alianza Atlántica podría enviar sus contingentes para tratar de detener la ofensiva rusa.
También existen otros escenarios que contemplan un conflicto entre la OTAN y Rusia en los países bálticos. Sin embargo, en este caso concreto, los estrategas prefieren no utilizar la expresión de guerra abierta, tratando de recurrir al socorrido eufemismo de redistribución por la fuerza de las esferas de influencia.
El guion está escrito y las actuaciones, perfiladas. El enemigo… Todos somos enemigos. Pero aún seguimos sin saber quiénes son los insignes desconocidos, no definidos y no identificados a los que alude el general Fomin.
Se dice Königsberg, y allí nació, vivió y marcó las horas Immanuel Kant. Ahora sólo es el envase de los pepinillos a reacción que les amargaron a los rusos, que le dedican la ciudad a un fundador de la dictadura de la URSS, tan querida por su actual dictador.