El acuerdo para la normalización de las relaciones entre Serbia y Kosovo confirmó que la Unión Europea (UE) todavía actúa como «imán», atrayendo a sus vecinos, transformándolos e integrándolos, escribe Emma Bonino* para IPS.
Gracias a sus perspectivas de unirse a la UE, toda el área de los Balcanes se ha vuelto más estable y segura, pero, lamentablemente, este magnetismo virtuoso ya no ejerce la misma influencia sobre nuestros propios ciudadanos.
La UE se percibe cada vez más asociada a las políticas de austeridad que conducen a la recesión, el desempleo y la desesperación social. Y, lo que es más preocupante, hay señales de que la crisis actual no se limita a la esfera económica del bloque, sino que también impacta en sus valores más fundamentales.
En toda Europa vemos una intolerancia creciente, un apoyo cada vez mayor a los partidos xenófobos y populistas, discriminación y debilitamiento del imperio de la ley y poblaciones enteras de inmigrantes indocumentados, prácticamente sin derechos, castigados por su estatus más que por sus conductas individuales.
Nuestra comunidad inclusiva y abierta está amenazada por acciones destructivas que llevan a cabo grupos nacionalistas y demagógicos. Pero ellos no son los únicos que infligen daños a la UE.
En algunos países, incluida Italia, vemos demasiadas violaciones al Estado de derecho y y a los tratados internacionales y europeos, un sistema judicial poco confiable, condiciones inhumanas y degradantes en las prisiones, serios atropellos a los derechos humanos y casos graves de no rendición de cuentas.
¿Cómo podemos predicar el respeto a los valores universales en el exterior si estamos entre los países más condenados por la Corte Europea de Derechos Humanos?
Es de nuestro vital interés reaccionar ante todas estas tendencias alarmantes.
Para defender la construcción europea, necesitamos redescubrir su misión. Sus padres fundadores tuvieron que dejar de lado todo un mundo de prejuicios y temores. A partir de sus trágicas experiencias, sabían que construir fortalezas y muros bajo el disfraz de garantizar la paz y la seguridad era una ilusión.
Eligieron la integración y rechazaron las barreras. Entendieron que todas las libertades están estrechamente vinculadas: uno no puede querer el libre comercio y obstaculizar la libre circulación de las personas.
Grupos nacionalistas y demagógicos propagan temores y prejuicios por toda Europa, explotando el malestar y la desesperación social de quienes están sin empleo y no tienen fe en su futuro.
Como enfatizó el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi: «Es de particular importancia en esta coyuntura enfrentar el elevado desempleo de larga duración y el juvenil». Esta es una misión fundamental del nuevo gobierno italiano. El flujo de datos todavía es deprimente, y nos urge a adoptar nuevas medidas en coordinación con nuestros socios y en pleno respeto de nuestros compromisos fiscales.
Sin embargo, creo que la opción no es simplemente entre ajuste fiscal y derroche, y que tampoco se puede abordar el temor y el disgusto con Europa solamente a través de medidas económicas o de ingeniería financiera. Ninguna solución es creíble sin una dimensión política y sin acompasar toda la arquitectura europea.
Necesitamos un nuevo logro: una solución federal.
He invertido mucho tiempo, pasión y energía en apoyar la creación de una Europa federal, no por motivos ideológicos sino simplemente porque no conozco otro sistema capaz de permitir que 500 millones de personas –de diferentes naciones, culturas, religiones y que hablan una multiplicidad de idiomas– vivan juntas en libertad y diversidad en el siglo XXI.
Federalismo no significa que el gobierno central europeo deba convertirse en un Leviatán, como describen las aterradoras palabras de los eurofóbicos.
Hace un par de años propuse una «federación ligera», un modelo institucional que absorbiera no más de cinco por ciento del producto interno bruto europeo para financiar funciones gubernamentales específicas como la política exterior y de seguridad, investigaciones científicas, redes transeuropeas y seguridad de las transacciones comerciales, entre otras.
Por ejemplo, ¿cómo pueden los gobiernos europeos brindar una seguridad adecuada con menos recursos financieros? Solo un sistema europeo de defensa compartida, con Fuerzas Armadas comunes e integradas, nos permitirá salir del rincón al que nos confinan las severas restricciones presupuestarias.
Los gobiernos europeos son reticentes a dar pasos decisivos hacia este objetivo. Las consecuencias de esa reticencia son iniciativas fragmentadas, derroche de recursos y una disminución de la influencia europea en el escenario mundial.
Lo mismo se aplica a la investigación científica, un área donde a menudo los programas nacionales son demasiado pequeños para ser productivos y competir exitosamente con los enormes proyectos de las otras potencias mundiales.
Las elecciones parlamentarias europeas de 2014 serán una prueba significativa. Si queremos impedir el peligro de que los partidos populistas estén sobrerrepresentados, necesitamos poner a la Europa federal en el escenario central de la campaña electoral.
Las familias políticas pro europeas deberían presentar su propio candidato a la presidencia de la Comisión Europea (órgano ejecutivo del bloque) y agendas políticas para el futuro de la UE, poniendo énfasis en que una solución federal ahorrará recursos financieros significativos.
De este modo, la perspectiva federalista puede asumir un significado concreto para toda la ciudadanía, evitando el riesgo de que la perciban como una cuestión jurídica abstracta.
En 2014, exactamente un siglo después del asesinato de (el archiduque de Austria y heredero al trono del Imperio Austro-Húngaro) Franz Ferdinand en Sarajevo, que condujo a la destrucción de Europa, tendremos otra oportunidad de dar ímpetus al proyecto federal, bajo la presidencia italiana de la UE.
Y después de 2014, una evaluación de los tratados puede dar a la ciudadanía europea una sensación de propiedad más potente de sus instituciones comunes, y garantizar una mejor coexistencia entre los países de la eurozona y los demás estados miembro.
Si Europa no soluciona sus problemas de recesión y populismo, podemos perder todo lo que logramos desde los años 50, sin que podamos estimar cuánto llevará recuperar el mismo nivel de democracia, prosperidad y estabilidad que tuvimos.
Pero si adoptamos una nueva visión, comprometemos a nuestros pueblos y unimos a nuestros gobiernos, podemos empezar una nueva fase en la que impulsemos el crecimiento y fomentemos la legitimidad democrática y la influencia mundial.
*Emma Bonino es la ministra de Relaciones Exteriores de Italia.