El Gobierno de Lula da Silva penalizará a las empresas que discriminen salarialmente a las mujeres

Una nueva ley para imponer la igualdad salarial entre hombres y mujeres que cumplen una misma función es impulsada por el presidente Luiz Inácio Lula da Silva para combatir las desigualdades de género en el ámbito laboral, una vieja lucha frustrada en Brasil, informa Mario Osava (IPS) desde Río de Janeiro.

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Brasil, manifestación de mujeres contra la reelección de Jair Bolsonaro

La Consolidación de las Leyes del Trabajo, vigente desde 1943, ya establece esa equiparación, reafirmada en otras leyes e incluso en la Constitución de 1988, cuyo artículo siete impone «la prohibición de diferencia en salarios, ejercicio de funciones y criterios de admisión a causa del sexo, edad, color o estado civil».

Esta vez, Lula, cuyo gobierno progresista empodera las mujeres, anunció una legislación que penalizará a las empresas infractoras, según un anuncii del 28 de febrero, que va a detallar este miércoles 8 de marzo 2023, con motivo del Día Internacional de la Mujer.

El promedio salarial de las mujeres brasileñas era 20,1 por ciento inferior al de los hombres en 2022, según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, en un país con 208 millones de habitantes, y donde las mujeres representan 45,5 por ciento de la población económicamente activa.

«La ley no resuelve, porque no se cumple. La población reconoce la lejanía entre la ley escrita y la vida real», observó Hildete Pereira de Melo, profesora de la Universidad Federal Fluminense y economista que investiga inequidades de género hace cuatro décadas.

«La desigualdad es un problema de múltiples dimensiones y demanda siglos para su superación», sostuvo en entrevista con IPS desde la ciudad de Niterói, la sede universitaria, vecina a Río de Janeiro.

La maternidad es el factor primordial, pero la forma de socializar a las niñas dicta el futuro femenino, incluyendo el laboral y su menor remuneración: «Cuando se pone una muñeca en las manos de una niña, se sella su destino», sentenció la economista.

Casi 80 por ciento de las mujeres empleadas trabajan en cuatro sectores, en ese orden de concentración: enseñanza básica, salud, asistencia social y servicios domésticos: «Hasta el censo demográfico de 2010, el trabajo doméstico era la mayor ocupación femenina en Brasil, ahora es la cuarta», apuntó Melo.

Construcción histórica

Son todas actividades de cuidados y en general de baja remuneración, a excepción de los servicios de salud. Además las mujeres se concentran en áreas de menores sueldos, como enfermería, o ganan menos que los hombres en idénticas funciones.

Ocurre incluso en el trabajo doméstico, donde la mano de obra femenina alcanza 92 por ciento del total, pero los hombres obtienen mejor remuneración, al operar como jardineros o conductores de vehículos, mientras las mujeres se dedican a la cocina, a cuidar los niños y la limpieza.

«La reproducción humana se pasa obligatoriamente en el cuerpo femenino, que cumple la tarea de la gestación y el parto. Pero los cuidados posteriores podrían ser divididos con los hombres», comentó la profesora.

Con las mujeres socializadas para cuidar de los otros, se devaluó su trabajo. La idea inculcada incluso en las mujeres es que «cuidado es amor», no una actividad a remunerar, acotó.

Eso viene desde la sociedad primitiva, con la mujer siempre dedicada a generar y sostener la vida, mientras los hombres se volcaron a acciones relacionadas con la muerte, como la caza, la pesca y la guerra, recordó.

Entre sus derivaciones, en la familia el padre se vincula afectivamente a la mujer y esta a los hijos. Al separarse, el hombre deja también a los hijos, agravando la sobrecarga de la madre.

Deriva también de toda esa construcción social de milenios, la menor remuneración incluso en funciones idénticas, la menor presencia femenina en la cumbre de la jerarquía laboral, el desempleo «históricamente más elevado» entre las mujeres.

«Ellas son siempre despedidas primero», ganan menos incluso como jueces, con sus carreras entorpecidas por la posible maternidad, destacó Melo.

La escolaridad tampoco soluciona

Un factor usualmente apuntado como crucial para el ascenso profesional y salarial, el nivel de escolaridad, no vale para las mujeres. En ese rubro ellas superan los hombres desde 1991, aunque elijan carreras menos remuneradas y sean minoría en las ciencias exactas y economía, por ejemplo, producto de la «socialización para el cuidado».

Pero incluso en la investigación científica de élite, ganan becas inferiores. En el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico, las becas de productividad del más alto nivel, las investigadoras no alcanzan a diez por ciento de los contemplados.

Para una superación efectiva de esa condición femenina cada día menos aceptable, no bastan leyes, será necesario un largo proceso educativo para cambiar la socialización, que no sea distinta para las niñas y los niños, opinó Melo.

Por ejemplo, que en las guarderías sean compartidas las actividades relacionadas con la cocina, limpieza y lavandería de ropa.

Las desigualdades no se limitan al salario y la carrera. La representación de las mujeres el poder político en Brasil sigue una de las más bajas de América Latina. Las medidas legales para corregir el desequilibrio se revelaron poco eficaces.

Una cuota de treinta por ciento de candidaturas femeninas a la Cámara de Diputados, en cada partido, fue adoptada en 1997, pero solo se hizo obligatoria en 2009. Medidas complementarias, como obligar a la destinación de un porcentaje de fondos partidarios a las candidatas, se sumaron en los últimos años.

Las cuotas lograron pequeños avances, considerados insuficientes. En Brasil no hay listas cerradas de candidatos por partido, como en Argentina, las postulaciones son individuales. Hoy las mujeres suman solo 17,7 por ciento de los 513 diputados. En 1998 eran solo 5,5 por ciento. En el Senado, ellas alcanzaron 12,3 por ciento.

Desequilibrio político

La disparidad de poder político es otro de los factores que dificultan el combate a la desigualdad.

El escaso empoderamiento político de las mujeres hizo Brasil descender en la clasificación del Informe Global de Brecha de Género 2022, del Foro Económico Mundial, del 62 lugar en 2013 al 94 en ese año. La lista tiene 146 países en total.

La clasificación considera otros tres rubros: salud, educación y participación económica. Los indicadores brasileños no empeoraron, sino que avanzaron más lentamente que los demás. Entre los veintidós países latinoamericanos evaluados, Brasil solo aventaja a Belice y Guatemala.

Las mujeres negras son las principales víctimas de la inequidad persistente.

Sus ingresos eran 26,98 por ciento inferiores a los de los hombres blancos, mientras las mujeres blancas tenían una desventaja de 20,42 por ciento y los hombres negros 7,55 por ciento, siempre en comparación con hombres blancos, según un estudio de Janaína Feijó, economista de la Fundación Getulio Vargas de Río de Janeiro.

El estudio se basa en datos estadísticos oficiales de 2019, es decir anteriores a la pandemia de la COVID-19 que alteró bruscamente las condiciones económicas de varios grupos.

Entre el décimo más pobre de la población brasileña con ocupación laboral, las mujeres negras son una gran mayoría de 37 por ciento, mientras las mujeres blancas suman 16 por ciento. Su participación en el total de trabajadores ocupados es de 23 por ciento y 20,6 por ciento respectivamente, lo que indica un gran desbalance a causa del color de la piel.

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