Este es uno de los temas cinematográficos recurrentes. La verdad es que suele dar mucho juego el asunto de los niños cambiados al nacer porque, a partir de la anécdota -que, con toda razón, muchas familias viven como una tragedia- se pueden explorar todo tipo de sentimientos y situaciones.
En El hijo del otro, filme dirigido por la francesa Lorraine Lévy que se estrena en los cines españoles el 6 de junio de 2014, los sucesos tienen de fondo el, al parecer irresoluble, “conflicto palestino-israelí”, que es una fórmula aceptada en la diplomacia internacional para definir los más de sesenta años de invasión y ocupación israelí de los territorios palestinos. Lo que, en síntesis, da como resultado el cambio de un bebé judío por otro palestino.
Cuando se prepara para entrar en el ejército, el joven de Tel-Aviv Joseph descubre que no es hijo biológico de sus padres. Al nacer, en Haifa, fue intercambiado accidentalmente por Yacine, el bebé de una familia palestina que vive en los territorios ocupados de Cisjordania. Cuando las familias conocen la verdad todos sus miembros –y muy especialmente los dos chicos- pasan por los habituales sentimientos de negación, rechazo, desesperación… La duda, la pérdida de identidad, los prejuicios de raza y religión se erigen como espinosa barrera en sus vidas, y todos van a intentar superarla a través de la comprensión, la amistad y la reconciliación en un pedazo de mundo dominado por el miedo y el odio. Después… priman la tolerancia y los buenos sentimientos para llegar a un final “casi feliz”.
Lo que funciona en comedia no marcha en drama, leo en la reseña de un crítico canadiense, recordando la película, también francesa, La vida es un largo río tranquilo, que en 1988 abordó en primicia el espinoso asunto de los hijos intercambiados en la maternidad (recuerdo que, este mismo invierno, hemos publicado aquí la reseña de un filme japonés con idéntico leit motiv: De tal padre tal hijo). No sé si es eso, o simplemente que de la manera en que esta historia llega a la pantalla le falta convicción y maestría, pero lo cierto es que está llena de tópicos (israelíes clase media acomodada, palestinos pobres) y mejores intenciones que resultados.
Entre otras cosas porque, además y como para marcar bien que ninguno de los dos se encuentra en el lugar en que debería estar, los jóvenes del relato (tienen 18 años, debería llamarles adolescentes, pero ya se sabe que en situaciones extremas los niños maduran mucho más y mucho antes), son “como extraterrestres” que tiene poco que ver con los restantes miembros de sus respectivas familias.
En resumen, claro que el mundo sería mejor si todos cayéramos en la cuenta de que la guerra es una inutilidad que solo causa dolor y nos esforzáramos por ser mejores y querer a nuestros vecinos. Pero historias como la de esta película no van a contribuir a conseguirlo, sino más bien a crear mayor escepticismo en cuanto a la salida de ese conflicto enquistado en la historia.
http://youtu.be/HQxnmpHLmbg