En la revista El Viejo Topo, septiembre de 1978, y en una larga entrevista que me hizo Víctor Claudín, reflexionaba yo sobre un tema que 36 años más tarde veo conserva toda su actualidad. Mayo 68 en Francia, el 15-M en España y sus secuelas marcan, a mi modo de ver, la ceguera o simplemente impotencia burocrática de los partidos comunistas en Francia o España para desmarcarse de la política de alianzas y supeditaciones a los poderes capitalistas que les mantienen maniatado.
Escribía en 1978:
«No intento realizar análisis de culpabilidades individuales, herencias o megalomanías y enfrentamientos personales. Intento trascender lo anecdótico para encontrar lo esencial en la interpretación política, estratégica e incluso ideológica. Mi crítica a los partidos comunistas radica en su no incisión en el problema de la revolución cultural, su absoluto oportunismo, su lucha coyuntural, que si a la corta parece necesaria, a la larga resulta perniciosa, incluso nauseabunda. Recuerdo que cuando vivía los últimos días del mayo 68 en París, antes de marchar a Praga, se planteó el tema de que al final de aquella revuelta imaginativa iniciada por estudiantes pero secundada en gran parte por miles y miles de trabajadores, se impuso el diálogo en el que participaron tanto De Gaulle y Pompidou como el PCF con Waldeck Rochet y George Seguy. Y las tesis del PCF, refrendadas por la dirección del partido español fueron: ¿Veis? La revolución es imposible, totalmente utópica, hasta los propios trabajadores se retiran cuando se los quiere atrapar en una lucha aventurera». Y en la semana siguiente, ya en junio y terminados los enfrentamientos, las huelgas, las barricadas, las acciones que provocaron la mayor crisis política que ha conocido Occidente en nuestro tiempo, el órgano del partido comunista francés L’Humanité, se descolgaba con un artículo triunfalista en el que subrayaba que » ya hay gasolina para el próximo weekend». Como si este fuera el objetivo prioritario de una sociedad.
Para mi el problema del mayo francés no radicaba en el análisis que hagamos de él -no se encontraba detrás de él un partido organizado, ni planteaba programas concretos de gobierno y acción sindical, era un grito, una revuelta contra la podredumbre y explotación capitalista, contra un Gobierno corrupto y autoritario, por un mundo distinto, una sociedad más justa, libre e igualitaria- sino en como desde hacía veinte años el PC francés estaba conformando una militancia anti revolucionaria, condicionando a sus propios militantes para que nunca se enfrentaran al hecho de la propia transformación radical de la sociedad, y cuando se planteaba una acción revolucionaria preferían refugiarse en el conformismo, entregarse al poder depredador y destruir incluso los sueños de quienes generosamente luchaban por un mundo mejor.
«El problema que se plantea hoy, diez años después, en 1978 -seguía diciendo yo en la entrevista-, no es el de la táctica concreta, pactista, coyuntural que los partidos de izquierda mantienen, y sobre todo el partido comunista, es el problema de la desmovilización ideológica y cultural que realizan con sus propios militantes para condicionarles al hecho de asumir casi de una manera ya maniquea, de una manera que parece ha de ser eterna, una sociedad capitalista. Para que nunca puedan enfrentarse con la posibilidad de una auténtica revolución que transforme en sus raíces, en su esencia, en sus contenidos básicos, la sociedad presente. A partir de este problema grave se plantea el del intelectual en el partido».
– ¿Cuáles serían en tu opinión las directrices que, en el término de la revolución cultural habría que desarrollar?, me preguntaba Víctor Claudín.
Y respondía yo:
«Debieran ser antidirectrices, es decir, una insistencia absoluta en volver a situar el papel del ser humano dentro del marxismo. Una lucha brutal y rígida contra la degeneración de su lenguaje. Y una práctica cotidiana que cuestione constantemente el papel de esos fenómenos burocráticos que se dan en todo partido. Una práctica crítica constante y diaria que impida la sacralización, la mitificación de sus dirigentes, la división entre una minoría que realiza el trabajo político y una mayoría que se queda reducida exclusivamente al papel de correa de transmisión de ese trabajo, de simple fuerza material que lo lleva a efecto y una permanente revisión de la propia práctica democrática de ese partido. No es tanto el definirse frente a la acción de la Unión Soviética o de China, que no dejan de ser dos grandes Estados en disputa de los mercados mundiales, como el hecho de definirse en la forma de organizar la gestión, la participación y la elaboración colectiva de su línea teórica y de la práctica política del partido dentro del propio país, en la militancia, en la organización de quienes le componen. Creo que debemos poner ahí el acento más que en lo coyuntural, la forma de ir conquistando esas pequeñas parcelas de poder que el capitalismo va propiciando pero que en el fondo no van a transformar nunca la sociedad»
Hoy, -añado ahora- en 2014, Podemos surge como consecuencia de todas las acciones colectivas, asamblearias o manifestaciones que encuentran su punto de inflexión en el 15-M. Largas fueron las conversaciones que mantuve con José Luis Sampedro, antes de morirse, sobre este tema. Él apoyaba estas nuevas formas de combatir el modelo corrupto y cada vez más explotador del llamado neoliberalismo. Y el partido comunista, cada vez más en declive y en desarrollo endogámico, lejos de criticar y denostarlas debiera fijarse en ellas y buscar puntos de inflexión para su propia organización y métodos de lucha, en vez de conformarse con servir de apoyo al régimen corrupto y dependiente de la gran oligarquía mundial, e incluso a veces participar en sus prácticas cada vez más explotadoras y asfixiantes para el proletariado, los profesionales y las clases medias.