El periodista y cineasta Juan Manuel Cotelo – quien ha encontrado a su público entre los buenos católicos, esos que ponen la otra mejilla, pero también los que creen que la fe mueve literalmente montañas y que la Virgen María tiene la manía de aparecerse siempre a cuasi analfabetos que lo explican muy mal– ha escrito, producido, realizado y hasta protagonizado un documental sobre la reconciliación y el perdón, y las alegrías espirituales que proporcionan a los “buenos” que perdonan a los “malos”.
El guion se construye mezclando a las víctimas de ETA Irene Villa y su madre con un terrorista del IRA arrepentido tras pasar catorce años entre rejas, un guerrillero colombiano harto de matar en la selva, algunas víctimas del genocidio ruandés, una película del oeste y –lo más increíble de todo– el caso del señor latinoamericano que pasó cinco años rezando el rosario para conseguir que su esposa regresara de la aventura amorosa que le había alejado del hogar, donde se dedicaba a “sus labores”, y la había convertido en una mujer independiente, empresaria y feliz. Los rezos hicieron efecto y la buena señora, con más años y más kilos encima, renunció a la felicidad, la independencia y el amor nuevo para centrarse otra vez en lo de “hasta que la muerte nos separe” junto al marido meapilas.
Como puede apreciarse, todos casos de perdón con final feliz, porque eso es justamente lo que el multifacético director quiere demostrar: que perdonar hace milagros y proporciona felicidad, y que lo de “ni olvido ni perdón” es algo trasnochado, un mantra de izquierdistas pasados de rosca.
Como dice el crítico de la publicación digital Cinemanía, “los sermones, mejor en misa”. Porque todo en esta película está teñido de una moralina paleocristiana que distrae del objetivo fundamental, que no era otro que convertir al perdón en el hyper-don (el mayor regalo) que, según el señor Cotelo, decían los griegos.