Argentina parece a las puertas de ver el regreso al gobierno del peronismo, el heterogéneo movimiento que ha dominado la política nacional por buena parte de los últimos 70 años, informa Daniel Gutman[1] (IPS) desde Buenos Aires.
El presidente centroderechista, Mauricio Macri, depende de una hazaña o un milagro para ser reelegido en las elecciones del 27 de octubre de 2019. Así lo creen casi todos los analistas políticos después de su derrota por un margen inesperado de quince puntos en las elecciones primarias del domingo 11 de agosto.
La expresidenta centroizquierdista Cristina Fernández, quien dejó el poder muy desgastada en 2015 y hasta hoy está acosada por once investigaciones de presunta corrupción, ha sido la lideresa capaz de unificar al peronismo, que concurrió dividido hace cuatro años.
Esta vez –en una jugada exitosa, aparentemente pensada para contrarrestar su fuerte imagen negativa- lo hizo desde el segundo lugar de la fórmula y eligió como candidato a presidente a Alberto Fernández, un dirigente moderado y de escasa popularidad, que en los últimos años fue duramente crítico con la ahora senadora.
«Estas elecciones primarias funcionaron como un plebiscito, con una pregunta imaginaria que fue si los argentinos queremos seguir con Macri durante cuatro años más. La respuesta masiva fue no», explicó a IPS Carlos de Angelis, director del Centro de Estudios de Opinión Pública de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Los casi cuatro años de Macri en el gobierno vieron un aumento de la pobreza y la indigencia, mayor desempleo, cierre de empresas y comercios, una inflación galopante y un marcado deterioro del poder adquisitivo del salario.
El presidente, sin embargo, insiste en que su rumbo económico –de recorte del déficit fiscal y altas tasas de interés que asfixiaron la actividad económica- es «el único camino» y al que se vio forzado por el gasto excesivo de su predecesora y otras distorsiones de sus políticas populistas que llevaron al estancamiento.
En ese difícil contexto, el oficialismo hizo campaña con el discurso de que su derrota conduciría a un régimen autoritario, con un Alberto Fernández sin verdadero poder y manejado por la exmandataria.
Pero la expresidenta mantuvo su bajo perfil incluso en la noche del triunfo en las primarias: mientras los principales dirigentes de su espacio festejaban en Buenos Aires, ella mandó un sobrio video desde su casa en la patagónica ciudad de Río Gallegos, más cercana a la Antártida que a la capital argentina.
«Macri pidió aguante y la sociedad respondió que no puede aguantar más. Ahora lo problemático es cómo sigue, porque tiene que gobernar hasta el 10 de diciembre y, en el medio, enfrentar una elección», agregó De Angelis.
Argentina tiene un particular sistema electoral, en la cual los partidos políticos deben elegir sus candidatos en elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO).
Pero esta vez ningún partido tuvo competencia interna, por lo cual las PASO sirvieron nada más –y nada menos- que como una gran encuesta nacional, en la que votó aproximadamente 75 por ciento de los casi 34 millones de habilitados para hacerlo.
El resultado fue de casi 48 por ciento para la fórmula Fernández-Fernández contra 32 por ciento de la de Macri, en un contexto de fuerte polarización que deja poco margen para que cualquiera de estos dos candidatos crezca de aquí a octubre.
Con cifras idénticas, Fernández ni siquiera necesitaría una segunda vuelta, ya que la Constitución Nacional consagra presidente a quien obtenga en el primer turno 45 por ciento de los votos, o solo más de 40 por ciento si le separa de su seguidor una ventaja de al menos 10 puntos porcentuales.
«El resultado, por lo categórico, es extraordinariamente difícil que se modifique. Macri ya no cuenta con la confianza de los votantes, en el medio de una situación complicada que demanda una credibilidad que no tiene. Será necesario algún acuerdo con la oposición», expresó a IPS Marcelo Leiras, director del departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de San Andrés.
Este país del Cono Sur americano entró formalmente en una crisis financiera en abril de 2018, cuando su elevado endeudamiento y la desconfianza de los mercados internacionales de crédito produjo una devaluación de 50 por ciento de la moneda nacional en pocos días y aceleró la inflación.
El golpe fue sentido especialmente por los pobres, que son un tercio de la población pero se elevan a la mitad en el universo de los menores de dieciocho años, en un país con una población total de 44 millones de personas.
La situación llevó a Macri a buscar la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI), que otorgó a Argentina un monumental préstamo de 57 000 millones de dólares pero impuso a cambio un severo programa fiscal.
La magnitud del préstamo fue leída por analistas como una apuesta del FMI por la continuidad de Macri. En la misma sintonía están los presidentes de derecha Donald Trump (Estados Unidos), Jair Bolsonaro (Brasil).
También el mundo de las finanzas internacionales, que el lunes 12 castigó al país por el resultado electoral con caídas de más del 50 por ciento del valor de las empresas argentinas en las Bolsas de Buenos Aires y Nueva York.
Hubo además una nueva devaluación de un 30 por ciento del peso argentino, que anuncia una mayor inflación para las próximas semanas, ya que en la frágil economía local el aumento del dólar se traslada a casi todos los precios locales.
¿Otra vez una presidencia recortada?
Así, en un clima enrarecido en el que distintos sectores del poder comenzaron a pedir a Macri que se olvide de la reelección y se concentre en llegar al final de su mandato de la manera más ordenada posible, el presidente prefirió redoblar su apuesta al miedo y dijo que los nuevos temblores financieros son «solo una muestra de lo que puede pasar. El mundo ve esto como el fin de la Argentina».
«Hoy estamos más pobres que antes de las PASO. El kirchnerismo (por la línea política que conduce Cristina dentro del peronismo) tiene un problema de credibilidad en el mundo. Debería hacer autocrítica y resolverlo», dijo Macri, quien prefirió dejar en segundo plano que su gobierno haya perdido legitimidad entre los argentinos.
Sus declaraciones recibieron un fuerte rechazo, incluso fuera de la política. El conductor más popular de programas de entretenimientos en la TV, Marcelo Tinelli, pidió al gobierno «reflexionar por qué la gente le da la espalda con su voto».
Para el economista Martín Kalos, lo que pasó el día después de las PASO no debería sorprender: «Fue una reacción lógica del mundo económico y financiero ante el cambio que se avecina, que provoca incertidumbre en un contexto de crisis y volatilidad del cual tiene que hacerse cargo el actual gobierno».
La situación de inestabilidad llevó a que muchos aquí recuerden los sucesos de 1989, cuando el peronista Carlos Menem (1989-1999) ganó las elecciones y se produjo una hiperinflación que llevó al presidente radical Raúl Alfonsín (1983-1989) a traspasarle el poder anticipadamente.
«Dependerá de la capacidad de liderazgo que tenga en estos meses fundamentalmente Macri, quien por supuesto no ayuda cuando echa todas las culpas hacia afuera», agregó Kalos a IPS.
- Edición: Estrella Gutiérrez