Según la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, uno de cada tres cayucos que sale de África no llega a Europa. La red Migreurop estima que 16.000 personas murieron entre 1993 y 2012 intentando alcanzar las fronteras de la Unión Europea.
Una vez en Europa, según la Comisaría de Asuntos Interiores de la UE, quienes logran salvar esa azarosa travesía podrían formar parte de las hasta 880.000 víctimas de la esclavitud -sumadas a la persecución, el encarcelamiento y el racismo- que residen en nuestro continente. El muro de Alemania -el otro muro europeo precedente de los actuales- causó en 28 años 270 muertos. Los presidentes de la RDA fueron procesados y encarcelados por estos crímenes, 25 según el Centro de Estudios Históricos de Postdam.
La periodista Susana Hidalgo, quien recibió de Periodismo de Manos Unidas por un reportaje sobre los inmigrantes que viven en el monte Gurugú – reportaje que se incluye en su libro El último holocausto europeo (Akal, 2014)-, da voz en el mismo a expertos en flujos migratorios, en derecho internacional, en género, a activistas, a trabajadores de ONG, pero sobre todo a algunos de los protagonistas que consiguieron culminar su sueño, a los que lo siguen intentando y a los que han fracasado. Su objetivo no es otro que dar testimonio de los que fueron arrastrados mar adentro.
No pueden faltar en el libro las razones por las que los inmigrantes se embarcan en un viaje con tantísimos riesgo y de futuro incierto. Tampoco, los argumentos de los gobiernos europeos para negarles auxilio y enfocar el problema de la inmigración como si fuera una amenaza para nuestro supuesto bienestar. El coste humano de la Fortaleza Europa son las violaciones de los derechos humanos cometidas en las fronteras de Europa, tal como se titula el informe de Amnistía Internacional. No puede faltar en este trabajo una referencia a las devoluciones en caliente, pornografía jurídica según la autora. Ni tampoco un capítulo dedicado a la tragedia de la Playa del Tarajal, en Ceuta.
España es uno de los países más restrictivos en la denegación del derecho de asilo, un 20 por ciento frente al 26,65 de la media europea. También se ocupa Hidalgo del gravísimo problema de la emigración femenina e infantil y de las duras condiciones en los centros de internamiento. Otro aspecto que no olvida la autora es el tratamiento que se da a la inmigración en los medios de comunicación. La muerte de 300 inmigrantes procedentes de Libia en un naufragio nunca tendrá la misma repercusión que si eso le ocurriera a una embarcación de recreo llena de turistas europeos, tal como sucedió el 13 enero de 2011 con el crucero Costa Concordia. En este caso las 32 víctimas mortales merecieron mucha mayor atención que los 300 inmigrantes que se ahogaron ante las costas de Lampedusa en febrero de 2015.
“Nuestros nietos mirarán atrás y verán nuestra actitud abominable, como ahora nos pasa a nosotros cuando leemos sobre la trata de esclavos y miramos atrás”, ha dicho Josefina Bueno, experta en migraciones y profesora de la Universidad de Alicante. No creo, sin embargo, que las víctimas de este holocausto vayan a tener algún día un museo que las honre como lo tienen las víctimas del holocausto nazi. Tampoco pienso que sus nombres figuren en el futuro en algún muro. Este nuevo holocausto europeo está enterrado en el mar.