Teresa Gurza[1]
Para mantener al mundo en casa, autoridades de diferentes países han recurrido a medidas que van desde apelar a la responsabilidad personal para pensar en los demás, como en Alemania, hasta apalear a los infractores y obligarles a barrer calles o dormir en sitios «embrujados».
Algunas naciones van alivianando el confinamiento, por razones económicas; la OMS calcula que más de cuatrocientos millones de empresas quebrarán por la pandemia.
Otras, por su éxito en la contención; como Costa Rica, cuya población goza de acceso universal y gratuito a buenos servicios de salud, incluyendo pruebas de COVID-19, tiene menos de ochocientos casos y solo seis fallecidos.
O Vietnam, cuya ancestral desconfianza del gobierno chino lo hizo dudar sobre los primeros datos del virus de Wuhan y decidió comenzar una temprana cuarentena que, pese a tener frontera con China, le ha redituado pocos contagios y ninguna muerte.
En Madagascar, la cautela no la provocan los vecinos, sino su gente; el 20 de abril de 2020 se cambió el confinamiento por uso de mascarillas y no llevarlas se castiga barriendo calles.
Las autoridades indonesias aprovechan la superstición de su población y llevan a los que salen, a casas «embrujadas».
Y un sacerdote de Maryland consciente de que creyentes escrupulosos temen morir sin confesión, se sienta fuera de su parroquia y con los ojos vendados para preservar la intimidad, da la absolución a quienes confiesan sus pecados a gritos desde la ventanilla de sus autos. Pareciera, dice la agencia EFE, restaurante de comida rápida.
En Bélgica se pide consumir patatas fritas dos veces por semana, para que no se pudran 750 toneladas cosechadas antes del aislamiento.
Buscando atenuar la epidemia en cárceles chilenas, el presidente Sebastián Piñera indultó a 1800 reclusos; la sorpresa llegó cuando alrededor de cien lo rechazaron, por no tener adonde ir y no querer perder derechos laborales adquiridos en prisión.
Y en México muchos seguimos sin entender por qué si el presidente presume desde hace meses de que estamos preparados, médicos y enfermeras continúan protestando por falta de equipo y cada dos días llegan vuelos de China con material sanitario.
Al desprecio de López Obrador por las medidas de protección, se agrega que sus funcionarios y los periodistas que asisten a diarias conferencias de prensa, lo hacen sin mascarilla y pasándose los micrófonos de mano en mano.
Millones de mexicanos no pueden quedarse en casa, principalmente por su pobreza; y para evitar las aglomeraciones en la Ciudad de México, donde se concentra la mayor parte de infectados, se colocaron en 89 mercados y estaciones de Metro, mantas [pancartas] que alertan «¡Cuidado! Zona de contagio. Guarde su distancia y no toque nada».
Y en poblados de Sinaloa, Tamaulipas, Jalisco, Guanajuato, Morelos y Chihuahua, los cárteles del narcotráfico se han convertido en autoridades sanitarias de facto y se encargan de toques de queda, reparto de dinero y despensas [alimentos] y aplicación de multas.
En Sinaloa, mantas y videos advierten «por órdenes de los chapitos a las diez de la noche, todos adentro de sus casas…»
Y en Iguala, según el diario Reforma, una pintada en una barda [pared] pide respetar la contingencia y mantenerse en sus hogares; «al que encontremos afuera lo levantamos [detenemos]».
En cientos de municipios hay ley seca para evitar que el alcohol potencie la violencia intrafamiliar; pero surgió un mercado negro y las botellas se venden al doble.
Y mientras unos quieren que no se beba, otros promueven la borrachera; como el gobernador de Nuevo León, que regaló cervezas tamaño caguama [de 950 ml.], a albañiles que construyen un hospital.
Otro gobernador, el futbolista Cuauhtémoc Blanco, mandatario de Morelos, posó para fotos y videos dentro de un hospital supuestamente equipado con tecnología de punta, para combatir el coronavirus en esta entidad que acumula cientos de enfermos y decenas de muertes.
Pero todo resultó falso, el equipo era rentado [alquilado] y el «hospital» fue desmantelado a las pocas horas de grabar la publicidad.
Quiero finalizar contándoles que, como para el amor no hay edades ni barreras, la danesa Inga Rasmussen de 85 años y el agricultor alemán Karsten Tüchsen Hansen, de 89, decidieron seguir su romance a pesar del cierre de fronteras entre Alemania y Dinamarca.
Informa The New York Times, que ella maneja [conduce] hasta el punto fronterizo de Mollehusvej llevando café y una mesa; y él pedalea en su bicicleta eléctrica, con sillas y bebidas.
Viudos ambos, no pensaban volver a tener pareja; pero están enamoradísimos y se ven todas las tardes, sentados cada uno de su lado y a una distancia de dos metros.
«Jamás soñé vivir algo semejante» declaró el casi nonagenario novio y lamentó «lo malo es que no podemos abrazarnos, besarnos, ni hacer el amor».
- Teresa Gurza es una periodista mexicana multipremiada que distribuye actualmente sus artículos de forma independiente