En Italia están sonando las trompetas del infierno

Juan de Dios Ramírez-Heredia [1]

No me llamen tremendista. Júzguenme después de haber leído este escrito. Lo que está pasando en Italia tiene precedente en la historia del mundo y más concretamente en Europa. Lo veremos con detalle seguidamente. Lo malo es que cuando comentamos los peligros que nos acechan, cuando decimos que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla, rememorando a Cicerón, cuyo pensamiento ha sido repetido por los más ilustres pensadores, los jóvenes políticos que hoy nos gobiernan tienden a olvidarla porque en el fondo creen que eso ya no es posible en los tiempos que corren.

Yo lo he observado de forma muy directa en mis propios hijos. Cuando les digo que el momento político que nos ha tocado vivir se parece mucho al de los años más revueltos de la primera mitad del siglo XX que llevaron al mundo a la Segunda Gran Guerra o a la sangrienta y fratricida guerra civil española, miran con desdén como diciendo “papá te estás haciendo viejo. Aquellas circunstancias ya no se dan en la realidad social europea y mucho menos en la española”. Ojalá lleven razón. Ellos piensan que la historia de los pueblos se hace cada día y que cada día, aludiendo al evangelio de San Mateo, trae su propio afán.

No voy a desautorizar la frase del evangelista, por más que lleve el nombre del racista ministro del interior italiano Matteo Salvini, pero confieso que me gusta más la del discutido Thomas Jefferson, tercer presidente los Estados Unidos, quien afirmó que “una cosa es continuar la historia y otra repetirla”. Pues yo afirmo, sin más autoridad ―que es bien poca― que la que me da la edad y mi larga experiencia política, que tanto en Italia como en España, en Polonia, en Hungría… hay una parte de sus ciudadanos, alentados por políticos insensatos, que están empeñados en repetir las páginas más tristes de nuestra historia.

Italia y Alemania, dos caras de una misma moneda

He repetido hasta la saciedad que el noble y culto pueblo alemán no se acostó una noche de los años 30 del siglo pasado siendo demócrata y respetuoso de los derechos fundamentales de los ciudadanos y se despertó al día siguiente convertido en asesino, nazi y depredador de todos aquellos que no respondieran a sus patrones de raza privilegiada. En 1938 el gobierno alemán expulsó de su territorio a todos los hombres judíos de origen polaco. A las mujeres y a los niños les dejó vivir algún tiempo en Alemania. Como Matteo Salvini, quien quiere hacer un censo de los gitanos para expulsar fuera de Italia a los inmigrantes “aunque a los gitanos italianos, lamentablemente, nos los tengamos que quedar”.

Hitler, como el ministro Salvani, no se conformó con expulsar a los judíos polacos. Al año siguiente, en su fundamental discurso en el Bundestag de entonces, anunció la “aniquilación de la raza judía en Europa”. Y la llevó a la práctica ayudado por el genocida ministro Joseph Goebbels quien decía que “los judíos son ratas que transportan el contagio, inundan el continente y devoran recursos preciosos”. Matteo Salvini no necesita cámaras de gas para acabar con las vidas de los desgraciados que huyen de sus países perseguidos por sus ideas o muertos de hambre. Le basta con no permitir que los barcos cargados de “carne humana” ―así llama a los emigrantes que arriesgan sus vidas buscando una tierra mejor donde poder vivir― no lleguen a puertos italianos. Y si mientras tanto no sobreviven en el mar, habrá sido culpa de ellos.

Italia padeció al mismo tiempo la dictadura populista de Benito Musolini a quien el pueblo denominó “Duce”, igual que los alemanes distinguieron a Hitler con el apelativo de “führer” que significa “líder”, “conductor”. Ambos se distinguieron por impulsar una política rabiosamente nacionalista ― El Nacionalsocialismo sostiene que la raza y la herencia genética y cultural son los valores rectores que dan cohesión natural a la nación―.

Todos sabemos que Matteo Salvini sigue las huellas de ambos dictadores. Desde 1990 forma parte de un partido separatista que exige la independencia de la Padania, región rica y próspera del norte de Italia, bajo el lema “Roma nos roba”. Y ya en el año 2014 reclamó del gobierno italiano la facultad de celebrar un referéndum para establecer el derecho a la autodeterminación de la Lombardía. Y en su afán de desprestigiar al sistema político vigente en Italia y a las democracias europeas no dudó en apoyar abiertamente al racista Le Pen y a su partido, así como ridiculizar el sistema financiero comunitario llamando al euro “billetes de monopoly”.

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La represión contra los gitanos ya ha empezado en Roma

La «asociación 21 de luglio» está encabezando la protesta contra la persecución que están desarrollando tanto el Gobierno como otras administraciones locales contra el pueblo gitano. Hemos establecido contacto con su presidente, Carlo Stasolla, con el fin de apoyar cuanto se pueda hacer para frenar la locura que está convirtiendo a aquella hermosa tierra en la antesala del infierno.

Díganme, si no, qué es lo que el ayuntamiento de Roma, encabezado por su alcaldesa Virginia Raggi, dirigente del partido antisistema y de extrema izquierda “Movimiento 5 Estrellas” acaba de llevar a cabo en el asentamiento denominado Camping River.

Este es un espacio relativamente bien equipado, pagado por el ayuntamiento de la capital, reconocido desde el año 2005 como una «aldea equipada». Es decir que el asentamiento no es como nuestros suburbios plagados de barracas, sino que se trata de una superficie sobre las que se habían instalado unas unidades de viviendas destinadas a recoger a familias gitanas originarias principalmente de Bosnia-Herzegovina y Rumania. A principio de 2017 ocupaban estas viviendas 420 personas.

El 21 de junio de este año empezaron a sonar las trompetas del infierno

El ayuntamiento de Roma entregó a cada familia del asentamiento Camping River una carta en la que se les decía que “en el plazo de quince días debían dejar las casas libres de personas y de bienes”. Naturalmente nadie abandonó sus humildes hogares que les habían proporcionado las autoridades municipales. No tenían donde ir. Todos eran pobres, inmigrantes, refugiados, aunque llevaran muchos años en Italia. Así que en la mañana del 21 de junio, hace tan solo tres días, se produjo un gran despliegue de policías que tomaron al asalto las viviendas procediendo salvajemente a destruir todo lo que encontraron en su interior. Las familias gitanas, aterradas, quedaron a la intemperie junto a los restos destrozados de sus escasos bienes. Ese día arrasaron diez viviendas. De esta forma esperaban que los habitantes de Camping River emprendieran la espantada temerosos de la furia destructora que se cernía sobre ellos.

Pero no se fueron. ¿Dónde iban a ir? Al día siguiente la policía municipal procedió a destruir otros ocho bloques de viviendas en un ambiente dantesco en el que nadie podía entender las razones de tanta barbarie. Huelga decir que mientras la policía destruía los escasos bienes de aquellos desgraciados y los arrojaban fuera de sus casas, los activistas de los derechos humanos y los integrantes de la «asociación 21 de Julio» fueron obligados por la policía a permanecer fuera del asentamiento con el fin de que no fueran testigos de aquel ignominioso comportamiento. No obstante el presidente de la asociación me ha enviado algunas fotografías de las que les muestro dos de ellas. Hablan por sí solas.

He leído estos días que desde la tragedia de Lampedusa en octubre de 2013 (518 cadáveres), el cuerpo sin vida del niño Aylan en 2015 en una playa turca, hasta la llegada del Aquarius, el Mediterráneo ha sepultado, como mínimo, a 16 000 personas. Europa tiene una parte indudable de responsabilidad en este cementerio. A lo que el inconcebible gobierno italiano de convergencia entre la extrema derecha liderada por Matteo Salvani y el partido antisistema 5 Estrellas de extrema izquierda, deberá añadir el indigno honor de ser el causante de tanto dolor innecesario a familias que creían haber encontrado en Italia un lugar para la esperanza.

Y a nosotros, ciudadanos que contemplamos esta tragedia desde el horror y la impotencia, solo nos queda recordar a nuestros dirigentes políticos europeos la frase lapidaria del Dante Alighieri: “Los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos que, en tiempos de grandes crisis morales, mantienen su neutralidad.»

  1. Juan de Dios Ramírez-Heredia es abogado y periodista. Vicepresidente de la Unión Romani Internacional
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