Despierto. Miro alrededor. Todo es repetido, pero, al tiempo, es nuevo. Desayuno en una soledad que inspira, que atrae, pues ofrece la óptica de entender muchas cuestiones que, las veamos o no, son básicas.
Oteo formatos y soportes y aprovecho para repasar un poco la semana. Ha ido bien, pese a las dificultades. Los amigos nos han regalado lo mejor de ellos, su cariño, ante todo. Son fundamentales en la semántica de la vida, que hemos de trazar con argumentos y gramáticas que nos permitan despertar de verdad. Me aireo.
Recuerdo el impacto de aquella imagen de Paco Rabal en Pajarico, cuando nos decía aquello de “¡qué bien se está cuando se está bien!” Me encanta reiterarme esta circunstancia. Tomo el café con corrientes y anhelos espirituales y personales que verdaderamente son regalos. Un estado así tiene un valor infinito.
Aprovecho esta altura de miras, esta sensación de paz real (por cierto, recurrentemente celebramos el Día de la Paz en un planeta que tiene más de 30 guerras que no paran de romper el sentido de la Humanidad, una catástrofe en pleno siglo XXI que debemos parar ya), para brindar por la nota de la amistad. La hemos de soñar como convengamos. Lo importante es que se perciba, que estemos en contacto con ella, que breguemos por su reflejo y su fin.
Gracias, amigos y amigas, por formar parte de un sistema que, en y por su carisma, es único. Mi propósito hoy es disfrutar de él. ¡Venid!