Tras cumplir 20 años, de las dos condenas de 212 años de cárcel dictadas en 1996, Eugene de Kock, apodado “Prime Evil” (“Primer maligno”), ha salido en libertad el 30 de enero de 2015 “en interés de la reconciliación nacional”, según declaración oficial del ministro de Justicia sudafricano, Michael Masuta.
De Kock, de 66 años, fue jefe de un escuadrón de la policía secreta sudafricana – la Unidad C 1- especializada en “contra-insurrección”, y en 1996 le condenaron como responsable de 89 cargos, entre ellos la tortura y muerte de gran número de militantes anti-apartheid en los años 1980 y principios de 1990.
Los sudafricanos no son unánimes en cuanto a la libertad condicional concedida al torturador número uno del apartheid; para algunos no merecía volver a disfrutar del aire libre, debía “pudrirse en la cárcel”; para otros, ya es hora de personarle y considerar que, como tantos otros, fue un chivo expiatorio, alguien que además de por sus crímenes ha pagado también por los de otros, que nunca fueron condenados.
“Si De Kock ha quedado en libertad –ha dicho Pierre Pigou, antiguo investigador de la Comisión Verdad y Reconciliación, a Sébastien Hervieu, corresponsal del diario Le Monde en Johanesburgo- es porque ha seguido proporcionando información a las autoridades sobre desaparecidos, y sobre quienes le daban órdenes durante el apartheid. Pero, en contra de lo prometido por el gobierno de la época, esos responsables nunca aceptaron confesar los crímenes que cometieron, y nunca se les ha juzgado”.
«Los actos cometidos por De Kock fueron monstruosos –ha explicado a Ndesanjo Macha, del digital Global Voices Online, Pierre de Vos, profesor de derecho constitucional sudafricano quien mantiene la tesis de que ya es hora de que el pueblo sudafricano se enfrente a los demonios del apartheid-, mucho más de lo que pudo hacer cualquier otro personaje de aquel régimen. Resulta al menos discutible que pueda encontrarse en libertad condicional. Dicho esto, aislar a De Kock por su naturaleza particularmente maligna permite también tranquilizar a todos los que sacaron provecho del apartheid, y continúan haciéndolo por culpa de los efectos persistentes de aquel sistema…”
El profesor De Vos continúa explicando que se trata “de un arquetipo que pone de manifiesto un mecanismo de “la alteridad”: identificamos a un responsable (un verdugo escondido en el granero) y así corremos un tupido velo sobre nuestra complicidad con un sistema, del que nos hemos aprovechado y en nombre del cual De Kock cometía sus crímenes. Apoyando las denuncias contra De Kock así como que se le mantenga encarcelado, y pintándole como el único representante del mal, evitamos enfrentarnos al hecho de que el sistema era intrínsecamente malo”.
Y llega el momento en que, siguiendo su tesis, se enfrenta a “los demonios del apartheid”: “A nosotros, sudafricanos blancos que vivimos el apartheid (o cuyos padres lo vivieron), nos conforta la idea de que mayoritariamente éramos personas honestas –abogados, contables, funcionarios del estado, ferroviarios, médicos, maestros, aseguradores- que leíamos y hablábamos con los amigos de libros y películas, que íbamos a la ópera y los conciertos sinfónicos (…) que llorábamos al ver como mataban a un perro en una película infantil, que tratábamos a nuestros sirvientes con buenas maneras condescendientes. En nuestro ánimo nunca estuvo emplear con otros la crueldad o la violencia…Y sin embargo, nos beneficiamos de aquel sistema, cuya única razón de ser fue oprimir y explotar a otros, y apoyar y defender la causa de la superioridad de los blancos, irónicamente considerados como la “civilización occidental”, la misma civilización que engendró a Hitler, Stalin, Vietnam e Irak, y que usó la esclavitud y la opresión colonial para sacar beneficio”.