Enmascarados

Cuaderno de bitácora

Décimo día del tercer mes de 2024. En la nave el trabajo dejó de ser remunerado económicamente, nos evitamos muchos disgustos. Se procura que todo el mundo tenga una buena formación y a partir de ahí las personas se van especializando en las profesiones y ocupaciones que más les gustan, se trabaja por el bien común y se trata de que se tengan las necesidades básicas cubiertas y se viva con dignidad, pero de igual manera se debe contribuir a que la sociedad funcione según las capacidades de cada cual.

No se impone pero se busca que cada persona ocupe su lugar allá donde mejor pueda cumplir su labor. Se consiguió evitar, en gran medida, la codicia y la corrupción.

De los casos más repugnantes de corrupción todavía se recuerdan aquellos que sucedieron durante el periodo de la pandemia provocada por la COVID-19. Fue en el año 2020 y desde China se extendió en apenas unos meses por todo el planeta. De pronto, por marzo, el tiempo se paró y la población mundial quedó confinada en sus hogares. No había remedio para el mal, los hospitales estaban colapsados, el personal sanitario hizo un esfuerzo sobrehumano por intentar atajar la enfermedad pero al principio sus esfuerzos apenas se veían recompensados, murieron millones de personas. Quienes sobrevivieron a los ingresos hospitalarios recuerdan con horror su paso por ellos.

Las imágenes de morgues oficiales o las habilitadas para ello como pistas de hielo ponían los pelos de punta, filas y filas de féretros acumulados sin apenas capacidad para poder gestionar sus entierros, sus tristes entierros en soledad. Debido al confinamiento no se podían celebrar los duelos que aliviaban el tránsito de la muerte.

En algunos lugares las residencias de ancianos fueron abandonadas a su suerte y no se permitió que recibieran la atención médica mínima que garantizara el menor sufrimiento posible, la falta de empatía fue, quizás, lo más doloroso. La justicia dirá si aquello estuvo bien hecho o hubo mala praxis con consecuencias dramáticas; esperemos al menos que en las conciencias de quienes tomaron esas decisiones quede un lugar para saber pedir perdón.

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Aplausos desde los balcones a los sanitarios en los tiempos del confinamiento por covid

La respuesta de la sociedad en su conjunto fue ejemplar, con una disciplina sorprendente se aceptó la limitación de las libertades individuales, se aceptó que la única manera de parar aquello, mientras llegase la solución médica, era recluirse en los domicilios y solo aquellas personas con profesiones indispensables para el mantenimiento de los servicios básicos estaban autorizadas para poder transitar por los pueblos, ciudades y carreteras, mil gracias. El esfuerzo que se hizo fue extraordinario, y se pudo salir de aquella pesadilla.

El otro día, en la manifestación del 8 de Marzo, día de la mujer, nos cruzamos con Fernando Simón, o eso creímos, el médico epidemiólogo que todas las tardes aparecía en nuestras casas para darnos la información de cómo evolucionaba la pandemia, si no hubiera sido por mi timidez y el respeto a su espacio privado me hubiera acercado y le hubiese abrazado para agradecer en él todo lo que hicieron tantísimas personas de todos los ámbitos profesionales para protegernos en la situación más delicada a la que tuvimos que enfrentarnos colectivamente.

Pero mientras la mayoría cumplía con su deber, fuera recluidos en su domicilios o fuera en las tareas que eran necesarias, otros, aprovechando la situación creada, en vez de pensar en el bien común pensaron primero en sus bolsillos y fueron capaces de hacer negocios especulativos con la tragedia de toda la sociedad.

Qué ocurre en nuestras cabezas cuando situados en puestos de responsabilidad o situados en empresas que deben dar una respuesta ante una urgencia mundial, como fue la falta de mascarillas, equipos sanitarios de protección, guantes, viales,… a la vez que tenían que conseguirlas pensaban en llevarse una comisión, una mordida, un sobresueldo, un sobre lleno de billetes.

Cómo pudo haber gobernantes, cargos de confianza, funcionarios, empresarios, nobles o familiares que sabiendo el horror que estábamos viviendo pudieran estar pensando en lucrarse con tanto dolor, qué clase de personas pueden hacer eso, qué clase de gente es ésta que incluso viendo como morían miles de personas solo pensaban en lucrarse ilícitamente para comprarse pisos en Benidorm o coches o relojes de lujo, en repartirse como hienas el botín que dejaban las comisiones inmorales que conseguían por ocupar los puestos que ocupaban o por tener relaciónn con quien podía facilitarles el negocio.

Mientras aplaudíamos a las ocho de la tarde a todas las personas que intentaban salvarnos la vida, otros miserables enmascarados maquinaban cómo saquearnos. Qué desolación.

Luis González Carrillo
Cordobés de nacimiento y comunero al vivir en estas tierras de Madrid desde su infancia. Funcionario de la administración local, redactor de miles de informes y comunicaciones que le han permitido ganar la concreción y claridad necesaria, eliminando todo lo accesorio, para componer poemas con la métrica japonesa del haiku, tres versos de cinco, siete y cinco sílabas, habiendo editado dos libros con estas composiciones, Haikuario y En la frontera; esa misma experiencia, y sus lecturas, le han permitido comentar más de cien libros de novela y ensayo publicados en diversos medios locales. Desde hace dos años, además de seguir con el haiku, viene publicando de manera regular artículos bajo la denominación de Cuaderno de bitácora, en un claro homenaje a la serie Star Trek, consiguiendo un observatorio ideal para expresar sus opiniones sobre el presente, el pasado y el futuro de todo lo que acontece en el mundo natural, político, social o personal.

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