Ese opio alegre y curativo: el Athlétic Club en la ría del Nervión

Nací a setecientos kilómetros de la ciudad de hierro, en Extremadura, pero hace pocos días me fui a Bilbao –lo más cerca posible de San Mamés– para coincidir con la fiesta de la gabarra, entre la muchedumbre del Athletic Club, de la que me considero partícipe desde mi infancia.

Porque si los de Bilbao nacen donde quieren, los seguidores del equipo de San Mamés –por contagio epidérmico– gozamos de privilegios similares desde nuestra niñez.

Paolo Pasolini (1922-1975), escritor, poeta, figura trágica lorquiana, actor y cineasta, dejó escrito que «ser seguidor de un equipo de fútbol es una enfermedad juvenil que dura toda la vida».

Y aunque Pasolini siguiera a la AS Roma en ocasiones, nunca dejó de considerarse un fiel seguidor del Bologna FC 1909, el equipo de su ciudad natal. Esa fue su enfermedad desde que tuvo uso de razón. Fue un espectador atento del calcio de los equipos grandes y de los profesionales de los estadios más significados.

Pero Pasolini siempre disfrutó también el fútbol de base, el de los equipos pequeños y los partidos improvisados en las periferias urbanas. Aquel balompié que jugaban chavales barriobajeros en descampados perdidos de las ciudades italianas de su tiempo, en terrenos rodeados de rascacielos y viviendas baratas siempre en construcción.

En los rodajes de sus filmes, inventaba descansos en los que jugar al fútbol. Para él era una práctica casi obligatoria de todos los miembros de su equipo. Pensaba que en el campo conocía mejor a los actores y a quienes lo rodeaban en el trabajo.

Valerio Curcio lo explica en un libro titulado Il calcio secondo Pasolini, donde relata el legendario partido que opuso a quienes trabajaban con Bernardo Bertolucci en la película Novecento contra quienes lo hacían en Salò o le 120 giornate di Sodoma, película realizada por Passolini.

Lo llamaron el partido de los Novecento contra los Centoventi. Eran dos películas muy distintas con presupuestos desiguales de la misma productora. Para Passolini, su equipo era el de los pobres contra la película de los ricos, la de producción mayor. Durante el partido, los de su equipo inventaron un mote para los de Bertolucci: Novolento. Éstos respondieron llamando al otro equipo Salò bleve (uf, cómo traducirlo, no sé, quizá escape de gas o algo así).

Ganaron los de Bertolucci (5-2), pero parece que haciendo trampas: contrataron en su equipo cinematográfico a dos juveniles del Parma que  eran semiprofesionales. Passolini se puso furioso y abandonó el campo antes del final, «tras ser lesionado aposta por un técnico del equipo de Novecento» (*El fútbol según Pasolini, Valerio Curcio, publicado por Altamarea Ediciones, 2022).

Parece ser que la comida de confraternización organizada por los productores fue muy tensa. Algunos del equipo pasoliniano se negaron a brindar y beber la botella de Dom Pérignon regalada por los Novolento.

Con otros fundó una selección nacional de artistas y cantantes, una competición en toda regla en la que él mismo se ponía su camiseta de futbolista, sus colores y sus botas, para jugar un trofeo que se convirtió en una competición regular. También organizaba partidos con viejas glorias del calcio.

«En el campo era un jugador mediocre, pero muy motivado», dijo de él Giacomo Losi, entrenador y jugador que fuera internacional con la selección italiana.

En Bilbao, el alirón (all iron), la euforia popular en torno al Athletic Club, es siempre contagiosa. En esta ocasión tan reciente, mucho más; ante el paso de los jugadores navegando por la ría, mientras su gabarra era escoltada por un centenar de barcos, lanchas y embarcaciones diversas.

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@El paso de la gabarra del Athletic cerca de San Mamés. Foto X-Twitter: @AthleticClub

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Los cantos futbolísticos, las sirenas, los reencuentros de gentes venida de todas partes de Vizcaya (Bizkaia) y de otros territorios peninsulares, resultan difícilmente explicables sin la participación directa en el evento. ¡Y no me disculparé por haber olvidado durante dos días las guerras de este mundo, en el transcurso de esa tregua magnífica!

El gran escritor y filósofo Bertrand Russell, aristócrata, matemático, pacifista y Premio Nobel, contó que tenía un amigo americano, literato, «a quien suponía melancólico, por sus libros» (*véase La conquista de la felicidad, de Bertrand Russell, publicado en 1930).

Aquel reconocido escritor, amigo de Russell, sin embargo, al escuchar en la radio los resultados de su equipo de béisbol se olvidó de él y de toda su familia, de la literatura «y de todas las tristezas de su vida». Entonces, aquel hombre tan versado en letras, vociferaba alegremente al saber que había ganado su equipo.

Russell, que no sentía especial emoción ante los eventos deportivos, pudo desde aquel momento  «leer sus libros sin sentirse deprimido por los infortunios de sus personajes». Así que Bertrand Russell concluyó que «si a alguien le gusta el fútbol es, en ese aspecto, superior al que no le interese ese espectáculo».  

Para mí, mis dos días de celebración en Bilbao ––días de la gabarra–, entre mis amigos y su entusiasmo por el Athletic Club, han sido de lo más placentero. Como lo fue el día de la final en Sevilla, cuando vi el partido desde Madrid, por televisión. ¡Emocionante, sin un fallo en los penaltis finales!

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Foto de Fernando Iturribarría.

Ante la catedral de San Mamés, he acompañado varios rituales: una foto con el joven Unai Iturribarría (hijo de amigos), recién llegado de París, junto a la estatua del gran Iríbar, ídolo de los viejos tiempos, siempre elegante y sobrio. En la vida y en el juego. Un símbolo vivo, imprescindible.

Javier Marías, enorme literato y entrañable cascarrabias madridista, señaló antes de morir que el fútbol es «la recuperación semanal de la infancia».

Un matrimonio de amigos bilbainos viajó a Sevilla con sus hijos pequeños, Jon y Lea. Un viaje cansado y feliz que permanecerá en su memoria para siempre. No obstante, durante el viaje, a ese niño y a su hermana (ocho años) los asaltó una inquietud. «¿Y si perdemos?», preguntaron de repente.

Pues esta vez quiero recordar a Pelé, quien en otra ocasión similar dijo lo siguiente: «Lo mejor de la victoria no es el trofeo. Es el alivio».

En varios países, pero especialmente en algunos, como Uruguay o Argentina, la frontera del fútbol, el arte, la literatura y la vida misma, sencillamente no existe.

«Gracias a los argentinos, el fútbol tiene literatura y filosofía, aunque a veces obtengan la colaboración de grandes escritores uruguayos como Benedetti o Eduardo Galeano. En Europa se aborda apocalípticamente la omnipresencia del fútbol como un síntoma alarmante de la canalización de la rebelión de las masas. En América Latina, en cambio, una reunión entre Menotti, Valdano, Ángel Cappa y Bennedetti o Galeano puede convertirse en un debate filosófico», resumió Manuel Vázquez Montalbán.

Entre quienes teorizan contra la sumisión a los magnates (ay, Nasser al-Khelaifi, Florentino Pérez, Joan Laporta, etc) abundan los que creen que se puede resumir fácilmente este asunto vital en la observación de las maniobras de esos pocos millonarios. En realidad, estos mismos teóricos superficiales se limitan a referirse –obsesivamente– a referirse a los presupuestos de esos clubes y al dinero. Y en estos días, también a Rubiales y al tsunami contra los dirigentes de algunas instituciones futbolísticas. ¡Como si los demás no fuéramos capaces de entender eso! 

Se agarran a ese hueso como un perro obsesionado todos los días con el mismo palo seco.

Pero los que se apasionan por la ópera, por ejemplo, ¿abandonan su placer estético porque ese género sobreviva únicamente con la respiración asistida de las subvenciones y los presupuestos públicos?

Pascale Boniface, geopolitólogo a quien entrevisté en varias ocasiones, solía terminar nuestras entrevistas hablándome de fútbol. Este autor de numerosas obras sobre geoestrategia y política internacional (*entre ellas, La terre est ronde comme un ballon, Géopolitique du football), ha escrito que «el fútbol es una zona residual de enfrentamiento que permite una expresión controlada de la animosidad».

Por fortuna, añade, «en el fútbol, la eliminación de un adversario es siempre temporal». La victoria y la derrota son pasiones constatables, pero la primera permanece siempre en nuestro ánimo, sin que el equipo derrotado esté obligado a aceptar que la segunda lo sea de manera definitiva.

En 1998, el partido de Irán y Estados Unidos, durante el Mundial de entonces, empezó después de que los iraníes regalaran flores a los estadounidenses como señal de paz. Ganó Irán, 2-1. Citamos aquí sólo un ejemplo contrario a la exaltación nacionalista, que se atribuye de manera simple al fútbol, contra la multitud de ejemplos a contrario.

En Inglaterra, tras las revueltas de los aficionados contra la retorcida idea de la Superliga (ay, Florentino), la ley establece que los clubes históricos no pueden cambiar de logo o de nombre, ni sus estadios tampoco, si no lo aceptan las asociaciones y peñas de sus seguidores. La imbricación social de los aficionados con el alma histórica del Manchester United, el espíritu del Liverpool o el destino extraordinario del Chelsea, prevalecen por ahora. No es una victoria pequeña de los supporters.

Todos los domingos y lunes se citan todos los malos ejemplos de expresiones racistas en los estadios, pero casi nunca los mucho más numerosos casos en los que el fútbol juega el papel de paciente pedagogía opuesta al racismo. En los campos, contra lo que cree más de uno, predomina el antirracismo de manera aplastante.

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En el portal digital de No room for racism se afirma rotundamente lo siguiente: «El fútbol es un juego global que reúne culturas y comunidades diversas y que agrupa gentes de cualquier trasfondo. La Premier League ha acogido desde 1992 a jugadores de 123 naciones diferentes».

Quienes en abril hemos cantado al paso de la gabarra por la ría del Nervión somos todos unos descerebrados conscientes de todo lo anterior,

Y lo asumimos sin rastro de mala conciencia; igual que cualquier práctica masónica, ritual, religiosa, literaria, operística o propia de un concierto de musica barroca.

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Aceptamos que el fútbol es el opio del pueblo, aunque estimemos que en la mayoría de los casos esa droga es reparadora. «Un opio terapéutico», dijo Pasolini, quien remató así la idea: «No creo que haya un psicoanálisis que lo desaconseje. Las dos horas del forofo (agresividad y fraternidad) en el estadio son liberadoras; aunque respecto a la moral política o a la política moralista, sean alienantes y evasivas».

El fútbol como enfermedad incurable debería recibir algún premio Nobel, el de la paz u otro Nobel que resultara adecuado.

Y si no el fútbol en general, al menos tendrían que ofrecérselo a José Ángel Iríbar (81 años), a quien vimos volar de nuevo en la gabarra como el anciano-niño más feliz del planeta. ¡Aúpa, Athlétic!

Paco Audije
Periodista. Fue colaborador del diario Hoy (Extremadura, España) en 1975/76. Trabajó en el Departamento Extranjero del Banco Hispano Americano (1972-1980). Hasta 1984, colaboró en varias publicaciones de información general. En Televisión Española (1984-2008), siete años como corresponsal en Francia. Cubrió la actualidad en diversos países europeos, así como varios conflictos internacionales (Argelia, Albania, Kosovo, India e Irlanda del Norte, sobre todo). En la Federación Internacional de Periodistas ha sido miembro del Presidium del Congreso de la FIP/IFJ (Moscú, 2007); Secretario General Adjunto (Bruselas, 2008-2010); consejero del Comité Director de la Federación Europea de Periodistas FEP/EFJ (2013-2016); y del Comité Ejecutivo de la FIP/IFJ (2010-2013 y 2016-2022). Doce años corresponsal del diario francófono belga "La Libre Belgique" (2010-2022).

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