Prometía ser uno de los máximos hits del Festival Jazz Madrid 2015. Sabíamos que el concierto era una promo de su última producción discográfica, Emily’s D+Evolution. Que significaba un abandono, quién sabe si temporal o definitivo, de Esperanza, del jazz, del contrabajo, de la melena estilo afro. Pero lo que vimos fue un auténtico desdoblamiento de personalidad y parece que el público, no demasiado numeroso de la sala Riviera, en ese lunes 16 de noviembre no estaba totalmente preparado para tal cambio. Misterios: ¿Porqué en un lunes, porqué la entrada sensiblemente más cara de todo el Festival?
Lo que se vio fue una performance, con profusión de efectos sintetizadores, que en un momento tuvo los colores de la bandera francesa, en breve homenaje a las víctimas del viernes en París. La completísima batería de Justin Tyson escondida tras un biombo de metacrilato, quizá para no dejar definitivamente sordos a los espectadores, aunque el volumen de decibelios sobrepasó todo lo posible, sobre todo en las cercanías del escenario, que es donde se arremolinaba la mayoría de la audiencia, aunque más atrás el sonido mejoraba sensiblemente. Pero claro, la cuestión era ver a Esperanza/Emily (su segundo nombre) de cerca. Apoyada por la guitarra y la voz de Emely Elbert, coros de Corey King y la guitarra de Matt Srevens, ella, la niña prodigio, la ganadora de cuatro premios Grammy, el primero a música revelación de jazz, la profesora a los veinte años del más que prestigioso Berklee College of Music, la mimada casi adolescente por las bandas de Michel Camilo, Stanley Clarke, Pat Metheny y Joe Lovano, ahijada en el arte de la cantante Patti Austin… sorprende con un cambio de lenguaje que la transporta a otros mundos, como ella dice, ser artista de jazz no es mi identidad total. Una persona puede usar varios idiomas diferentes. Ella misma compara este nuevo lenguaje con el surrealismo, no hay que tratar de entenderlo, hay que entregarse a él y punto.
Así que Esperanza/Emily se volcó en un lenguaje entre el soul y el rock, con toques de orientalismo y lejanas e inevitables reminiscencias de jazz, porque ella quiera o no lleva el jazz en el fondo de su alma. Muy en el fondo anoche, ciertamente, en esa performance que rozó la psicoledia, del bajo al piano y siempre con su voz inimitable, cante lo que cante es siempre ella. Puede cantar lo que la dé la gana y no sé si me sorprendería si algún día diera otra vuelta de tuerca a su forma de expresarse y la oyéramos cantando ópera.
Esta metamorfosis de Esperanza/Emily hacia lo teatral, polifacético e incluso poético, quizá también una amplia operación de marketing para atraer a nuevos públicos acordes con lo último de lo último, pero conservando su público jazzístico, -al fin y al cabo ella es la voz, y puede jugar con ella a lo que quiera,- puede ser el inicio de un nuevo ciclo abierto a todas sus posibilidades, como un reto que se hace a sí misma. Lo cual, tampoco es nuevo bajo el sol.
Sin duda fue un espectáculo muy trabajado, con duelos con Tyson y Stevens, actuando de crítica con la economía mundial, destilando emociones, cambiando de piel una docena de veces, quedándose sola en escena, actuando con su voz y su bajo y finalmente a capella
Cante lo que cante y como lo cante, Esperanza/Emily Spalding es una artista total.