No es divertido, aunque en un principio lo pueda parecer: Es una sátira teatral sobre la crisis financiera de la zona euro, un verdadero drama que extiende sus tentáculos hasta tocarnos en lo vivo y lo íntimo, el pan nuestro de cada día.
Una película de Tarantino da la base argumental para empezar a entender lo que nos está pasando: los actores del teatro dan voz a los gansters de Hollywood que se proyectan en la pantalla que hay sobre el escenario. Acto seguido visualizamos a Júpiter raptando a Europa como metáfora del rapto de los dineros que se han esfumado.
¿pero quién es ahora y aquí Júpiter? ¿El FMI, Rato, la Merkel, el BCE?
Ellos dan nombres propios sin miedo, también sin esperanza de que nada se resuelva por su intervención: la Merkel, ¿es cierto que se ha hecho la Unión Europea para pagar la reunificación alemana? Draghi, Rato. Para empezar, todos quieren un baile con la Merkel, que no es la más fea en absoluto, aunque más tarde no dudarán en despedazarla para repartírsela según el supuesto arriba fijado, mientras que a Rato lo marcarán con un hierro candente.
¿Y por qué sólo a Rato? ¿Qué pasa con la justicia lenta? Y siempre, como telón de fondo, la misma connivencia: Todos los presidentes de estos organismos internacionales han sido políticos antes que banqueros o lo serán después. Sean o no sean verdad estas delirantes teorías conspiranoicas, está claro que algo hay que hacer y este grupo gallego lo ha hecho.
Hay muchos aciertos en el montaje, como los que he citado. Y muchos disparates también, sin duda, que apelan a los más bajos instintos de la gente dando por sentado que de la justicia, nada de nada. Difícil tratar este tema -tan doloroso, tan reciente- sin desbarrar de impotencia y de rabia. Parece que sólo nos queda el recurso al pataleo, pero al menos es algo, si no queremos que además nos dé un infarto. Más vale desbarrar que silenciar, que es lo que estamos haciendo el resto, dejando a las víctimas solas en su desesperación. Así de insolidarios y malucos somos con el mal ajeno, aunque muchas de ellas sean nuestras abuelas («que no lo hubieran tenido ahí”).
Por eso a mí me dan envidia los gallegos. Han convertido la crisis y sus actantes o «lactantes» (la crisis vista como una gran cerda de la que todos quieren chupar para salir más gordos de lo que entraron) en metáfora esperpéntica y la han traído al teatro nacional, al Centro Dramático Nacional, para ajusticiarlos en la Plaza de Lavapiés. Como que el teatro se llama Valle-Inclán, otro gallego, así cualquiera.
Es una salida, una de tantas salidas posibles (la otra es tirarse al río), pero más que nada una salida falsa, terapéutica sólo de almas, que la de devolver los dineros va a costar un poco más, pero sigo diciendo que me dan envidia los gallegos. Ellos fueron los primeros en asaltar sucursales bancarias en cuanto se dieron cuenta del expolio, en tomar plenos de ayuntamientos y acorralar consejos de administración subiéndose a las barbas mismas de presidentes y responsables que ponían cara de conejos atrapados en su madriguera delante los ojos de las cámaras de televisión. Estaban desesperados y fueron ejemplo para los de León, Castilla, Asturias, bien cerquita y que aún estaban en el sueño de que tenían ahorros, sin asumir lo que les había pasado, que no acababan de enterarse de que estaban metidos en el mismo pastelazo de moscas.
Y ahora han hecho un espectáculo delirante para hablar sin tapujos del complot que supone la salvación de la banca en general a costa del pueblo en particular. Porque, vamos a ver, ¿quién la vació? Desde esta perspectiva, no hay que negar que se entiende muchísimo mejor lo que nos ha pasado y el miedo que tenemos a ser desposeídos hasta que no nos quede ni el agujero del calcetín. ¿Quién nos asegura nada de hoy para mañana? Algo para lo que nuestras abuelas, a pesar de que pasaron una guerra, no estaban preparadas. Perder sus ahorros. Ellas que saben hacer carne con patatas sin carne. Algunas morirán en el intento de querer entender por qué su Caja no se lo deja sacar.
En los círculos de sociedad, en los guateques del canapé y las copas, ya no se puede hablar de preferentes: «Ay, por favor, no saques ahora eso». En las redes sociales también te borran esa palabra como no correcta, hay que dejar atrás y seguir con lo que estamos, mejor se habla de alimentos que adelgazan. Por eso es tan de agradecer esta función apocalíptica: «Y tendrán preferencia los que hayan comprado preferentes…» ¡Por fin! La palabra adquiere y recupera su auténtico significado. Preferentes se llamaban porque se ofrecían a clientes preferentes, ése era su verdadero significado, pero luego acabaron colocándoselas a todos, fuera cliente preferente o fuera una abuela de una aldea perdida en las montañas que tenía guardados los ahorros de su vida «por un si acaso».
En la función no se pasa bien aunque algunos/muchos se rían: esto no es de reír. Esto no es de leíl, como decía Alfonso Sastre.
Yo no me río cuando veo torturar a alguien, ni siquiera en teatro, aunque sea culpable de lo peor. Creo que es una salida falsa y prefiero que devuelvan lo robado. Ya está bien de escarnios y falta de efectividad luego. Y en Galicia han sabido transformar la rabia y la impotencia de sus paisanos en una obra de teatro que ha llegado al CDN, pero hacen falta más hasta que caigan las murallas, para que no quede en mero entretenimiento de masas.
Cuando escribo esto, me llega que, en la sala Kubrik, un grupo vasco, de Santurce, representa la obra Ejecución hipotecaria, parece que el teatro se va enterando de lo que pasa. Veo con arrobo y risa que las entradas se compran a través de la Kutxa, y conozco al menos a uno que ha sido echado de su piso por esta entidad aquí, en La Latina, mediante ejecución hipotecaria. El mismo que te echa te vende las entradas. Bien pudiera ser.
- Título: Eurozone
- Autor: Manuel Cortés
- Director: Xron
- Cía: Chévere
- Intérpretes: Manuel Cortés, Borja Fernández, Mónica García, Miguel de Lira, Patricia de Lorenzo
- Duración: 1 h 30 min
- Teatro Valle-Inclán (CDN), Plaza de Lavapiés
- En cartel hasta el 24 de noviembre