Hablamos de este controvertido tema porque, como no tenemos suficientes problemas, añadimos uno más a la cesta de la ansiedad colectiva; esa que se gestiona cuando la enfermedad llega, cuando no se puede elegir, cuando pasas de ser persona a ser dependiente.
Y como en toda cuestión que tiene que ver con la enfermedad crónica, los seres humanos pasamos a ser cosas, o cosos, porque en el sentido pesar, el devenir no es demasiado halagüeño. Luego llega la clase política, los que nos gobiernan, personas que realmente no saben qué es la patología crónica porque en su lozanía, en la insultante juventud que aún muchos conservan, hablan de ancianos, de jóvenes con una discapacidad sobrevenida y de otros seres vivos que pasan a las listas de los dependientes.
Y la pregunta que usted, querido lector se hace, pone encima de la mesa esa palabra temida que habla de derechos. Los famosos y ya manidos derechos humanos. Esos que nos saltamos a la torera, porque la torera debe ser ya una verja bajita que todos hemos pasado alguna vez. Y opinamos. Lo peor de todo es que opinamos sin saber.
En la antesala de la sinrazón dejamos entrever nuestra ignorancia cuando decimos a voz en grito que nos vamos a cargar a los abuelos, por ejemplo; vamos a elegir quién vive; no vamos a invertir en investigación y otra serie de cuestiones que, repito, tienen que ver con la ignorancia supina.
En esta, como en otras materias que hablan de salud, las personas humanas como diría una ilustre Señoría alguna vez, desconocemos cuáles son los consejos que un intensivista nos procurará, una vez llegados a ese lugar en donde la vida está muy próxima a la muerte. El terror a depender, a no poder hacer, a no tener conciencia, debe ser exclusivamente propiedad del que sufre y no podemos ni debemos ampararle. Los consejos se quedan huecos cuando una persona que tiene respiración asistida, no come y no es autónoma, pide en su testamento vital ser desconectado en ese caso. Nadie querría llegar, pero ¿y si llega?
Lo triste es que todos opinamos acerca de cómo se siente un ser humano que ya no puede elegir.
La muerte no llega y pasan los años. Existen muchas circunstancias, muchas enfermedades, enfermos que son únicos, porque a pesar de tener la misma patología que el de al lado, cursa de forma distinta, entonces, ¿por qué opinamos todos?.
Esta medida arroja en la hoguera de las vanidades otro leño más para que arda, para que se considere y para que sea reconsiderado, porque todos tenemos algo que decir cuando lo verdaderamente cierto es que nos han puesto encima de la mesa la posibilidad de elegir. Habrá quien elija la vida como opción vital a pesar de ser un dependiente y otros, ante una edad senil, ya cerca de los cien años, consideren que estorban y busquen el otro lugar que unos llaman cielo, otros energía y otros no lo llaman, para irse para siempre porque no hay plan b y la cosa no mejora.
En esta materia, como en casi todas las que tienen que ver con los derechos humanos, si nos vamos a la constitución española que nos ampara, todos tenemos derecho a la vida, pero también a una vida digna. No juzguemos aquello que no conocemos y, sobre todo, no le pongamos nota al verdugo.
No me pregunten ahora si estoy o no de acuerdo. Yo estoy siempre con el que sufre porque nunca tiene dónde elegir y no soy quién para cuestionar lo que decide o no decide hacer. La eutanasia que viene del griego y significa morir bien, es algo que ahora se podrá decidir. Lo demás, no es para que sea juzgado.
La comunidad médica ni se carga a la gente ni se dedican a aliviar camas para que vayan pasando y cada vez queden menos. Hablamos de personas, recuerden…allí vamos a estar usted y yo, y entonces, y solo entonces, hablaremos de dignidad, de respeto y de dependencia. Porque en ese devenir que nos espera, todos, en cierta medida, seremos dependientes alguna vez y tendremos una discapacidad porque no oiremos, no veremos bien y quizá la pinza se nos haya ido de paseo. Vamos a respetar que es la única cosa que nos falta en la lista. Arrieros somos.
Que el escenario me tiña las canas
Que nunca sepas ni cómo, ni cuándo
Ni viento volando, ni ayer ni mañana