Llegué en España a finales de los años 80 como periodista de una agencia de prensa de Marruecos con el estatuto de corresponsal extranjero, y me encontré con un país en plena mutación por su recién ingreso en la Unión europea (Comunidad Económica Europea antes).
Mi llegada en este país coincidió con una emigración de retorno y el inicio de un proceso de inmigración económica. Noté que España era entonces sólo un país de transito para los marroquíes, un panorama que debía totalmente cambiar unos años más tarde por la opulencia económica, el cierre de las fronteras francesas por la aplicación de políticas restrictivas, y por la fuerte demanda de la mano de obra extranjera.
Asistí a los debates en el Congreso de los Diputados sobre el primer proceso de regularización de la inmigración, en 1991. Los factores de atracción, como la proximidad geográfica, el bajo costo de transporte y la calidad de los servicios sociales, justificaban la obsesión de los marroquíes de cruzar el Estrecho de Gibraltar e instalarse en España como país de destino.
No era mi caso porque había elegido voluntariamente la opción de ejercer como corresponsal en cualquier otro país. Además, el estatuto de corresponsal de prensa me abrió las puertas hacia nuevas perspectivas como la especialización profesional, la investigación académica y la adquisición de nuevos valores culturales y políticos. En la misma época, muchos marroquíes de las zonas con vocación agrícola optaron por una migración forzosa hacia las zonas urbanas por la escasez de lluvias y las sucesivas perdidas de cosechas.
Dada la circunstancia de que Marruecos conoce múltiples tipos de migraciones, muchos de entre ellos optan por la migración externa. Los numerosos factores de atracción de España, como país de acogida, no han sido determinantes de la misma manera en la toma de mi decisión y la de mis paisanos que emigraban en condiciones irregulares.
Marruecos, que es a la vez un país de origen, de tránsito, de acogida, de inmigración voluntaria y forzosa, y de la migración internacional en la orilla sur del mediterráneo, firmó múltiples convenios en materia de mano de obra con los países europeos. La proximidad geográfica del viejo continente y el bajo coste de transporte entre las dos orillas del Estrecho de Gibraltar facilitan un masivo flujo migratorio externo y empujaron a la inmigración irregular.
La teoría neo-marxista nos puede ayudar a explicar el origen de las migraciones, que suceden en los países periféricos (Marruecos) hacia los países del centro (Europa) tomando como punto de partida el sentido de centro-periferia. En el largo plazo, se crea una relación en contra de los países subdesarrollados, traduciéndose en que los países periféricos entran en un círculo vicioso de productividad y tasas de ahorros más bajas que las de los países del centro, y hacía que fuera imposible para ellos retener los beneficios de aquellos aumentos de productividad que pudieran tener. Con esta premisa, en un contexto de globalización se crean mercados segmentados donde estos inmigrantes en su país de origen difícilmente podrían alcanzar niveles de consumo y de renta parecidos si estuviera en Europa. Asistí así a las razones que empujaban, al principio, a mis paisanos a salir de su región y arriesgar su vida.
Aunque se trata de una inmigración voluntaria, tomé desde el principio conciencia de la evolución de las políticas migratorias en España donde el exceso de mano de obra ha tenido un efecto expulsión a principios del siglo XXI. Las drásticas medidas de control y la persecución de los “sin papeles” demuestran que los flujos migratorios irregulares pueden convertirse para cualquier inmigrante en una fuente de tensión, de una parte dentro del país de acogida, y otra parte de preocupación en su país de origen.
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