Siempre hay un momento en la vida en el que el reloj se detiene y recuerdas necesariamente que el tiempo pasa indefectiblemente. Recuerdo mi primer año en la facultad de Ciencias de la Información al profesor Bernardino Martínez Hernando, ese maestro al que ahora evoco y torpemente despido con unas tímidas letras.
No fue un profesor, sino el profesor; ese que todos recordamos años después por lo mucho que nos marcó en esos días de sueños y esperanzas. Anécdotas, comentarios y enseñanzas que calaron en todos los que fuimos alumnos suyos, aspirantes a plumillas, ¡ay, qué tiempos! Y hoy, en el día en el que sé por los colegas de la Asociación de la Prensa en donde tanto bien hizo, que se ha marchado para siempre, me detengo para recordar esos años de juventud. Hoy también siento ese tiempo pasado, ese dolor inmenso de la partida de un buen hombre que nos enseñó nada más y nada menos que el noble arte de escribir.
Probablemente ustedes no leen las noticias todos los días…A ver, ¿quién ha comprado el periódico hoy?
Alguna mano se levantó pero a duras penas confesamos que realmente ninguno leía a diario la prensa, porque a los diecisiete años no se sabe ni por dónde se anda, y lo que es peor, ni por dónde se debe andar, pero eso sirvió para que al día siguiente todos pusieran el diario boca arriba para que el profesor Bernardino lo viera. Con su peculiar voz ronca nos daba la charla diaria, esa que nos hacía ver lo poco que sabíamos de Redacción Periodística.
«¡Usted, señorita Usted! ¿yo? sí, usted, ¿por qué usted me llama de usted? Les he dicho que me llamen de tú que me hacen mayor». En aquella época no solo no era frecuente llamar de tú a los profesores, sino que al darte la venia el profesor en mayúsculas entrabas a formar parte de sus amistades, y eso, era una licencia que no se le daba a cualquiera, tanto, que era una cuestión que duraría para siempre.
Y todos fueron a su casa menos yo. No lo consiguió y realmente no recuerdo el porqué, lo cierto es que años después en algún acto de la Asociación de la Prensa de Madrid me recordaba que no había sido lo suficientemente persuasivo. No tuve razones para acudir cuando nos citó para debatir nuestros escritos, pero sí le entregaba mis crónicas y reportajes para que fueran leídos en público puntualmente cada semana.
«Usted no tiene remedio, ya tiene un estilo, y lo tendrá siempre De Luis, ¿qué quiere que le diga? El estilo es el estilo, esa es su pluma, su sello», espetó cuando terminó el curso. Hoy, en medio de la vida que nos ha tocado vivir, sigo acordándome de muchas de las cuestiones que él barajaba; muchos de los anhelos que nos transmitía porque esta es una profesión en donde el amor por la información y la vocación van con uno para siempre; «y eso no se estudia, se nace con ello y luego se viene aquí y se aprende», decía.
Nosotros, sus alumnos, aprendimos del profesor Bernardino M. Hernando que el periodismo no es un titular, que no todo es noticia y que escribir a diario es nuestra forma de no perder la pluma. Hemos perdido a un maestro, de esos que se recuerdan décadas después; esos que te hacen pensar que cualquier tiempo pasado fue necesariamente mejor; ese que hoy nos invita a escribirle unas líneas de despedida con la emoción prendida de recuerdos de juventud; esos, que me ha hecho recordar aquel aula en la facultad de hormigón más bonita de Madrid, la 517, en donde se respiraba independencia, amor por las letras y mucha, mucha raza entre el humo de los cigarrillos, los alumnos por los suelos hipnotizados por sus comentarios y sueños revoloteando en pensamientos inocentes.
Alumnos inexpertos que no supimos ver qué significaba verdaderamente el periodismo, quizá, porque entonces, veíamos a Lou Grant y no valoramos suficientemente a nuestros maestros. Está pasando el tiempo y vemos a los que tanto apreciamos marchar y realmente no podemos hacer nada por detener ese momento.
Gracias profesor, sin usted, jamás habría empezado este oficio tan poco remunerado, tan mal valorado, pero tan inmensamente grandioso. Este oficio de valientes que siguen cada día dándolo todo para que el respetable lea eso que llamamos noticia. Nada más y nada menos. Gracias por tanto, gracias por inspirarnos a ser los mejores, gracias por corregir nuestras pobres y osadas letras de juventud.
Quizá consiguió lo más importante en la vida, ser recordado por ser una gran persona además de un excelente profesor. Total ná. Ahora descanse en paz.
Sit tibi terra levis.