Desde siempre me han caído gordos los santacloses y plásticos desmayados en jardines hasta que los inflan de noche, las musiquitas de las tiendas, las cenas navideñas que pretenden tapar conflictos familiares y esa como obligación de estar alegres y querer a todos.
Me duelen quienes en época de gastaderas nada tienen, pero pienso que tal vez tiene razón el taxista moreliano que le dijo a mi querido amigo Fausto Zerón-Medina, tras oírlo perorar sobre el cristianismo mercenario y las compras compulsivas «si alguien es feliz aun cuando sea por un instante, ¿no cree usted que vale la pena dejar que así sea?».
Comprendo que muchísimos sienten la soledad con mayor intensidad en estas fiestas decembrinas y entre otras situaciones de las que he escrito que, creo, reflejan lo desquiciante que puede ser sentirse solo, están las asiáticas que se casan con ellas mismas, los chinos que buscan pareja en almacenes de Ikea y los gringos que pagan cientos de dólares por abrazar vacas.
Y ahora me entero de que en Inglaterra han instalado un chatty bus al que se suben los que buscan plática, que españoles caminan por los pasillos de supermercados con una piña en los carritos para lo mismo y en Madrid existe el programa «Voluntarios contra la soledad» que semanalmente se reúnen con ancianos que les comparten recuerdos y sentimientos para escribir Tu historia de verdad importa.
Lo que eleva su autoestima porque se les escucha sin juzgarlos y les ilusiona ver su vida publicada, ya que se editan diez ejemplares para cada protagonista.
Solidaridad que contrasta con los cientos de estadounidenses abandonados, precisamente en estos días, en gasolineras de su país y asilos de la fronteriza Ciudad Juárez.
En un artículo publicado el pasado 22 de agosto por New York Times, el profesor de Harvard Richard Weissbourd advirtió que el porcentaje de sus compatriotas que se sienten solos va en aumento y envió una encuesta de 66 preguntas como las siguientes a 950 destinatarios.
¿Con qué frecuencia te has sentido solo? ¿Alguien preguntó tu opinión sobre asuntos importantes para ti? ¿Te han preguntado cómo estás, de una manera que te haya hecho sentir que realmente les preocupas?
«Las respuestas me derribaron, dijo, porque capté que la gente está sufriendo muchísimo».
Y el sufrimiento es tan generalizado, que la Organización Mundial de la Salud pidió el año pasado a los gobiernos «hacer de la soledad una preocupación de salud pública global».
Japón y Gran Bretaña nombraron Ministros de Soledad para sondear su profundidad y capearla con iniciativas como pedir a los carteros hablar con la gente mayor de sus rutas y a los ayuntamientos y escuelas tomarlos en cuenta para sus reuniones.
Basándose en documentos literarios, la historiadora Fay Bound Alberti precisó en 2019 en su «Biografía de la soledad», que entre 1550 y 1800 el tema no preocupaba.
Poco después de 1820, guerras y conflictos ocasionaron la desintegración de comunidades y el traslado de personas desde pueblos pequeños donde se conocían y apoyaban, a ciudades inmensas y anónimas.
Hubo entonces que inventar palabras para explicar el costo emocional de lo que sucedía y en 1950 los científicos comenzaron a analizar las causas y efectos de esta nueva enfermedad, iniciando el creciente campo de estudios de la soledad.
Que puede empezar con niños que excluyen a otros de juegos y es capaz de elevar la presión arterial y alterar las funciones cognitivas y está asociada con Alzheimer, suicidios y diabetes.
Y especificaron que hay quien ansiosamente desea no sentirse solo, pero por miedo a no ser aceptado se convence que no interesan a nadie.
Encuestas de este 2024 aseguran que millones de personas no tienen a quien acudir para pedir ayuda y que ha disminuido el número de asistentes a ritos religiosos donde antes encontraban cofrades, y el de matrimonios; lo que no indica que todos los casados hayan sido felices, porque no hay peor soledad que la de dos en compañía.
La baja en la relación con los parientes viejos ha provocado también soledad, incrementado los que se hacen selfies y que millones se sientan cerca de políticos que les dicen lo que quieren oír, aunque sea mentira.
Y a propósito del desconocimiento sobre los propios antepasados, en mi penúltimo viaje a Chile en 2020 y buscando platicarle de Matías, pregunté a una bisnietita quién le había dado la pulserita que traía, «me la mandó un señor muerto» me dijo; ni siquiera le habían enseñado el nombre de su bisabuelo.
Pero como lo hizo NYT, concluyo convencida de que la epidemia de soledad tiene cura y podemos hacerlo con solo restaurar el mundo que se nos escapó.