El veterano y oscarizado cineasta madrileño Fernando Trueba ha presentado en competición en San Sebastián «El artista y la modelo», una coproducción hispano francesa con Jean Claude Carrierre como coguionista, protagonizada por el actor francés Jean Rochefort y la joven actriz catalana Aida Folch. En el reparto también la ya septuagenaria Claudia Cardinale, y la españolísima Chus Lampreave.
La película de Trueba ha sido acogida con respeto y simpatía, aunque no ha suscitado una adhesión unánime o entusiasta de la crítica en este festival. La acción se sitúa en 1943 durante la segunda guerra mundial, en Francia, en un pueblo de la frontera franco española en donde viven un reputado y anciano escultor –Jean Rochefort, al que cada cual recordará por «El marido de la peluquera» en su larga y prolífica filmografía- , su esposa interpretada por la italo francesa Claudia Cardinale con 74 años bien cumplidos, acompañados por su criada española, la siempre cómica Chus Lampreave.
La llegada al pueblo de una joven catalana –Aida Folch- huida de un campo de concentración para refugiados españoles, permite a la esposa del artista proponerle ayuda y trabajo como modelo para que el escultor reanude su interrumpida creación, provocando en el anciano una púdica reactivación de su apagado deseo.
Rodada en blanco y negro, sin duda para mejor soslayar las dificultades de producción inherentes a la reconstitución en imágenes de los años cuarenta, la película se centra en gran parte en esa relación obsesiva del artista con su modelo, que posa desnuda para gran escándalo de las almas pudibundas del lugar y para sorpresa, curiosidad y divertimento de los niños del pueblo.
Trueba ha dedicado el film a la memoria de su hermano mayor que era escultor, y rueda con respeto y sensibilidad tanto el acto de la creación artística como la sensualidad erótica del cuerpo desnudo y nunca vulgar de esa improvisada y tímida modelo. Admirador del buen cine francés y del buen cine en general, Trueba ofrece aquí el papel protagónico al ya anciano Jean Rochefort en uno de esos papeles que suenan casi a testamento.
La presencia carismática de Rochefort ante la cámara, como el homenaje apenas velado a Claudia Cardinale, resultan simpáticos y entrañables, aunque no logran dar al relato una profunda y sostenida emoción. Chus Lampreave aporta humor y la bella silueta de Aida Ploch, desnuda con absoluta naturalidad ante la cámara funciona bien en todas las escenas en las que posa para el escultor, pero su aspecto ingenuo y su lozana juventud no dan a su personaje una dimensión más profunda, en una interpretación globalmente irregular.
El guión coescrito por Trueba con Jean Claude Carrière –célebre guionista de la obra francesa de Luis Buñuel- se detiene demasiado a mi juicio en el carácter hispanofrancés del relato, que justifica el montaje de la coproducción y en ese contexto anecdótico de la Francia rural ocupada por los alemanes. El relato se pierde en disgresiones y personajes que añaden poco a lo esencial, como si sus autores no se decidieran a abordar de forma más frontal y única la relación artista-modelo, a la manera de un Jacques Rivette en «La belle noiseuse». Película que sin duda ha debido inspirar a Fernando Trueba y a Jean Claude Carrière al abordar este tema de la creación artística y de la cómplice relación entre el artista y su modelo.