70 % de franceses contra la reforma laboral: ¿Quien es rehén de quien?
“El 49,3, es una brutalidad, el 49,3 es la negación de la democracia…” estas palabras del “socialista” Francois Hollande, un 9 de febrero del 2006, son todo un símbolo del escandaloso abandono de su programa electoral por el actual presidente de la República, que ha optado, por segunda vez en su mandato, por ese artificio constitucional que permite prescindir del debate y del voto democrático del Parlamento, legislando por decreto.
Ese artículo 49,3 de la Constitución de la Quinta república, fundada en 1958, que suena a calibre de revolver, es un dispositivo inventado por el general De Gaulle para poder aprobar rápidamente un proyecto de ley que no ha obtenido el acuerdo de la propia mayoría presidencial en el parlamento.
El chantaje del poder ejecutivo consiste en obligar a esos diputados disidentes a tener que votar una moción de censura contra el propio gobierno. Una responsabilidad que nunca los diputados de la mayoría han asumido, sea cual fuera el ejecutivo. Un artículo pues, que todos critican cuando están en la oposición y que aplican a mansalva una vez en el gobierno, privando así de credibilidad a las instituciones democráticas.
Desde 1958, ese articulo ha sido utilizado por el ejecutivo 84 veces, 32 veces por la “derecha” y 52 por la “izquierda”. Lo más sorprendente es que tanto en los medios informativos como en el Parlamento, todos consideran esta situación “normal”, puesto que está contemplada en la Constitución. De la misma manera que la “optimización fiscal” se ha normalizado en usos y costumbres financieras como un dispositivo legal de pura y escandalosa evasión fiscal, en el ámbito político el 49’3 es algo así como la negación legal de la propia existencia del parlamento republicano.
Para sanear el debate democrático en Francia y revitalizar nuestra sociedad democrática, aparece pues como una necesidad absoluta la reforma de las instituciones. El movimiento Nuit debout, que la derecha detesta y denigra, mientras que los “socialistas” en el poder lo observan con condescendencia, es un síntoma muy evidente de esa necesidad. Numerosos son los que no se reconocen hoy en el sistema bipartidista que consiste en pasarse el poder de la derecha conservadora a la socialdemocracia con la misma política económica neoliberal de austeridad y de renuncia a la soberanía nacional.
Ese bloqueo del sistema institucional ha favorecido por el momento en Francia la emergencia de la extrema derecha del Frente nacional, pero la política de Hollande – Valls y su ley trabajo, que Sarkozy hubiese podido firmar, está fomentando también la necesidad de una verdadera alternativa de izquierdas al neoliberalismo generalizado.
Nuit Debout es una tentativa de la juventud y de una parte de la sociedad civil de salir de estas instituciones, para democratizarlas. Algo así como lo que el economista griego Varoufakis ha propuesto en toda Europa para combatir el neo liberalismo imperante, generador de la miseria y de la desigualdad social, y culpable sobre todo del auge en Europa del neofascismo.
Nacido de la movilización social y sindical contra la ley Trabajo, el movimiento Nuit Debout, en gran parte espontáneo, se nutre y se fortalece o se debilita paralelamente a esa movilización contra un proyecto de ley que representa la esencia del neoliberalismo europeo. Una ley aplaudida por la organización patronal y por la derecha francesa, y que pese a haber sido modificada con respecto a su versión inicial, sigue siendo inadmisible para el 70 % de franceses, según esos sondeos que tanto gustan a la clase política, cuando les son favorables.
Si el tándem Hollande -Valls ha logrado el apoyo del sindicato socialdemócrata CFDT, el resto de las principales organizaciones sindicales: CGT, FO, SUD y los sindicatos de la enseñanza, se mantienen unidas en su oposición a dicha ley que en su artículo dos pone en tela de juicio la autoridad y el contrapoder de las organizaciones sindicales mayoritarias en las empresas.
Un proyecto de ley que busca neutralizar el código laboral francés, para facilitar los despidos y los expedientes de regulación de empleo, aun si son injustificados, cuando las empresas disimulan sus beneficios en filiales extranjeras.
Los grandes medios informativos que adoran las formulas reductoras para explicar la actualidad, nos presentan esta movilización contra la ley trabajo como un duelo entre el gobierno de Valls y la CGT de Martínez.
Dos políticos de origen español centran pues la “actualidad” en Francia: Philippe Martínez, hijo de un combatiente de las brigadas internacionales y de madre santanderina y Manuel Valls, hijo de un artista catalán, en una familia católica y conservadora…. Uno con bigotes a lo Pancho Villa, el otro con aires de irritable pequeño cacique socialdemócrata.
Sarkozy quería liquidar la resistencia de los cuerpos intermediarios… Valls y Hollande, quieren limpiar el mundo sindical de su radicalismo, para dejar solo a los sindicatos dóciles y bien educados, pro patronales, o dispuestos al compromiso en cualquier circunstancia como la CFDT, sindicato socialdemócrata que sostiene la acción del gobierno Valls.
Mas allá de esas imágenes reductoras que sirven en televisión para desinformar al espectador, cabe señalar que sus orígenes familiares y sociales son en todo caso simbólicos de este enfrentamiento, que más allá de la CGT o del gobierno Valls, es en el fondo una lucha entre dos mundos posibles: el que pone al ser humano como prioridad y afirma que nuestras vidas valen más que los beneficios, o el que coloca “el crecimiento económico” por encima de todo y que nos promete el “pleno empleo” en la precariedad y en la miseria.
Abundan pues en estos días los elementos de lenguaje de la organización patronal que coinciden con los del gobierno Valls. A saber “la huelga es minoritaria, provoca el caos y los pobres franceses son rehenes de violentos y arcaicos sindicalistas”.
Cuando el 70 % de la opinión se expresa en Francia en contra de la ley trabajo, cabe sin embargo preguntarse: ¿Quien es el rehén de quien?
No obstante esa campaña de fobia antisindical en los grandes medios informativos, poco preocupados por la verdadera violencia social que genera el desempleo y la desigualdad social, la movilización contra la ley trabajo persiste en toda Francia, respondiendo sobre todo al llamamiento de la CGT, que mantiene así la presión sobre el gobierno Valls, pero sin intención de provocar un enfrentamiento radical. Philippe Martínez ha precisado que su organización no tiene la intención de perturbar la Eurocopa de fútbol. Un acontecimiento con el que cuenta el gobierno de Valls para jugar sobre la fatiga de la movilización sindical y de los movimientos de huelga en vísperas del verano.
Nuevas manifestaciones se han desarrollado este jueves 2 de junio de 2016 en Rennes, Nantes, Toulouse y Marsella. Y una nueva manifestación nacional en París contra la ley Trabajo ha sido convocada para el próximo 14 de junio.
Huelga ilimitada en la SNCF, ferrocarriles nacionales, respondiendo a la llamada de la CGT y SUD. Llamamiento a la huelga también en la RATP, metro y autobuses parisinos, amenazas de huelga en el sector aéreo, bloqueo de algunas terminales petroleras, si bien la intervención policial contra los piquetes de huelga ha restablecido el abastecimiento de carburante en la mayoría de las gasolineras, solo 500 gasolineras sobre un total de 12.000 siguen cerradas.
Si la derecha y el gobierno se alzan unánimes contra el “caos” provocado por la CGT, la ignominia de algunos llega hasta comparar Dáesch y la CGT, la realidad es menos caótica de lo que afirman mientras que la protesta, la determinación y la indignación de los franceses, en particular del electorado de izquierdas, es en cambio muy real.
El gobierno espera pasar durante el verano su ley trabajo con el 49’3, en cuanto el texto pase del senado al parlamento para aprobación definitiva mediante decreto. Si tal es el caso, el Partido Socialista lo pagará muy caro en las elecciones generales del 2017.
De la misma manera que las lluvias torrenciales han provocado el desbordamiento del Sena y de otros ríos en Francia en estos últimos días, la ley Trabajo es la gota de agua que está haciendo desbordar la indignación y la protesta social, una movilización que puede ser anunciadora de una recomposición del paisaje político en este país.