En un solemne discurso en la televisión y con una voz un tanto apagada, el presidente de la Republica Francesa, Francois Hollande, ha anunciado este jueves 1 de diciembre de 2016 su decisión de no ser candidato a su propia reelección en las elecciones de 2017.
Aunque trazando un balance “positivo” de su acción presidencial en estos últimos cinco años, el jefe del Estado ha reconocido “algunos errores” y ha estimado que su candidatura “no habría permitido la unión de la izquierda” necesaria a su entender para combatir el conservadorismo de la derecha y la aventura de la extrema derecha. “He decidido pues, no ser candidato a la próxima elección presidencial” declaró Francois Hollande.
La realidad es que el mandato de Francois Hollande termina de forma catastrófica para la izquierda en Francia, debido esencialmente a la evidente traición del presidente electo en 2012 con respecto a sus promesas electorales. Tras la salida del gobierno de varios de sus ministros, socialistas y ecologistas, tras el abandono del barco a la deriva del ministro de economía Emanuel Macron, candidato declarado a la elección presidencial, Hollande sordo a todas las criticas y a los sondeos de opinión ha seguido gobernando con su primer ministro Manuel Valls, pero ha terminado por rendirse a la cruda realidad.
Detestado por la derecha conservadora y la extrema derecha Lepenista, por su acción a favor del matrimonio homosexual, Hollande con su política económica, social y fiscal, ha abandonado durante su mandato al electorado de izquierdas que le llevó al poder. Una política económica de regalos fiscales a las empresas, de aumento de los impuestos y de una reforma laboral impugnada por las organizaciones sindicales, la tristemente celebre “ley trabajo”, que su primer ministro Manuel Valls hizo aprobar en el parlamento con el muy antidemocrático articulo 49/3. Y como colofón su pretendida inversión de la curva del desempleo ha sido un evidente fiasco.
Las proyecciones de los sondeos de opinión en una primera vuelta de la elección presidencial dan hoy los siguientes resultados: Fillon 29 %, Le Pen 23 %, Macron 15 % y Melanchon 12 %. Hollande llega muy por detrás con 7,5 % de intenciones de voto. Encuesta que seguramente ha pesado lo suyo en la decisión de Hollande de no ser candidato a un segundo mandato.
Si a esto añadimos las profundas divisiones en el Partido Socialista y el riesgo de perder incluso en el caso de someterse a una elección primaria en el seno de su familia política, y las ya anunciadas candidaturas de Emanuel Macron su exministro de finanzas que se autoproclama ni de derechas ni de izquierdas, de Jean Luc Melanchon en nombre de la izquierda no socialista y del candidato ecologista Yannick Jadot, se puede entender mejor la renuncia de Hollande.
Último acto pues de lucidez de un presidente de la república que ha alcanzado un nivel record de impopularidad. Incapaz no ya de reunir a la izquierda, sino incapaz de reunir a los propios dirigentes, parlamentarios y militantes socialistas, al borde de la implosión.
La decisión de Hollande es en todo caso un alivio para el propio Partido Socialista, que debe organizar ahora sus elecciones primarias, que no serán una primaria de la izquierda, sino una primaria del Partido Socialista, entre defensores del balance presidencial e impugnadores más o menos moderados de esa acción presidencial.
La renuncia de Hollande da luz verde a la organización de las primarias socialistas, que en los próximos días verán aparecer sin duda nuevos candidatos, se barajan los nombres de Segolene Royal y Cristine Taubira. Manuel Valls se prepara ya a defender el balance del mandato presidencial de Hollande, del que es corresponsable, frente a las voces mas criticas de los ministros dimisionarios: Arnaud Montebourg, o Benoit Hamon, que han declarado ya sus propias candidaturas.