Gaza: ante la guerra y la emocionalidad mediática

La actualidad mediática y las redes sociales nos empujan sin remedio hacia las emociones. Es inevitable. Pero quizá también debemos aportar un esfuerzo de reflexión, para pensar en aspectos que consideremos básicos. Debemos centrarnos en la necesidad (planetaria) de una resolución futura (lo más pronto, mejor) de la larga serie de estallidos violentos palestino-israelíes.

VÍCTIMAS. Las víctimas merecen siempre compasión y solidaridad, dondequiera que se originara su dolor y su muerte. No es aceptable contemplar los asesinatos de civiles israelíes (por parte de Hamas) como si no fueran otra cosa que un hecho inesperado que se interpone en nuestro discurso político rutinario, en nuestra voluntad de apoyo a la causa palestina. Cito el comunicado de un grupo de reflexión madrileño (propalestino) agrupado bajo el pseudónimo Léodile Bera: «Nada perjudica más a la causa de Palestina que su imitación del terrorismo indiscriminado que sistemáticamente ha llevado a cabo el Estado de Israel. Las imágenes de milicianos de Hamas matando a civiles desarmados o secuestrando familias enteras, repugnan e indignan a millones de personas que apoyamos la causa palestina en todo el mundo».

Asesinar civiles indefensos no puede ser considerado un acto de resistencia. Desde luego, es asimismo repulsivo y condenable que Israel utilice su aplastante superioridad militar para vengarse contra los dos millones de civiles atrapados en el gueto de Gaza. La política israelí ha creado esa enorme prisión a cielo abierto y, de ese modo, ha potenciado la desesperación de los palestinos. Ahí brotó Hamas.

No hay equivalencias entre el poder de Israel y el del pueblo palestino. Humanizar nuestra perspectiva no es lo mismo que olvidar la distinta responsabilidad de unos y otros.

GUERRA INDEFINIDA. Si en algún momento, los geoestrategas pensaron que el conflicto Palestina-Israel había pasado a ser un conflicto de baja intensidad, los hechos demuestran ahora que se equivocaron. Décadas de guerras, masacres y enfrentamientos lo prueban de nuevo y sin ninguna duda.

CIVILES Y SEGURIDAD. No hay nada que justifique el asesinato de civiles, ni en Gaza, ni en Israel, pero los sucesivos gobiernos israelíes lo han justificado durante décadas con diversos pretextos de seguridad. Al condenar los asesinatos de Hamas, tampoco se puede escamotear lo anterior como si fuera relativizable. El derecho de legítima autodefensa, que alegan los sucesivos gobiernos israelíes, no puede servir para legitimar cualquier acto indiscriminado y brutal contra civiles palestinos.

Quienes utilizan el argumento de la legítima defensa de Israel, no pueden apartar de un manotazo las prácticas de castigos bíblicos colectivos, como lo que está sucediendo hoy en Gaza. Esas prácticas no pueden ser toleradas. No pueden olvidarse.

REPRESALIAS COLECTIVAS. Destruir casas donde viven familias, niños, personas inocentes y cortar el agua a los civiles, apagar el suministro eléctrico de los hospitales, no es combatir el terrorismo. No se puede aislar el terrorismo indiscriminado de Hamas (cuando lo practica) si nos olvidamos de que las represalias colectivas israelíes son constantes y suceden ante la tolerancia exterior. No sólo del llamado Occidente, también –no lo olvidemos– de la mayoría de los países árabes. Esas represalias colectivas también pueden ser consideradas terrorismo y atizan odios colectivos que terminan siendo imposibles de contener. Se convierten en irreductibles.

DÉBIL AUTORIDAD PALESTINA. Durante años, la llamada comunidad internacional ha asistido de manera pasiva al debilitamiento de la Autoridad Palestina, que quizá podría haber sido el único interlocutor posible para negociar algún tipo de paz. Será difícil revertir esa percepción.

EL ALIENTO DE HAMAS. Israel dejó crecer a Hamas en Gaza. Puede pensarse que le insufló su aliento inicial para propiciar el debilitamiento del gobierno palestino. El monstruo tiene hoy múltiples facetas, ramificaciones y alianzas en el exterior. Volverá a resurgir, aunque ahora el Tsahal (ejército israelí) llegue a liquidar a todos sus dirigentes.

ASENTAMIENTOS Y PAZ. Los asentamientos han destruido toda posibilidad de coexistencia, toda posible relación pacífica. No hay ninguna racionalidad en discursos políticos que basan su implantación colonial en prédicas religiosas milenarias (trátese de la Biblia o del Corán). Puede haber creyentes, de uno y otro lado que busquen sinceramente la paz y trabajen por ella, pero las creencias en dichos textos sagrados no pueden ser la base de ningún arreglo, de ningún reparto territorial. Jamás.

PUEBLO SIN TIERRA. Las ideas de sectas cristianas protestantes, partidarias de aplicar al pie de la letra citas bíblicas, abrieron a mediados del siglo XIX el camino hacia el lema «Una tierra sin pueblo, un pueblo sin tierra». Sucedió incluso antes del crecimiento del movimiento sionista y de la declaración de Lord Balfour (de 1917). Ese germen ideológico sigue presente en los cabildeos de la política de Estados Unidos y de otros países. Obvia y olvida, al otro pueblo, el que nunca dejó de vivir en Palestina.

COLONIALISMO Y SIONISMO. El empuje y crecimiento del movimiento sionista no fue unilateral, ni reducido a una sola orientación ideológica. Su implantación paulatina empezó durante la última fase de poder del Imperio Otomano sobre Palestina y siguió oficialmente bajo Mandato de la Sociedad de Naciones (precedente de la ONU) administrado por el gobierno de Londres. Ese mandato duró treinta años y Londres se desvinculó del problema en mayo de 1948, entre un triple fuego cruzado (autoridades británicas, judíos y árabes), así como en medio de acciones terroristas múltiples que preanunciaban el futuro de Palestina.

Las fuerzas británicas salieron de Palestina en medio de una situación caótica y mientras el Imperio Británico se resquebrajaba. La partición de la India y las independencias separadas de India y Pakistán eran entonces –para el 10 de Downing Street– un asunto mayor. Y coincidencia terrible: en medio de matanzas indescriptibles en el subcontinente, Gandhi fue asesinado sólo tres meses antes de que se proclamara la independencia del Estado de Israel. No tenía que ver un asunto con el otro, pero hay que recordar que la guerra brotó antes en Cachemira que en Oriente Medio, lo mismo que las matanzas masivas provocadas por la partición indo-pakistaní. Una coincidencia letal de conflictos separados, que no ayudó a sostener toda la atención internacional sobre lo que sucedía en Palestina. Pero en ambos casos – con niveles distintos– se repitieron propuestas políticas similares que sólo podían conducir a la división territorial y a los enfrentamientos sangrientos, así como al abandono precipitado del control y de las responsabilidades del gobierno británico. Se repitió el caos.

En todas esas fases históricas –y después– los palestinos han sido un pueblo sometido a poderes ajenos (turcos, británicos, israelíes) que administran su propia tierra. Desde ese punto de vista, la vejación colonial y las variantes de la humillación y la represión persisten. Y periódicamente, vuelven incluso a agravarse.

COMPLEJIDAD Y MEMORIA OTOMANA. Antes de la Primera Guerra Mundial, las potencias europeas y Estados Unidos sólo tenían su propia perspectiva que era la de los imperios coloniales que estaban en su apogeo. Londres, París, Berlín, sobre todo, se habían repartido África (conferencia de Berlín, 1884-85) y apenas pensaban en los judíos sionistas o en los palestinos, sino en las posibilidades que les ofrecía a cada una de esas potencias la decadencia del Imperio Otomano, su dominio sobre Jerusalén y sobre el resto de Palestina. Al final de la Gran Guerra, los judíos eran sólo una décima parte de los habitantes de aquel territorio.

Sin embargo, cuando uno lee con detalle la distribución de las llaves de los templos, sinagogas, mezquitas, etcétera, en Jerusalén, por parte de la vieja administración otomana, podemos atisbar un esfuerzo político destinado a pacificar aquella complejidad. Algunos elementos de entonces, y otros nuevos, pudieron estar presentes en los acuerdos de Oslo (así como en otros anteriores y posteriores). Desgraciadamente, todos esos acuerdos no han seguido adelante. Ningún discurso simple funcionará.

SURGIMIENTO DE ISRAEL. Incluso al final del Mandato británico y al surgir el Estado de Israel, la población judía (que había crecido) representaba apenas un tercio de los habitantes del territorio en disputa.

No es posible desconocer cómo se han ido modificando los porcentajes poblacionales de unos y otros, cómo se ha alterado (mediante el uso de distintos tipos de violencia) el reparto de la tierra y los recursos.

REFUGIADOS Y TERRITORIO. Ya en 1948, la ONU atribuyó a los israelíes un 55 por ciento de Palestina; pero al final de aquel primer conflicto con los árabes, Israel nació controlando un 78% del territorio. Las masas de refugiados palestinos se crearon entonces mediante el uso de métodos que hoy definimos como «terrorismo».

GUERRA Y PAZ. La guerra de 1948, el conflicto multinacional que empezó en torno al control del Canal de Suez (1956), la guerra de los Seis Días (1967), la del Yom Kippur (1973), el auge de las diversas variantes terroristas, las revueltas populares palestinas (Intifadas), así como los distintos procesos de negociación, no han dado resultado definitivo.

DIVISIONES POLÍTICAS. En el lado israelí, han aumentado los halcones políticos y persiste la obsesión de dominar toda la tierra bíblica; en el lado palestino, su propia división política y el resquebrajamiento de la idea de solidaridad árabe también dificulta el camino hacia la negociación y la paz. Pero es injusto atribuir la misma responsabilidad a unos y a otros. Los acuerdos que ha habido han sido desiguales y siguen contribuyendo a desequilibrar la balanza contra los palestinos.

ESTADO FALLIDO. Si las zonas atribuidas a la Autoridad Palestina pudieron ser hace tiempo un germen de Estado, éste ya no es posible tal como lo pensaron esos acuerdos del pasado. Esa Palestina débil y troceada se parece demasiado a un singular Estado fallido, a un no-Estado que controla Israel bajo (otra vez) la vieja idea de la colonización. No podrá haber paz si los israelíes no renuncian a esa falsa lógica.

PUEBLOS Y GOBIERNOS ÁRABES. No importa que sucesivos gobiernos de países árabes normalicen sus relaciones con Israel (Egipto, Jordania, Marruecos, Emiratos Árabes, Sudán, etcétera). Incluso si lo hiciera del todo Arabia Saudí, los pueblos árabes seguirán sin soportar la humillación de los palestinos. En ese sentido, los movimientos como Hamas seguirán obteniendo el beneficio (y la simpatía solidaria) de buena parte del mundo árabe y/o islámico (es decir, también de Irán, Pakistán, Indonesia, etcétera).

JERUSALÉN. No habrá acuerdo si no lo hay sobre Jerusalén, ni sin reconocimiento de un verdadero Estado palestino. El paso dado por Donald Trump, al reconocer a Jerusalén como capital de Israel, no se hará del todo efectivo como por arte de magia. La idea de establecer una capital de dos Estados distintos en la misma ciudad es difícil, pero no imposible. Tiene que haber voluntad negociadora por ambas partes, excluyendo los maximalismos. Y la comunidad internacional tendrá que contribuir a contener a los grupos y líderes más extremistas. Con Benjamin Netanyahu y sus aliados gubernamentales será imposible. Con Hamas, tampoco.

Como acaba de declarar la periodista y profesora valenciana, Lola Bañón en El Punt (la televisión valenciana), ante el estallido actual, «la comunidad internacional tiene que evitar los análisis emocionales actuales».

Y como recuerda Pascal Boniface, director del IRIS (Institut de relations internationales et stratégiques de París), Joe Biden no ha desmentido, «ni anulado las decisiones tomadas por su predecesor» [Donald Trump] en lo que se refiere al conflicto central de Oriente Medio.

Boniface concluye así: «De modo que la cuestión palestina, aunque llegara a desaparecer de la agenda diplomática, seguiría siendo una realidad estratégica. Ya hubo una guerra en 2021 entre Hamas e Israel. Se acordó un alto el fuego que no logró sino establecer una tregua que sólo podrá ser provisional mientras no se firme una paz verdadera y hasta que no se reconozcan de verdad los derechos de los palestinos».

La guerra actual ha probado el acierto de esas líneas (publicadas en un libro titulado sencillamente La Géopolitique, Éditions Eyrolles, París, abril de 2023). Los desacuerdos, las distintas perspectivas, pueden ir en un sentido o en otro, pero el eje central de la paz no podrá dejar de lado los derechos –históricamente ignorados– de los palestinos.

El anunciado apocalipsis militar israelí contra Gaza no podrá borrarlo.

Paco Audije
Periodista. Fue colaborador del diario Hoy (Extremadura, España) en 1975/76. Trabajó en el Departamento Extranjero del Banco Hispano Americano (1972-1980). Hasta 1984, colaboró en varias publicaciones de información general. En Televisión Española (1984-2008), siete años como corresponsal en Francia. Cubrió la actualidad en diversos países europeos, así como varios conflictos internacionales (Argelia, Albania, Kosovo, India e Irlanda del Norte, sobre todo). En la Federación Internacional de Periodistas ha sido miembro del Presidium del Congreso de la FIP/IFJ (Moscú, 2007); Secretario General Adjunto (Bruselas, 2008-2010); consejero del Comité Director de la Federación Europea de Periodistas FEP/EFJ (2013-2016); y del Comité Ejecutivo de la FIP/IFJ (2010-2013 y 2016-2022). Doce años corresponsal del diario francófono belga "La Libre Belgique" (2010-2022).

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