No tengo el gusto de conocer a la señora Aida Oceransky, presidenta de la comunidad israelí en Asturias, pero sus descalificaciones en torno a la protesta/boicot que tuvo lugar la pasada semana en el Teatro Jovellanos de Gijón me parecen, como mínimo, un alarde de cinismo insultante.
Actuaba en ese teatro Sheketak, una compañía de música, teatro y danza israelí, al tiempo que en el territorio palestino de Gaza –una inmensa cárcel bajo la severa vigilancia del Estado israelí, sometida a todo tipo de bloqueos– se perpetraba un atroz ataque armado que iba sumando víctimas mortales por centenares entre la población civil, con un balance en verdad aterrador de niños muertos, como ya ocurriera durante la anterior invasión.
La señora Oceransky pretendía que el público de Gijón acudiese al Jovellanos a celebrar el arte de sus compatriotas porque para ella el placer estético prima sobre todas las cosas. Desconoce, ignora o es hasta tal punto hipócrita su criterio que parece no recordar –a pesar de que su pueblo lo sufrió no hace mucho– que el nazismo hitleriano disfrutaba de los grandes compositores en los teatros y de las grandes pinturas expoliadas en buena parte a los judíos, al tiempo que conducía a millones de seres humanos a los hornos crematorios.
Porque de eso se trata, señora Oceransky, de seres humanos, ya sean los judíos exterminados en Europa durante el imperio nazi, ya sean los niños, madres y demás ciudadanos civiles masacrados en Gaza durante esta segunda operación armada del estado de Israel, continuación de aquella llamada Plomo Fundido que acabó con la vida de más de 1400 palestinos –en su mayoría civiles–, de los que casi 300 eran niños y adolescentes.
Solo a un estado como el de Israel se le permite tamaña impunidad a lo largo de los últimos decenios, doña Aida, y repudia usted la campaña de boicoteo promovida en Gijón, tachándola de inadmisible, reprobable y estalinista, porque unos pocos de los convocados para hacerla se propasaron en su protesta al tratar de impedir el acceso del público al teatro.
No, señora Oceranski, lo inadmisible, reprobable y nazi está ocurriendo en la tierra de Palestina que a los palestinos pertenece y que el estado de Israel trata de expoliar y expolia a base de ataques armados reiterados, muros, edificaciones y demás acosos que van reduciendo el espacio vital al que ese pueblo tiene derecho para vivir, crecer y trabajar en paz y libertad.
No, señora mía, lo inadmisible, reprobable y nazi es que los ciudadanos de Gijón no puedan manifestar su repudio a esa masacre allí donde se pretende que el arte de una compañía israelí sea ajeno a lo que su Estado está cometiendo en Palestina. Ese arte por el arte que usted defiende, ajeno a la barbarie del Estado bajo el que habita, también podrían defenderlo los grandes sicarios nazis del exterminio en los campos de concentración, pues gozaban de la música en los grandes teatros de Berlín o Hamburgo mientras humeaban las chimeneas de Mathausen o Auschwitz-Birkeneau.
En cuanto a lo que usted dice sobre el excoordinador de Izquierda Unida, herido violentamente por la policía en esa convocatoria, me parece de una simpleza indecente y/o de una inverosimilitud desfachatada argüir que Jesús Montes Estrada buscaba los focos para salir en la foto como protagonista mediático, aunque fuera a riesgo de que le rompieran la cabeza.
A esa actitud se le llama valor y dignidad, señora Oceranski, se basa en la solidaridad humana y tiene como principio ético el de pensar y creer que allá donde se masacra a los débiles, se mata a las madres y corre como un río de infamia e ignominia la sangre de los niños, todo arte que no se enfrente a tales hechos o al menos no los critique haciendo uso de la libertad de expresión que asiste a todo creador, es similar al que entendían y disfrutaban los infaustos autores del Holocausto que con su vesania genocida escribieron una de las páginas más negras de la historia de la humanidad. La de Gaza está en el mismo capítulo, señora mía.