El sábado 16 de marzo de 2019, acto XVIII de la protesta de los gilets jaunes, ha estado marcado en Francia por una triple protesta contra el actual gobierno del presidente Emmauel Macron, con participación entusiasta de decenas de miles de personas.
La Marcha del siglo por el clima ha reunido en su llamada a más de 140 organizaciones, desde Greenpeace a la asociación de Nicolas Hulot, ecologistas, sindicalistas y partidos de izquierda, así como miles de gilets jaunes que han participado en ella; la movilización contra las violencias policiales, y contra el uso de flash ball, a la que se añadió la protesta de los trabajadores indocumentados o clandestinos (los sans papier o gilets noirs) participó también en esa marcha en Paris. Según los organizadores cien mil personas en la capital.
La Marcha del clima en 220 ciudades de Francia ha movilizado 350 000 personas en total. Una marcha que se proponía denunciar la pasividad del gobierno francés en la lucha contra el cambio climático que amenaza el Planeta, no obstante las grandilocuentes declaraciones del jefe del Estado.
Paralelamente, la manifestación de los gilets jaunes propiamente dicha reunía cerca de 40 000 personas en todo el país, siendo más de diez mil personas en torno al parisino Arco del Triunfo y en los Campos Elíseos. Acto XVIII de los gilets jaunes que coincidía con el fin del “gran debate” organizado y controlado por el gobierno.
Elementos provocadores infiltrados en la manifestación vestidos a menudo de negro y enmascarados provocaron violentos enfrentamientos con la policía. Resultado: nuevas escenas de violencia, en total 237 personas detenidas, incendio del simbólico restaurante Fouquets en los Campos Elíseos y otros sucesos que se han podido ver en las imágenes ampliamente difundidas por la televisión y que sirven para justificar una vez más la no respuesta del gobierno Macron-Philippe a las justas reivindicaciones sociales de los gilets jaunes, como también su no respuesta al grito ecológico de indignación de la juventud y del país.
El ministro del interior como el presidente Macron, quien regresaba por cierto de una estación de esquí, han inmediatamente amalgamado el conjunto de los gilets jaunes con los “casseurs” responsables de la violencia, acusándoles de ser “cómplices” de esa minoría.
Ceguera inquietante de un poder incapaz de ver la persistencia y amplitud de esa cólera social, ni de medir la evidente convergencia entre las reivindicaciones ecológicas y sociales expresadas en Francia este fin de semana.
La oposición de derechas (LR), los republicanos denuncian este domingo indignados: “la incapacidad del gobierno para mantener el orden público” y se preguntan “¿Porqué no hicieron nada para impedirlo?” Aunque la derecha Sarko nostálgica formula esa pregunta para exigir medidas represivas aun mayores y prohibir directamente la libertad de manifestación en Francia, su inquietud por una vez no deja de ser interesante.
Cuando las redes sociales habían anunciado las intenciones de una minoría de provocar violencias en la manifestación de este sábado de los gilets jaunes, cabe preguntarse en efecto por qué la policía y el gobierno no tomaron medidas preventivas para evitar esos desbordamientos, como sí lo han hecho en otras ocasiones. Esos actos de violencia, espectaculares, aunque localizados y controlados sirven más a mi entender a la propaganda o comunicación gubernamental que busca desprestigiar el movimiento, que a la justa causa social y democrática de los gilets jaunes.
Conviene subrayar también para mejor comprender esta jornada de múltiples protestas contra Macron y su gobierno, que miles de gilets jaunes participaron así mismo en la Marcha del siglo por el clima, que tanto la izquierda como los ecologistas habían colocado bajo el signo de: Clima y justicia social, fin del mundo y fin de mes: la misma lucha.
Era sorprendente ver en la masiva manifestación parisina por el clima, que se desarrolló en perfecta calma, esa mezcla de gentes de horizontes diversos, y de consignas múltiples individuales o colectivas. Familias con niños, jóvenes y jubilados, sindicalistas y ecologistas, gilets jaunes, trabajadores indocumentados que reclamaban su regularización, o miles de manifestantes venidos de barrios periféricos, denunciando la violencia policial y su impunidad.
En calma y con bandas musicales que daban al desfile un aire festivo, en París, desde la Plaza de la Opera hasta la Plaza de la Republica, una multitud compacta se mezcló poniendo de manifiesto esa convergencia entre las reivindicaciones por el clima, contra la política criminal de las multinacionales que condenan al Planeta a su anunciada destrucción, y la lucha urgente inmediata y social de los trabajadores y de los gilets jaunes que reclaman vivir dignamente y con sus precarios ingresos poder llegar al fin de mes.
“Queremos vivir, no sobrevivir” es una consigna que reúne bien la problemática ecológica y social de estas protestas, pues las multinacionales que controlan las diversas energías, que contaminan el planeta, véase la reciente marea negra en las costas bretonas, la legislación sobre el glifosato, son las mismas que buscan gobernar políticamente por encima de Naciones y de Estados, con la complicidad de gobiernos como el de Emmanuel Macron.