CRÓNICAS ALEMANAS
Han pasado casi tres meses desde aquel ya lejano 22 de septiembre en que se celebraran las elecciones en Alemania que volviera a ganar la canciller Angela Merkel y su Partido Demócrata Cristiano. Casi tres meses después, cristianodemócratas y socialdemócratas alemanes llegan a un acuerdo para formar un Gobierno de coalición, que en el fondo va a beneficiar a ambos partidos y a la sociedad en general, y por ende, y posiblemente, al resto de los socios comunitarios, en un momento en que la excesiva austeridad germana parece tocar a su fin. Todo ello, dentro de un pragmatismo alemán difícil de entender si no se es uno de ellos, o ha vivido entre ellos, conociéndolos de cerca.
Ambos partidos han tenido que dejar algunos pelos en la gatera, ceder en algunas cosas para conseguir dicho acuerdo, como ocurre en toda negociación que se precie. Pero que dos partidos contrapuestos ideológicamente, enfrentados en las urnas, sean abiertamente capaces de ponerse de acuerdo para gobernar un país, es algo encomiable, digno de respeto. Sobre todo visto desde algunas latitudes como la nuestra, donde la demagogia debería dar paso al sentido común que, como se sabe, es a veces el menos común de los sentidos.
“Frau Doktor” Merkel, como se denomina a veces a la canciller en algunos medios, seguirá al frente del Ejecutivo alemán porque así lo han querido sus ciudadanos a tenor de las urnas y tras el acuerdo alcanzado con el principal partido de la oposición. Pero la “señora doctor” ha tenido que soltar lastre del ala más derecha liberal, de su socio bávaro, y lo que antes era la sintonía demócrata cristiana-liberal ha pasado a convertirse en demócrata cristiana-socialdemócrata, tras la firma con el Partido Socialdemócrata de Sigmar Gabriel, quien pasa a ser vicecanciller, con todo lo que ello conlleva en el futuro de la política germana. Entre otras cosas, porque Gabriel ocupará el Ministerio de Economía y Energía, por lo que tendrá la responsabilidad de controlar la transición de la energía nuclear a las renovables, un paso de gigantes en un país que necesita dicha energía para seguir manteniéndose como motor de la Unión Europea.
Otra de las carteras que ha conseguido el SPD alemán, y que consideraba irrenunciable para aceptar el acuerdo es la de Trabajo, que ocupará una todavía joven Andrea Nahles, quien a sus 43 años viene directamente de las Juventudes Socialistas alemana, siendo a la sazón secretaria general del Partido Socialdemócrata. Es importante esta cartera porque a través de ella pueden empezar a cambiar algunas cosas en el mundo laboral germano. Entre otras, se va hacia la creación del llamado salario mínimo, hasta ahora inexistente, que triplicará al de España y que beneficiará a millones de alemanes. Con ello parece vislumbrarse el final de la rígida austeridad que se impuso hace una década con la llamada Agenda 2010 llevada a cabo por el entonces canciller Gerhard Schröder, algo que le costaría el cargo, pero que consiguió enderezar la entonces débil economía alemana hasta situarla a la vanguardia de la Unión Europea.
En un momento en que se habla de la refundación de la Unión Europea, la estabilidad del Gobierno alemán puede venir bien para sus socios comunitarios. Todo indica que al parecer la excesiva austeridad alemana toca a su fin, con lo que consumirán más de todo, importando en consecuencia más productos de sus socios comunitarios. La introducción del salario mínimo afectaría directamente a unos dos millones de trabajadores, que verán elevados sus ingresos. Pero lo que parece seguro es que los alemanes no pasarán de la austeridad ilimitada a lanzar las campanas al vuelo, al despilfarro, sino que irán a una sobriedad en la que contarán con lo que tienen para saber hasta dónde pueden llegar. Como se dice en el estudio “La doble vida de los alemanes”, llevado a cabo por el Instituto Rheingold de Colonia, “el buen padre de familia adiestrará a los suyos para que aprovechen cada gota de jabón líquido y cierren el grifo mientras se enjabonan…”. No son “cabezas cuadradas”. Son alemanes.