Grisaldi: Un tartufo de nuestros días lluviosos

No queda más remedio que pensar en Molière. La música, tan bien servida, ayuda a situar la acción marcando el paralelismo de su siglo con el nuestro. Los interiores, más imaginados y sentidos -como sugeridos por la palabra- que propiamente vistos, ayudan a forjarse la misma impresión. Todo indica que estamos en el hoy más actual con tipos que se perpetúan humanos, como una condensación del ambiente en que vivimos.

cartel-Grisaldi Grisaldi: Un tartufo de nuestros días lluviososQue en nuestros días exista un personaje como Grisaldi que, bajo capa de piadoso, se introduzca en una casa y la arruine, es bien posible. Posible y hasta verosímil dramáticamente hablando. Una época tan descreída como la nuestra, parece mentira, pero esa mezcla de sexo y preceptos morales de que se acompaña el personaje ejerce un atractivo indudable sobre la dueña de la casa (una viuda sesentona que aparenta 50) como en otro tiempo lo ejerció sobre una de sus hijas. He ahí el gancho, la puerta por donde introduce sus artimañas seductoras sobre la suegra el otrora «casi yerno», que nunca llegó a casarse.

La hija ya no está, se ha ido lejos, pero ahí está él, que sigue fiel a su dependencia y viene a refugiarse en… ¿dónde mejor? la casa de su antigua novia. Y la seducción funciona, al público le interesa, se implica, le divierte a la vez que se ve reflejado en la peripecia de seductor y seducida. Es el hijo pródigo, que vuelve, y lo hace ahora bajo el hábito de la piedad, pero sus intenciones son otras.

Tal vez con la crisis no resulte difícil ver un personaje así en los ámbitos de la piedad, esos ámbitos a los que algunos se acercan con autenticidad y otros con hipocresía, amparándose en ellos para disfrazar sus instintos depredadores, que de todo hay en la viña del Señor, si bien no tan atrayentes y a la vez tan esquivos como este Grisaldi.

Y como la seducción funciona, de nada vale que el resto de los miembros de la familia (dos hijas en este caso) le abran los ojos a la aturdida mujer. Nada pueden hacer y, sabiéndolo, es a ellas a quienes toca desesperarse y huir del nido. Por suerte para esa familia, las nuevas tecnologías jugarán un papel esencial, y esta vez liberador.

No ha podido ser más acertada la dirección de Lidio Sánchez Caro sobre el texto de Alberto de Casso. En manos de él, este Don Juan menesteroso, que interpreta magistralmente Josep Albert, es un Tartufo que aún hoy puede extender sus tentáculos pegajosos en torno a la más dura roca, a «la más dura piedra berroqueña de la virtud doméstica», y deshacerla en migajas. Un diamante de hombre, si no fuera por lo pegajoso y lo persistente.

Lo tiene todo preparado. Su programación es exhaustiva y sistemática, no ha dejado un cabo suelto, una tecla por tantear. Todo le sirve con tal de lograr sus fines, y uno al final se alegra de que tenga su punto flaco, aunque hay que reconocer que «se lo ha currao», no hay más remedio.

Un hombre de orígenes humildes, un desclasado con afanes de trepar a costa de los demás, que se introduce en casa ajena con una coartada espiritual. Todo en él es impostado, empezando por su nombre, Grisaldi, que evoca cierta nobleza o abolengo. O por lo menos una mezcla de culturas muy apetecible a la hora de dejarse engañar, porque para todo hay horas.

Las tres mujeres son interpretadas por tres actrices de primera que bordan sus papeles y forman un equipo ágil e inteligente, a la hora de dejarse engañar. Las dos primeras viven juntas y se las pintan solas. Llevan una vida intensa y creativa, son mujeres liberadas, lo que las hace más proclives a no pensar mal de nadie a no ser que se lo demuestre. Ellas son muy suyas y cuando meten la cabeza por un sitio… Ese papel de desenmascaramiento tecnológico se reserva a la antigua novia y a sus mágicos mensajes desde Alemania, donde vive, y donde parece que ya están de vuelta de tartufos. Acto seguido, la hermana pequeña actúa por su cuenta, marcando con su descaro, uno de los episodios memorables de la función. ¡Por fin! Pero a punto hemos estado de perderlo todo, casa incluida, en aras de la piedad más tartufa.

En resumen, una deliciosa comedia para temblar, para reír y para pensar, con personajes muy bien construidos, ambientada en el seno de una familia de clase media alta, y con diálogos ágiles e inteligentes. Con un humor que pareciera antiguo y moderno al mismo tiempo, si es que alguien puede saber lo que es la modernidad.

  • Título: Grisaldi o el novio eterno
  • Reparto: (por orden alfabético): Josep Albert Ruiz, Yolanda Diego, Ruth Salas, Daniela Saludes.
  • Autor: Alberto de Casso Basterrechea
  • Escenografía, vestuario y diseño gráfico: María Marcos Patiño
  • Música: Calixto Álvarez Fernández
  • Producción: Antagonía Teatro – Artistas Y.
  • Dirección: Lidio Sánchez Caro
  • Teatro Fernán Gómez
  • Hasta el 16 de noviembre
Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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