Una vez más Guatemala ha sido colocada en primeros lugares, ahora por el índice de Estados frágiles del 2014, según se conoció la semana anterior. Foreign Policy colocó a Guatemala como un Estado frágil, debido a la histórica y acumulada incapacidad del Estado de responder a la demanda ciudadano-política, económica y social.
Estamos en el puesto 66 de 178 países analizados, y somos el segundo en Latinoamérica. El concepto incluye a “los gobiernos que han perdido el control efectivo de su territorio, evidenciado por altos índices de inseguridad y violencia, un alto porcentaje de la población con necesidades insatisfechas y poco crecimiento”.
Nadie que no tenga interés en ocultar el conocimiento de nuestra lacerante realidad se atrevería a negar que aquí se dan esos elementos, combinados de tal manera que se potencian.
En muchas áreas desde hace décadas no hay presencia del Estado, lo que ha permitido que poderes fácticos, entre ellos el crimen organizado y la narcoactividad, sean los que decidan sobre esos territorios, con el elevado costo que esto implica para toda la población. Muchas autoridades locales son parte del problema.
Es una verdad evidente que estamos sumidos en un ambiente de violencia e inseguridad generalizada, que aunque contenida por algunas acciones del Ministerio de Gobernación, continúa dejando una secuela de muerte y sufrimiento. Pilotos de autobuses asesinados, mujeres desmembradas, restos humanos enterrados en areneras, pequeños comerciantes extorsionados, personas asesinadas con granadas, mujeres ejecutadas por policías privados y así, cientos de seres humanos que pierden la vida a manos de criminales.
La mayoría de la población está sumida en condiciones de infrasubsistencia, que ahora podemos dimensionarla al leer las dramáticas historias de quienes prefieren migrar, afrontando los enormes peligros de un viaje, muchas veces sin retorno, porque en él se les va la vida.
Las niñas violadas que resultan siendo madres a su corta edad, los femicidios, los y las jóvenes en las maras, la falta de empleo y de oportunidades, la desigualdad son reflejo del fracaso del sistema, en el que tienen responsabilidad solidaria y mancomunada los tres organismos del Estado y la propia sociedad, principalmente quienes ejercen roles hegemónicos.
Las poblaciones demandan salud y reciben remedos de atención, y no porque los médicos de las áreas rurales se las nieguen, sino porque las condiciones en el sistema de salud son deplorables y el costo que deben pagar por las medicinas es inaccesible. Gobierno tras gobierno es lo mismo. Se saben las causas y nadie puede atajarlas de raíz.
Similar situación enfrenta la educación. Poco se puede esperar de una población que carece de oportunidades de recibir educación de calidad. La inequidad en el tratamiento a las mujeres es otro factor que caracteriza al sistema en el que vivimos.
El éxodo de personas hacia el norte se ha incrementado de manera alarmante, producto de la pobreza, el desempleo y la violencia, entre otras cosas, al grado que ahora los contingentes de migrantes están integrados por pequeñitos, cuya situación ha sido considerada como “crisis humanitaria”. El drama de esos niños (as) es otra revelación de esta situación inhumana en la que se hallan millones de seres humanos a los que el Estado no ha tenido la capacidad de atender como debe.
Siendo así, es comprensible que vayamos en pleno descenso. A ver cuándo tocamos fondo para emerger a una condición más humana para todas (os).