¡Hablemos de sexo!

Por más que se insista, la fuerza de la costumbre siempre se impondrá y hará que se incurra en las mismas impropiedades a la hora de hablar o de escribir, a pesar de que existen muchas formas de evitarlas. Hay, por supuesto, contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

Conozco  personas que, aun cuando han ejercido la Comunicación Social por varios años, reiteradamente cometen los mismos errores. En una ocasión le hice una observación a un locutor que fue redactor y reportero de un espacio noticioso de una importante emisora del estado Portuguesa, Venezuela,  respecto  del uso reiterativo de asta por hasta. Su respuesta no se hizo esperar, y con intención de sentar cátedra, me “restregó” que ese uso es correcto, pues “así está en la Ortografía de la Real Academia Española”.

Realmente no lo creo, y me sorprendió el argumento, dado que es impensable que la docta institución haya incurrido en el desliz de no saber que asta alude al palo en que se cuelga la bandera, al cuerno de un animal o a una lanza, y que hasta es una preposición que indica, entre otras cosas, el término de algo: “Hoy se izará la bandera a media asta”; y “Estaré aquí hasta mañana”. Otro caso en el que existen muchas fallas es en el uso de la palabra género, que la mayoría confunde con sexo, y por eso, una vez más vuelvo sobre el él, con la intención de disipar las dudas de infinidades de lectores y redactores que aún no tienen claro el asunto.

En las altas esferas del saber y en otros espacios se ha vuelto un vicio casi indesarraigable el uso de género como si fuese sinónimo de sexo. De hecho, en Venezuela existe un instrumento jurídico denominado algo así como Ley contra la Violencia de Género, destinado a consagrar los deberes y derechos de las féminas y establecer las sanciones por las agresiones de las que estas pudieran ser víctimas. Desde el punto de vista semántico, dicha ley contiene una impropiedad que vale la pena conocer y enmendar, en virtud de llamar las cosas por su nombre.

Genero es “el conjunto de personas o cosas que tienen características comunes: el género humano”. También es “la manera de ser de una cosa que la hace distinta de otras de la misma clase: “Ese género de vida no es para mí”. Si se atiende a la primera definición, el nombre de la citada ley no tendría sentido, pues por ser de género, debería comportar los deberes y derechos de hombres y mujeres; pero sin duda fue ideada para ellas, y a ellas “ni con el pétalo de una rosa”. Mejor sería: “Ley sobre los Derechos de la Mujer”, en la que se ponderaría la protección contra el maltrato verbal y físico, entre otras cosas.

No hay pues, ninguna justificación para sustituir sexo por género, como si estos vocablos fuesen sinónimos. Quizás en otros idiomas lo sean; pero en español no, dado que género es una cosa, y sexo, otra. Género tienen las palabras y las cosas inanimadas, en tanto que sexo es una categoría biológica que determina si un ser vivo es macho o es hembra.

Muchos redactores saben que sexo es una categoría biológica; pero  prefieren hablar de género, y he allí el problema. No se atreven a usar sexo, por el temor de que alguien pueda llamarles la atención y recordarles que se debe emplear género en lugar de sexo, para referirse a las agresiones contra las damas.

El meollo del asunto está en el hecho de que sexo se usa generalmente para mencionar el acto sexual, amén de que dicho término posee una fuerte carga expresiva que puede interpretarse de diversas maneras, sobre todo en países en los que la picardía, la ironía y el buen humor son rasgos sobresalientes, como en Venezuela, a pesar de la crisis.

Los redactores, reporteros  y otras personas cuya ocupación habitual sea la escritura,  no deben tener ningún temor en hablar de violencia de sexo, toda vez que  es la forma correcta de mencionar los maltratos verbales y físicos de los que por lo general son víctimas las damas y los caballeros, aunque estos son excluidos.

David Figueroa Díaz
David Figueroa Díaz (Araure, Venezuela, 1964) se inició en el periodismo de opinión a los 17 años de edad, y más tarde se convirtió en un estudioso del lenguaje oral y escrito. Mantuvo una publicación semanal por más de veinte años en el diario Última Hora de Acarigua-Araure, estado Portuguesa, y a partir de 2018 en El Impulso de Barquisimeto, dedicada al análisis y corrección de los errores más frecuentes en los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Es licenciado en Comunicación Social (Cum Laude) por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) de Maracaibo; docente universitario, director de Comunicación e Información de la Alcaldía del municipio Guanarito. Es corredactor del Manual de Estilo de los Periodistas de la Dirección de Medios Públicos del Gobierno de Portuguesa; facilitador de talleres de ortografía y redacción periodística para medios impresos y digitales; miembro del Colegio Nacional de Periodistas seccional Portuguesa (CNP) y de la Asociación de Locutores y Operadores de Radio (Aloer).

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