Roberto Cataldi[1]
En la mitología griega Ulises u Odiseo (que da nombre a la Odisea) fue un héroe por su valentía, como también lo refiere la Ilíada, ambas obras de Homero que llegan hasta nosotros y que influyeron poderosamente en la cultura occidental.
Asimismo Atalanta en la mitología es considerada una heroína debido a su valentía. Y desde entonces el héroe o la heroína es una persona que con coraje culmina una acción abnegada en beneficio de una causa noble, al extremo que en ocasiones llega a sacrificar su propia vida en ayuda del prójimo o de un noble objetivo.
En fin, creo que muchos son los héroes que pasan a nuestro lado sin que lo advirtamos, bástenos aquellos bomberos que pierden la vida rescatando de entre las llamas a las víctimas o los médicos que por cumplir con su misión asistencial fallecen en medio de una epidemia, sin que nadie los registre o les escriba.
Y son muchos más los ciudadanos de a pie que podríamos calificar de héroes por el trabajo arriesgado que hacen para protegernos, sin que nadie los tenga en cuenta, pues, no están en las redes sociales ni en los medios de comunicación, por eso no gozan de la atención e importancia que se les dispensa a ciertas figuras de la farándula, influencers, políticos, y hasta algunos tilingos que permanentemente viven agrediendo a los que piensan distinto u opinando en los medios acerca de lo que no saben.
Lo cierto es que estos héroes del silencio, genuinos, no tienen rostro, son anónimos, mientras la vida pública se degrada entre las desinformaciones, los discursos de odio y las falsas promesas.
Hoy asistimos a una preocupante devaluación de la palabra, y el término «heroicidad» ha sido desvirtuado por la política, que trivialmente crea y promociona héroes ficticios con pies de barro. Y me refiero concretamente al lodo que ensucia la moral y la ética ciudadanas, no al barro que simbolizaba la creación y la existencia del ser humano en el pensamiento del antiguo Egipto.
Durante su discurso de cierre en el Foro Llao Llao (20 de abril de 2024), el actual presidente argentino definió como «héroes» a los que fugaron dólares del país porque «lograron escapar de las garras del Estado»y, a los empresarios les hizo la promesa: «Yo les voy a allanar el camino».
Hace unas semanas, con su habitual desenfado, reunió a los diputados que apoyaron su veto a la reforma jubilatoria y los llamó «87 héroes» por defender el rumbo del Gobierno, agasajándolos con un asado en la residencia presidencial para celebrar su triunfo personal, mientras afuera había una protesta de jubilados…
Ahora le toca el turno al recorte educativo y su veto está dirigido a la universidad pública.
En la Argentina, jubilados y universitarios registran altísimos índices de pobreza. Los jubilados con un 30 por ciento de pobreza y un 7 por ciento de indigencia según estimaciones, mientras el 50 por ciento de los universitarios serían pobres.
Una situación en los extremos de la vida que es alarmantemente y progresiva, en fin, una verdadera crisis humanitaria de la que no se tiene registro, pero no importa, en todo caso se trata de daños colaterales…
Decía Victor Hugo que, «El infortunio, el aislamiento, el abandono y la pobreza son campos de batalla que tienen sus héroes», mientras Thomas Carlyle pensaba: «Un héroe lo es en todos sentidos y maneras, y ante todo, en el corazón y en el alma»…
Y la Argentina, al igual que otros países de América Latina, lamentablemente sufre los tremendos males que acarrea el hiper-presidencialismo y una dirigencia política impresentable, que solo es representativa de sus propios intereses, de allí que no le interese poner límites a las arbitrariedades.
Por otro lado, la profesionalización de la política en el mundo ha revelado ser un serio problema para la evolución de las sociedades, y es hora de «desprofesionalizarla», ya que no se puede permanecer eternamente aferrado al poder.
La Argentina es una muestra patética de esta anomalía. En efecto, quienes ejercen la función pública deberían entrar y salir, para evitar la acumulación de poder y dar la opción a otros que pueden hacer aportes positivos a la dinámica y vitalidad del sistema.
Idea que ya estaba presente en Atenas, en la Roma republicana, en la República de Florencia, como nos lo recuerda lúcidamente Erica Benner, pues si alguien permanece más tiempo del establecido es porque seguramente se convirtió en un tirano.
Al respecto, Benner subraya que Pericles estuvo durante cuarenta años en el poder porque era un demagogo (gozaba del favor popular), pero aclara que hay una diferencia fundamental con el líder autoritario, ya que con éste la situación es mucho más compleja porque no se lo puede quebrar.
Hoy tenemos un mundo con desigualdades injustas y crecientes, en todos los ámbitos, y vemos que salvo contadas excepciones no hay interés por parte de las dirigencias en resolver estos problemas de fondo, lo que inevitablemente termina por deteriorar la democracia.
Los reclamos de la gente no llegan a las autoridades, quienes viven en otra galaxia, y las minorías se sienten ignoradas en sus derechos, en consecuencia el sistema democrático es como un barco a la deriva en aguas turbulentas.
Vivimos en un mundo atado a los ritmos industriales, mercantiles y financieros. La violencia se entrecruza cotidianamente con la hipocresía y la crueldad. Todo parece conducirnos a un colapso civilizatorio, pero no es seguro, algo puede suceder y la historia cambiar.
Bertolt Brecht decía: «Desgraciado el país que necesita héroes». Pues bien, no necesitamos héroes ni heroínas, solo reclamamos dirigencias con «conciencia moral» y ciudadanos de a pie que reflexionen y hagan valer sus derechos. Además, la heroicidad nada tiene que ver con el mesianismo, los illuminati, y mucho menos con la psicopatología.
Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)