Historia del verdadero “Niño de las Monjas”

En un momento en que la revista Interviú está celebrando su 40 aniversario, viene a mi memoria un lejano tiempo en el que fui colaborador de esa publicación, por lo que me gustaría reproducir ahora un reportaje, una historia que me hizo sentir el orgullo de la profesión periodística que me acompaña.

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Interviú número 331. Carlitos Miranda, el verdadero Niño de las Monjas

Una historia alucinante en la que, bajo el título de “Yo soy el verdadero Niño de las Monjas”, un ya viejo torero, Carlitos Miranda, con sus setenta años a cuestas, me contó historias de ternuras, mentiras, engaños, poder político, robos, espionaje, huidas o faenas de curas que iban al hotel de sus padres buscando el fornicio con templanza al amparo de una habitación bien pagada.

Conocí a Carlitos Miranda allá por los primeros años ochenta en el madrileño Café Comercial, que tanto significó para la bohemia madrileña de aquellos años, hoy tristemente desaparecido. De inmediato me di cuenta de que una historia como la suya era “carne” de Interviú, semanario que tanta carne fresca de mozas en edad de merecer ha exhibido a lo largo de sus ya 40 años, y que aprovecho para felicitarles. Porque estar ante un hombre al que le robaron el nombre de guerra, la fama, el dinero, que fue compañero de espías, alumno de Manolete, y trotamundos impenitente, no es cualquier cosa. Y además él era, seguía siendo, a sus setenta años, el verdadero Niño de las Monjas, si bien la fama se la llevaron otros.

Me contaba que su rostro cambiaba de expresión cada vez que veía en los carteles de Madrid la película inspirada en su propia vida, historia robada por otros. “Las campañas del convento fueron sus primeros clarines taurinos y ellas marcarían siempre las horas de su vida y el júbilo de sus tardes de gloria”, decían. “La obra se escribió sobre mi vida, y luego se buscaron a un mangante cualquiera que no sabía nada de toros y le convirtieron en un torero famoso en una cinta de la época. Pero por mucho que lo nieguen, yo seguiré siendo el Niño de las Monjas, el auténtico, y me llevaré el nombre a la tumba. Este es un mundo de trapicheos, de enjuagues, donde al final los empresarios y sus ‘acuerdos’ hacen lo que quieren. En el año cuarenta y nueve yo tenía como apoderado a Antonio Toledano, un pájaro de cuenta. Fíjate cómo sería el asunto, que este hombre llevaba la sala Kursal y tenía en la puerta como ‘gorila’ a Antonio Ruiz, campeón de Europa de boxeo”…

Una buena estocada económica se la habría de dar un personaje famoso por sus quirófanos, boda, apellido y parentesco con el hombre que tuvo bajo su dictadura a un país: el yernísimo de Francisco Franco. “En el año cincuenta y cuatro –cuenta Carlitos Miranda-, yo llevaba ya como apoderado a Bernabé Maldonado, y el chaval iba a torear en Madrid. Recuerdo que era el quince de agosto cuando, de pronto, viene el marqués de Villaverde y me levanta a mi torero para poner a un enchufado suyo, Juanito Belmonte, de Jaén. Claro, un tío con tanto poder como el marqués podía hacer lo que le salía de las pelotas. Me entró tal cabreo que me tiré de espontáneo en el cuarto toro, que correspondía a Manolo Clemente. El fotógrafo santos Yubero, del diario Ya, sacó una buena instantánea del salto a la plaza”.

– Tú debiste empezar muy temprano en esto de los toros y de la vida; es decir, que naciste muy pequeño, le comento.

“La afición a los toros nació en mí a los nueve años, el día que mi padre me llevó a una corrida. Él era el empresario Daniel Salas, y paraba por el callejón de Gálvez. Por aquel tiempo se estilaba emborrachar a los mayorales en el Casablanca para poder ir a torear; cuando los teníamos como cubas saltábamos la cerda y allí, en la soledad de la noche, se forjaban los toreros. Ahora parece que salen de una academia por correspondencia. Dormíamos en los tentaderos, con el desecho de la fiesta, lo que no querían las figuras. Yo toreé por primera vez en el año veintinueve. Te dejaban para las capeas lo que no querían las figuras, unos toros resabiaos que sabían más que los veterinarios, y tenías que acercarte mucho a los pitones si querías después pasar la capa buscando una propina para poder comer…”.

– Eso, y encomendarte a la Virgen y a todos los santos porque vosotros, los de la cosa taurina, sois muy devotos…

“Mira, de Dios para abajo no me hables de nada, porque no creo en nada; de niño me hicieron perder toda la fe. Mis padres tenían un hotel que se llamaba Cádiz. Pues fíjate bien, y ojo al parche: todas las semanas, el padre Arenillas, que era como el encargado del culto de la Virgen del Rosario, patrona de Cádiz, venía al hotel con dos mujeres distintas y se las ‘beneficiaba’. Y a mí aquello, aunque era niño, me quemó, porque resulta que por una parte mucho culto a la Virgen y mucha leche, pero por otra jodiendo como un bellaco en mi casa. Aquello me hizo perder la fe en los curas, aunque me sirvió para montar todo un número: siempre le dábamos la misma habitación, e hicimos un agujero en la pintura del cristal, e imagínate, había cola para presenciar el espectáculo…”.

Viajando de pueblo en pueblo, de plaza en plaza, pasando hambre y calamidades, el Niño de las Monjas no sabía que llevaba de compañero de fatigas a un sujeto que con el tiempo daría mucho que hablar en la historia de España: un espía del Régimen llamado Ángel Alcázar de Velasco.

“Yo me llamaba por entonces Niño de Cádiz, porque era mi lugar de nacimiento y así se estilaba. Posteriormente me rebauticé como Niño de las Monjas porque estuve en el colegio de Santo Domingo y en las Esclavas. Llevaba como colega a un tipo que ni yo mismo podía imaginar: era Gitanillo de Madrid. ¿Sabes quién se ocultaba bajo ese nombre? Ángel Alcázar de Velasco, un espía de Franco. Mi padre lo había colocado como mancebo en la farmacia Las Columnas, porque tenía dos años de medicina. No lo supe hasta muy tarde, porque se lo montaba muy bien. Los toros eran el deporte nacional, algo muy sagrado, y a ver quién coño iba a sospechar de Gitanillo de Madrid… un simple maletilla. Podíamos pasar a una zona a otra sin levantar sospecha. Al cabo de bastante tiempo descubrí que era el encargado de repartir la propaganda de José Antonio en Cádiz. Yo empecé a sospechar porque se iba al mercado y se ponía a hacer bolsas de lana, con dos agujas, para despistar. Y es que en el mercado se enteraba de todo, porque la gente habla de todo. La última vez que le vi fue en el treinta y siete, en Cáceres, y siempre relacionado con los toros. Cuando fue secretario de Serrano Súñer compró la plaza de toros de Andújar y eso le dio mucha fama. Alcázar de Velasco trabajó en Alemania, Francia, Italia e Inglaterra. En un principio trabajaba para Franco, pero después le traicionó. Engañó a todos menos al dictador, por eso lo deportó”.

Mientras el Niño de las Monjas y otros colegas llenaban las plazas de toros, la guerra no tenía vacaciones, en la que algunos hacían grandes negocios…

«Aquello fue la muerte para muchos y el gran negocio para otros. Mi padre, por ejemplo, era comerciante mayorista y encargado de buscar alimentos para la población y para el frente, comprándole muchos productos a Mora Figueroa. Y allí robaba todo el mundo; bueno, todo el que podía: vendía por ejemplo treinta vagones de cebada, harina, cereales, etcétera, a Intendencia, y en la factura ponía sesenta. El dinero de los treinta vagones inexistentes se los repartían entre don Juan Barranco, militar de Intendencia, y mi padre. Así se hicieron auténticas fortunas que no constan en la historia oficial…”.

– Siempre las aves de rapiña volando por encima de todo, aunque sean cadáveres, Carlitos, por lo que cuentas…

“El que voló, y bien alto, fue mi primo Servando Meana Miranda, que era capitán pagador de Cuatro Vientos. Cuando ya lo vio todo perdido se largó en un avión con quince millones en lingotes de oro. Se fugó a Francia, donde montó una fábrica de jerseys. Al coronel Sandino, que intentó seguirle por tren, le descubrieron al ir a hacer transbordo y le fusilaron. Cada vez que lo pienso me río, porque mi familia es todo un poema: yo fui expulsado del Ejército, donde llegué a sargento de aviación con plaza en vuelo, porque estaba loco por los toros y me tiraba de espontáneo. Mi hermano, Juan Miranda Gay, fue nombrado juez de Depuración Política, y a los capitanes amigos les salvó la vida camuflando ciertos datos. Y ahora mi querida prima, Pilar Gutiérrez Miranda, que era secretaria de Pilar Primo de Rivera, es concejala por la UCD en el Ayuntamiento de Sevilla. Lo que te digo, todo un poema…”.

Corría el año 1982, y este reportaje se publicó en el Interviú número 331, con fecha 15-21 de septiembre, costando a la sazón 125 pesetas. Carlitos Miranda, el verdadero Niño de las Monjas, deambulaba por el madrileño barrio de Malasaña en busca del tiempo perdido, mientras su antiguo colega, Gitanillo de Madrid, aunque bajo ese nombre se ocultaba en realidad el espía del Régimen franquista Ángel Alcázar de Velasco, se codeaba con lo más granado de la tauromaquia en el hotel Wellington, de la Villa y Corte, lugar de los elegidos. ¡Cuántas cornadas da la vida, maestro!

Conrado Granado
@conradogranado. Periodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. He trabajado en la Secretaría de Comunicación e Imagen de UGT-Confederal. He colaborado en diversos medios de comunicación, como El País Semanal, Tiempo, Unión, Interviú, Sal y Pimienta, Madriz, Hoy, Diario 16 y otros. Tengo escritos hasta la fecha seis libros: «Memorias de un internado», «Todo sobre el tabaco: de Cristóbal Colón a Terenci Moix», «Lenguaje y comunicación», «Y los españoles emigraron», «Carne de casting: la vida de los otros actores», y «Memoria Histórica. Para que no se olvide». Soy actor. Pertenezco a la Unión de Actores y Actrices de Madrid, así como a AISGE (Actores, Intérpretes, Sociedad de Gestión).

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