A Gabriel García Márquez no lo tratamos, jamás lo entrevistamos, nunca lo conocimos personalmente, reitero, sin embargo contritos y a la vez regocijados asistimos a las exequias-homenajes nacionales, inéditas hasta ahora, del más grande escritor de las letras españolas, sólo comparable con Miguel de Cervantes Saavedra, como lo recordó el presidente, Enrique Peña Nieto.
Habíamos asistido a otros homenajes-despedidas póstumas de cuerpo presente en el Palacio Nacional de las Bellas Artes, ahora fue de cenizas presentes; nos hizo recordar las exequias en la sede de su Club Primera Plana del gran colega amigo Raúl Durán Cárdenas, su familia había accedido a honrarlo ante sus cenizas que guardaban una pequeña urna.
Adentro de Bellas Artes, ante el catafalco de Gabriel García Márquez, el pueblo desfilaba, no en silencio, sino en múltiples expresiones de despedida y al mismo tiempo de agradecimiento por la obra que su numen nos legó. Afuera la fila interminable cuya marcha fue interrumpida en forma breve para que se llevara a cabo el sobrio pero a la vez sentido homenaje de dos naciones unidos: Colombia y México; México y Colombia, como afirmara su presidente, Juan Manuel Santos, “nos unimos para rendir homenaje a quien un día de diciembre de 1982, desde la gélida Estocolmo, impactó al mundo al hablar de la soledad de América Latina”.
Adentro pétalos de rosas fueron lanzadas al espacio para caer y formar una alfombra amarilla e inclusive cubrir el catafalco donde reposaban las cenizas del insigne periodista, escritor y amigo; afuera revoloteaban en papel picado, las celebres mariposas amarillas recurrentes en el Macondo de su inspiración, mientras los presentes no podían reprimir sorpresa y festejo. “Para orgullo de México, nuestro país fue el segundo hogar de García Márquez. Entre nosotros vivió por cinco décadas; vino con su familia en 1961, procedente de Nueva York, y en reiteradas ocasiones recordó este episodio: Llegamos a la Ciudad de México en un atardecer de malva, con los últimos 20 dólares y sin nada en el porvenir. “En México -puntualizó el Presidente Peña Nieto-, encontró el espacio y la oportunidad para vivir su vocación y consagrarse a la literatura”
Al termino de las escalinatas del imponente coliseo de mármol donde se celebraban las exequias de aquel niño nacido en Aracataca y quien vivió 87 años de inspiración y de creación y legarnos su “realismo mágico”, sostenidas por la columna correspondiente de la izquierda al frente, dos coronas de flores enviadas, decía el listón, por sus amigos, Fidel y Raúl Castro. Cuba estaba presente. Así es “nos unimos para rendir homenaje a quien un día de diciembre de 1982, desde la gélida Estocolmo, impactó al mundo al hablar para ratificar nuestro compromiso con la utopía posible, con una América Latina que supera su soledad y encuentra su segunda oportunidad sobre la tierra».
“Para alegría y honra de los mexicanos escribió en la Ciudad de México la obra que le otorgó reconocimiento mundial”, recordó Enrique Peña Nieto, y de acuerdo Presidente: a Gabo “los mexicanos lo quisimos y lo habremos de querer siempre”, si en efecto “es una gran pérdida, no sólo para la literatura, sino para toda la humanidad, ha partido un grande, un hombre verdaderamente grande, pero se queda con nosotros su obra”. Su inmensa obra, cumbre de la literatura hispánica.
García Márquez me parece grande escritor (prosista), el más notable del «boom» de la literatura hispanomericana, pero situarlo a la altura de Miguel de Cervantes en estos momentos ya, es un tanto prematuro. En estos procesos el impacto más real de aporte de un autor literario, se dimensiona en su verdadera y final dimensión en mayor tiempo, a veces cuando los que lo conocieron en vida y leyeron sus obras cuando estaba en este mundo, ya ninguno está tampoco.