Honestidad política: a cinco días de las elecciones en Cataluña

Hoy es martes, día 22 de septiembre de 2015, a cinco días de celebrase las elecciones en Cataluña y a dos de haberse llevado a cabo las de Grecia. Dentro de tres meses, nueva convocatoria electoral, en este caso en el conjunto del estado español. Aparentemente nada tienen que ver unas elecciones con otras; se mueven en espacios geográficos y, sobre todo ideológicos, muy diferentes. Se desarrollan en escenarios singularmente diferenciados.

Las de Grecia debido a la irrupción de una fuerza política que ha sido capaz de reinventarse a sí misma después del fracaso político producido a raíz de las condiciones impuestas por la Unión Europea para firmar un rescate económico que a ninguna de las partes ha dejado satisfecho; las catalanas por el carácter plebiscitario que han impuesto los sectores independentistas; y las españolas en general (sin olvidar que Cataluña sigue siendo España y participará irremisiblemente en ellas) por la presencia de los nuevos partidos políticos que no sólo denuncian a los “viejos partidos” de corruptos y motejan de casta desdeñable, sino porque han conseguido introducir en el escenario político español un sentimiento reivindicativo de decencia y honestidad que hace mucho tiempo había sido orillado por amplios sectores de la sociedad.

Podemos extraer lecciones elocuentes de cada una de estas convocatorias. Por una parte, es preciso admitir la legitimidad de los ciudadanos, sean griegos, catalanes que se sienten a la vez españoles o aquellos otros que reniegan de una identidad con la que no se sienten identificados, así como el conjunto de los españoles que, por su parte, aspiran a mantener los vínculos históricos de los pueblos de España unidos en un único e indivisible proyecto nacional, igualmente legítimo.

Discutir la legitimidad de los sentimientos, de las emociones o de las creencias, por muy arcaicas e inconvenientes que pudieran parecer a otros, no sólo es un atentado contra el respeto al prójimo sino contra el sentido común. Ahora bien, el marco de las relaciones y/o reivindicaciones de derechos considerados legítimos hay que establecerlo en un espacio de respeto a las reglas de convivencia social legítimamente establecidas desde un plano de honestidad intelectual y de respeto a los derechos humanos en el que la verdad se convierta en regla prevalente de convivencia.

Entre otras muchas consideraciones, la gran lección que nos aporta la experiencia democrática griega está relacionada precisamente con la imagen de honesta veracidad que el presidente de su gobierno, Tsipras, ha proyectado sobre los ciudadanos griegos, al margen de sus propias contradicciones y errores. En un espacio geográfico en el que la corrupción y la mentira se había convertido en la regla de convivencia nacional, los ciudadanos griegos han valorado y recompensado en la segunda convocatoria, la honestidad de Tsipras y su capacidad de reconocer su fracaso dimitiendo del cargo cuando el resultado de las negociaciones no respondió a las promesas que había hecho al pueblo y se vio obligado a aceptar unos acuerdos que él mismo había denunciado como inaceptables.

En cuanto a la situación planteada por un amplio sector de la población catalana enfrentada al conjunto del estado español en un proceso que pretende conducir hacia la independencia de Cataluña del resto de España, enfrentando en primer lugar a los catalanes entre sí y, en segundo lugar, a Cataluña con España o, lo que es lo mismo, renunciando a una concepción unitaria del estado español, al que acusan de falta de diálogo en torno a las pretensiones reivindicativas que de manera creciente se han ido colocando encima de una hipotética mesa de negociaciones, el problema no hay que enmarcarlo entre el denunciado desacato de las autoridades de la Generalidad y el estatismo que se le atribuye al gobierno de España.

La confrontación de fondo no es entre dos concepciones políticas o dos formas de entender España; la confrontación real está planteada entre verdad y mentira, entre honestidad argumental y engaños colectivos, entre intereses no confesados e ineficacia gubernativa de ambos sectores, entre emociones y razón, sin que por ello pretendamos establecer una equidistancia entre ambas, ya que la verdad y la mentira, o la ley y la violación de las normas de convivencia no pueden ser tratados como valores equivalentes ni equidistantes. El cinismo en la defensa de los intereses propios, sembrar el odio en las relaciones interpersonales o interregionales y cerrar los ojos ante una realidad que nos desagrada, conduce inexorablemente al fracaso.

España, en su conjunto, se resiente de tener políticos que han renunciado al valor de la verdad unas veces olvidada y otras violada descaradamente; se resiente de unos políticos que cuando se equivocan ni reconocen sus errores ni piden perdón y siguen instalados en el error que tratan de encubrir con mentiras; se resiente de la falta de talla de dirigentes que prometen lo que no pueden cumplir e, incluso, saben a ciencia cierta que lo que prometen atenta contra el derecho establecido; se resiente de políticos que jamás dimiten de sus cargos cuando incumplen sus programas o defraudan a la ciudadanía con su conducta reprobable; se resiente de tener dirigentes de partidos políticos, y los propios partidos institucionalmente, que se han situado en la corrupción y todo lo subordinan a sus intereses bastardos.

A Tsipras los griegos le han premiado con la reelección porque han percibido que se trata de una persona honesta aunque inmadura, que ha mostrado un evidente déficit como gobernante; político que después de haber mostrado impúdicamente sus vergüenzas políticas ante su gente y ante Europa ha sabido dar la cara sin ambages ni mentiras.

Cualquiera sea el resultado de las elecciones en Cataluña y, posteriormente en el conjunto de España, traerán graves consecuencias en primer lugar para sus protagonistas principales que serán arrollados y relegados por sus propias bases y, lo que es más grave, para el conjunto de la población catalana donde tendrá que pasar mucho tiempo para que se diluyan los efectos del odio sembrado; por otra parte, también para España en su conjunto, que sufrirá consecuencias negativas tanto para su economía como para terminar de construir un Estado fuerte y respetado dentro de Europa y del mundo.

Máximo García Ruiz
Nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica, licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Sociología, Historia de las Religiones e Historia de los Bautistas en la Facultad Protestante de Teología UEBE durante 40 años (en la actualidad emérito) y profesor invitado de otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII; es uno de los dos únicos teólogos protestantes incluido en el Diccionario de Teólogos/as Contemporáneos editado por Monte Carmelo que recoge el perfil biográfico de los teólogos a nivel mundial más relevantes del siglo XX. Ha sido secretario ejecutivo y presidente del Consejo Evangélico de Madrid y ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 21 libros, y otros 12 en colaboración.

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